Oviedo, Franco TORRE

El historiador y periodista Enrique Faes (Gijón, 1975), profesor de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, es el autor de “Demetrio Carceller (1894-1968). Un empresario en el Gobierno” (Galaxia Gutenberg), la primera biografía sobre el que fuera Ministro de Industria y Comercio en los primeros años del franquismo, y figura destacada de la industria petrolera antes ya de la dictadura.

–¿Cómo se fijó en una figura como la de Demetrio Carceller?

–En parte porque no estaba estudiada. Me dedico a investigar las élites económicas y, al llegar al primer franquismo, te encuentras inexcusablemente con esta figura. Fue Ministro de Industria y Comercio los cinco años que dura la Segunda Guerra Mundial, pero se percibía la ausencia de una biografía completa. Solo había retazos, un relato repetido un poquito en bucle. Mi idea de partida era que faltaba esa biografía completa y que había que buscar el rastro de Carceller en los documentos originales, y eso es lo que hice.

–Usted lo presenta como una figura crucial en la penetración y el afianzamiento de la industria petrolera en España.

–Eso es algo sustancial. Cuando se ha estudiado la figura de Carceller, vemos que emerge el retrato de un político que de vez en cuando se dedica a actividades empresariales, mientras que la conclusión de esta biografía es justo la contraria. Carceller era un empresario afianzado a principios de siglo en el sector petrolero, cuando la industria era hiperdependiente de las grandes corporaciones, singularmente Standard Oil y Shell. Ese es el ámbito al que regresa al salir del ministerio, es en esencia un empresario. Venía de la única gran refinería de petróleo que existe en España en los años veinte, en Hospitalet. A continuación, lo ficha Campsa. Y después será el gran impulsor de Cepsa, la empresa privada que surgió a un costado del monopolio de petróleos, operando en Canarias desde 1930. La Guerra Civil supuso, como en todos los ámbitos, una ruptura en este sector, y también para él, que tenía un patrimonio importante fraguado en ese ámbito, con conexiones muy importantes con magnates estadounidenses del petróleo a los que siempre admiró, y a los que siempre se quiso parecer, de alguna manera.

–En el ámbito ideológico, dentro de ese conjunto heterogéneo de fuerzas que conformaron el franquismo, ¿dónde se movía? ¿Cómo se definía?

–Ciertamente, lo ideológico requiere definirse en este contexto, en pleno proceso de institucionalización de una dictadura que parece o puede parecer una sola cosa, pero que en realidad es algo bastante heterogéneo, un régimen con raíces contradictorias y enfrentadas entre sí. Carceller, pese a que ocupó cargos importantes en Falange (partido único tras la unificación) y fue incluso delegado en Barcelona, yo creo que nunca se sintió falangista de corazón. Lo creo así después de haber analizado la documentación. Se vio enredado en una búsqueda de poder personal, pero también en un proyecto personal de reconstrucción de España desplegando una especie de capitalismo nacional y sin orillar intereses profesionales. Fascista no fue, desde luego.

–Se le considera una figura crucial en la crisis del wolframio, ¿es así?

–Es cierto que había una imagen un tanto tipificada, y parecía que fundada, que lo definía como uno de los grandes personajes en el asunto del wolframio. Pero después de haber consultado casi treinta archivos, puedo decir que la única certeza es que no hay certeza de su participación. Los servicios de inteligencia de los aliados se pusieron a hacer un informe en 1944, a raíz de un embargo de petróleo que se produce por la constatación de que sale wolframio de España hacia Alemania, y concluyen que no se tiene certeza de que esa salida se pueda ligar a un negocio clandestino del propio Carceller. ¿Qué sabemos? Que en un régimen dictatorial como el franquismo había un campo de juego amplio, una regulación laxa y que, en la frontera de Irún con Hendaya, se movían cantidades astronómicas de wolframio. Pero documentalmente no he podido conectar a Carceller con este asunto.

–¿Cómo fue su retorno al mundo empresarial tras su etapa como ministro?

–Él retoma sus negocios, obviamente no en el mismo punto, pero sí en una posición aproximada. Era un momento importante, porque Cepsa había construido desde cero una gran refinería en Tenerife. Esa fue una bola enorme que se echó a rodar, que va a implicar un desarrollo de todo lo que tiene que ver con los combustibles por muy largo tiempo, y ahí va a estar Carceller, muy implicado también en la aproximación a los Estados Unidos. Luego desplegará sus actividades a otros sectores, pero siempre con una mentalidad industrialista en la forma de entender los negocios, y a partir de sus negocios petroleros.

–Hay quien cree que las actuales élites empresariales son herederas del franquismo, ¿realmente se puede trazar una continuidad?

–Cuestiono esa línea de fe por sí sola, porque creo que obvia un asunto importante: en España ya se habían creado élites empresariales al hilo de la formación de una sociedad capitalista en el primer cuarto del siglo XX. No todo el empresariado actual es heredero del franquismo ni alcanza su posición durante el franquismo. De hecho, afirmar eso supone, más allá de lo que piense uno, conceder a esa dictadura una capacidad de refundación que probablemente no tuvo y asumir la propia retórica franquista de construcción de un nuevo país donde se derruirían todas las estructuras previas para construir otras nuevas. Creo que el régimen no dio para tanto, y que en el ámbito empresarial usaba esquemas que ya había en actividades previas a 1936, sobre todo en los años 20, que es un momento fundamental.

–Usurpa esas estructuras.

–Las usurpa, podría decirse así. Pero empresarialmente, el régimen no aporta grandes soluciones, en un primer momento lo que hace es capear el temporal hasta que llega la ayuda norteamericana. Marca una ruptura, sí, pero con este matiz. En el mundo de la empresa, el franquismo no dio para tanto.