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Santullano, más de un siglo de piedra vista

Fortunato Selgas, que costeó de su bolsillo la recuperación del templo, retiró en 1915 el enlucido exterior que protegía las pinturas

Interior de la iglesia de San Julián de los Prados. Miki López

El de 1912 fue un año clave en la historia del templo prerrománico de San Julián de los Prados, Santullano. Es el año en el que se inicia la recuperación del edificio hasta llegar al aspecto que ahora conocemos. Fortunato Selgas, empresario, historiador, escritor y mecenas, realiza una profunda intervención en Santullano, pagada de su propio bolsillo, entre 1912 y 1915.

Lo más importante de aquellos trabajos es el descubrimiento de las pinturas interiores. Selgas las recupera y las salva. Su legado es fundamental en la historia del prerrománico asturiano, pero se da la circunstancia de que quien fuera el mayor benefactor de Santullano fue también la persona que cometió el error que podría acabar con las pinturas que él mismo rescató: retirar el enlucido exterior, el revoque de los muros de Santullano. En la memoria de aquellos trabajos Fortunato Selgas dejó escrito cuál debe ser el criterio de toda restauración programada para un edificio histórico: “Se debe evitar el conservadurismo a ultranza, y consiguientemente antirrestaurador, y la restauración radical”. Él propuso la eliminación de los añadidos postizos barrocos, como las cubiertas abovedadas, para recuperar la primitiva disposición del artesonado de madera, suprimió las rejas de las ventanas y los encalados, además de recuperar para el pórtico de acceso su diseño original, devolviendo, eso creía, el edificio a su aspecto primitivo y recuperando sus valiosísimas pinturas murales. De todos modos, el trabajo de Selgas fue clave para que Santullano fuese declarado Monumento Nacional poco después, el 8 de junio de 1917. Más tarde, en diciembre de 1998, fue declarado Patrimonio de la Humanidad junto con la Cámara Santa y la fuente de la Foncalada de Oviedo.

Selgas fue el gran descubridor del tesoro de Santullano, ese edificio de 33 metros de largo por 29 de ancho que se levantaba a pocos metros de la muralla de la ciudad y dentro de un complejo que tal vez incluyese otras edificaciones cuyos restos podrían estar bajo las naves de la fábrica de La Vega.

El historiador Selgas mantenía, erróneamente, que las iglesias prerrománicas no tenían ni estuco ni pintura en su exterior. No era así. El mecenas nacido en Cudillero retiró esa carga de las paredes exteriores, pero su trabajo no fue perfecto, y décadas después el historiador Lorenzo Arias encontró restos de ese estuco y de policromía debajo de los aleros del edificio. Jesús Puras, restaurador que conoce bien Santullano y sus pinturas, lo corroboró después. De todos modos, en la imaginería colectiva de asturianos y visitantes las construcciones prerrománicas son de piedra vista. Se debe a esa idea de que la piedra dura y pura denota antigüedad. No es así.

Santullano y el resto de templos prerrománicos que se conservan en Asturias tenían un enlucido exterior, y era esa carga la que protegía las policromías de las paredes interiores de las filtraciones de agua. Hay documentación y hay restos que así lo corroboran. Los estudiosos lo certifican y el director general de Cultura del Principado, Pablo León Gasalla, ha vuelto a poner sobre la mesa el proyecto de revocar de nuevo Santullano. Es la única solución para detener el deterioro de las pinturas exteriores, y lo es, simplemente, porque así fue concebido el templo en el siglo IX.

Hay expertos y hay tecnología para hacerlo, lo que hace falta es decisión y educación, pedagogía para que la opinión pública comprenda que la actuación no es un parche, que es recuperar, en parte, el estado original del templo. El problema está ahí, en el miedo al qué dirán.

Jesús Puras releía esta semana unas notas de un seminario al que acudió en Italia en 1987. “El director de un museo de Berlín explicaba entonces que la última fase de cualquier intervención de restauración debe ser la explicación pública”, recuerda Puras. “¡Y era 1987!”, subraya el restaurador.

Es la parte más complicada del proceso porque depende de la subjetividad de cada uno. Hay malos precedentes, pero porque el trabajo se hizo mal. El caso más notorio fue el de la iglesia de Abamia (Corao, Cangas de Onís), templo bajomedieval y simbólico, ya que se le atribuye ser el lugar de descanso eterno de Pelayo. Su enlucido en una tonalidad entre amarilla y ocre sublevó en 2007 a los vecinos. El disgusto y el bochorno no se olvidan.

El gran problema que ven los historiadores es precisamente ese, el de cambiar algo que la sociedad ya tiene asimilado que debe ser así. Los expertos tienen como máxima que cualquier actuación debe ser respetuosa con el bien que se quiere proteger, sobre el que se actúa, pero... Ignacio Alonso, quien fuera director del Museo Arqueológico y responsable de Patrimonio del Principado, añade: “La actuación también debe ser respetuosa con la opinión pública”.

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