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Hoy es siempre todavía || EWELINA JOANNA NIWELT WOJNAR | Bombera

“En los bomberos empecé a conectar conmigo, a sentir que encajaba y a ser más yo”

“El violín me dio mucha disciplina pero cuando lo dejé me atreví a tener una adolescencia tarde, mal y nunca”

“En los bomberos empecé a conectar conmigo, a sentir que encajaba y a ser más yo”

Ewelina Joanna Niwelt Wojnar (Wroclaw, Polonia, 1980) vive en Naves (Oviedo) y es bombera en Gijón desde 2009.

–¿Qué tal está?

–Procurando vivir en el momento presente. Estar en el aquí y en el ahora es más complicado de lo que uno cree, es un entrenamiento constante.

–¿Cómo llegó a Asturias?

–Mi padre es violinista y vino a trabajar en la Orquesta Sinfónica provisional, pero quedamos aquí. Hasta los 5 años tenía relación con Polonia y con su lengua. Empezar en el Santo Ángel, cuando los niños ya escribían, me resultó difícil. Ahora hablo por los codos pero entonces la lengua era una barrera y yo era tímida.

Es la hija mayor del segundo matrimonio de su padre, Jacek. Su madre, Danuta, es arpista. Tiene un hermano, Slawomir, y una hermana, Karolina, que ya nació en España. Tiene dos medio hermanos en Polonia.

–¿Quería ser violinista?

–Mis padres me pusieron un violín en las manos y se me acabó dando bien a base de horas. Me gustaba, pero mi estilo de vida es más al aire libre. En mi vida he chocado varios momentos con la realidad. En octavo de violín, después de sacar los cursos con matrícula de honor, suspendí.

–Tenía 17 años, ¿qué pasó?

–Tengo mis conclusiones... Al llegar a casa mi padre quedó tan tranquilo. Me dijo con todo su cariño que mejor eso a que me hubieran puesto un notable, porque eso estropearía mi currículo. Me di cuenta de que estaba tocando el violín para mi padre. En el fondo, el jefe de estudios de entonces me hizo un gran favor porque me atreví a tener una adolescencia tarde, mal y nunca. Me matriculé en noveno de violín, pero no fui. Y tenía un nivel muy alto.

–¿Qué hizo entonces?

–Matricularme en cosas, grafología, quiromasaje, ocuparme bastante de mi hermana pequeña, tocar el violín en un grupo folk, en una orquesta. En el instituto me habían llamado la atención las Ciencias, pero hice Letras porque era más fácil y me daba más tiempo para el violín.

–Aprender a tocar un instrumento es muy exigente.

–Me dio mucha disciplina, pero no tenía a la par la inteligencia emocional o la vida social. Fue un regalo porque a mí me gusta exigirme. Sentía que no hacía lo que mis amigas, que estaban en una carrera, pero al final saqué una oposición y aprendí que perderse es muy bueno para encontrarse.

¿Cómo llegó a imaginarse bombera?

En 2001, entrenando en el gimnasio. Hasta entonces mi vida había sido instituto y violín, aunque me gustaba moverme y ver los deportes. Me apunté con mi madre a aerobic y cuando me quedó corto, pasé a hacer pesas con mi hermano y a correr algo. Unos chavales que trabajaban de bomberos en Du Pont y estaban opositando me dijeron que podía ser bombera. Con mi estatura –mido 1,63– no me da para policía. Eso me abrió los ojos. Ya había alguna bombera: ahora creo que somos nueve en Asturias. Ya hay chicas con mucha cultura deportiva y se está equilibrando su presencia en la Policía. Pasó en la música. Antes los violinistas solistas eran hombres y ahora está casi igualado. Se trata de centrarse y apostar tiempo y dinero.

–¿Por qué tiempo?

–Porque hacen falta efectivos, pero sacan las oposiciones a cuentagotas. La plantilla de Gijón está envejecida. Soy la tercera más joven y tengo 40 años, aunque aparento menos y mi mentalidad es quinceañera, jajaja.

–¿Por qué dinero?

–Porque hay que sacar carnés de camión, de tráiler, de autobús.

¿Cómo fue su vida personal?

–Conocí a un chico que era bombero en Oviedo y fui a vivir con él a los 25 años. Es el padre de mis hijos, Damián, de 10 años, y Aniela, de 8.

¿Qué tal ser bombera?

–Mejor de lo que esperaba. Empecé a conectar conmigo, a sentir que encajaba y a ser más yo en un mundo que, en teoría, no era para chicas. Conmigo fueron muy espontáneos a pesar del primer shock. Nuestras guardias son de 24 horas y en eso sale tu personalidad, no puedes mantener la careta todo ese tiempo. Se comparte mucho. Es un trabajo diverso, enriquecedor y relacionado con ayudar a las personas, que es agradable.

–¿Concilia bien ser bombera y madre?

Muy bien. A 24 horas de trabajo siguen 4 guardias libres. Para mí ser madre es estar el máximo tiempo con los niños. Los niños necesitan a las madres. Es el mayor regalo. Tendríamos que valorar mucho el embarazo y dar el pecho.

–No todo el mundo puede permitírselo...

Sé que lo digo desde una base de seguridad, pero la maternidad no es rebajarse a no tener carrera profesional. La maternidad es exigente etapa a etapa pero aprendes mucho y a través de mis hijos conecté con mi niño interior. Escuché una vez que no son los adultos los que hacen niños sino los niños los que hacen adultos. En los bomberos hay muchos hombres con mujeres que trabajan y hacen de padre-madre. Me encanta encontrar ese sentimiento humano en hombres. Son los que me volvieron a animar a tocar el violín.

–¿Qué tal se lleva con el violín?–

Ahora, bien. Durante años mi relación fue competitiva, ser la mejor violinista; ahora veo lo que arropa en el dolor. Es bueno vivir el dolor para pasar los momentos difíciles. La anestesia aleja el enfrentamiento con el dolor y hay que atreverse a mirar dentro.

–¿Qué dolor tuvo usted?

–Mi herida emocional fue el abandono al cambiar de país y desvincularme de mi abuela, que era la que me estaba criando, para venir a España sin saber español. Mis padres me daban cariño pero me forjó un carácter y reconocí ese dolor a partir de que me divorcié, en septiembre del año pasado. Y fue acabar de firmar y entrar en la primera cuarentena. Fue duro.

–Vive en Naves. El campo está muy bien en esta época.

–El padre de mis hijos vive ahí también y siento a los niños cerca aunque no toque que estén conmigo. Tengo muy buen trato con los vecinos y puedo salir a la finca. Al ver la puesta de sol compruebas la fuerza de la naturaleza que te abraza. Es un momento duro pero lo veo como un entrenamiento para la vida. He aprendido a sentir gratitud y perdón hacia mí en vez de machacarme por lo que no sale bien. La psicóloga me ha ayudado. Pararse es muy bueno y aprender a respirar.

–Muchos cambios en muy poco tiempo...

–Los niños están bien y eso tranquiliza. Como estos cambios duelen mucho y no sirve correr para evadirse, voy abriéndome a escribir y a leer.

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