La grandeza de Maria João Pires al piano ésta compuesta de elegancia, contención, técnica apabullante y de una naturalidad capaz de dominar las partituras más endiabladas e interpretarlas como si salieran solas de los dedos. El público ovetense lo comprobó ayer, durante el primer recital de piano solo que ofrecía en Oviedo esta intérprete portuguesa, una de las leyendas del piano de nuestros días. En el Auditorio Príncipe Felipe, en el marco de las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”, patrocinadas por LA NUEVA ESPAÑA, Pires se hizo con un público que no dejó de aplaudir a esta mujer menuda pero de enorme dimensión artística que, además, tocó todo de memoria, sin partitura.

Pires llegó a Oviedo con un programa difícil firmado por tres compositores (Schubert, Debussy y Beethoven) que requerían tres atmósferas, tres universos sonoros completamente diferentes que supo recrear a la perfección. Desde la primera obra (“Sonata para piano en la mayor” de Schubert), la pianista portuguesa demostró su impresionante técnica. Consiguió un sonido muy delicado, muy elegante, un impresionante juego de colores sonoros. Los aplausos entregados que recibió al final de esta interpretación mostraron cómo había sabido transmitir el espíritu de Schubert encapsulado en una contenida elegancia. El tercer movimiento, allegro, con sus pasajes virtuosísticos, fue especialmente brillante.

La pulsación de Pires es clarísima. Incluso en los pasajes en los que el oído percibe cada nota pero el ojo no logra atinar cómo la mano ha podido interpretar a esa velocidad. Dentro de cada una de las obras que ayer interpretó fue jugando con diferentes colores y cada una de las frases tenía un sentido y una dirección desde el punto de vista musical. Todo envuelto en una naturalidad serena, interiorizada. Lo difícil parece fácil en su piano.

Pires estrenó en Oviedo una conocida obra hasta ahora inédita en su repertorio, la “Suite bergamasque” de Debussy. La pianista portuguesa logró crear un ambiente muy sugerente e imprimió un estilo muy personal –esa elegante y clara contención– a la parte más conocida de toda esta composición, el “Claro de Luna”. En sus dedos no se parecía a ninguna de las versiones más popularizadas. Pires brilló también en el apasionado término del segundo movimiento de la suite, el “Menuet”, y la energía que supo imprimir al último de la suite, el “Passepied”.

Tras el descanso, llegó Beethoven, la “Sonata para piano número 32, op. 111”, una partitura sólo para los pianistas con técnica más depurada. Pires logró darle la solemne rotundidad que requería la composición. Tras los aplausos entregados del público ovetense –el confinamiento impidió la asistencia de asturianos de otros municipios– la pianista portuguesa interpretó como propina el conocido segundo movimiento de la “Sonata número 8 de Beethoven, La patética”. Fue el remate perfecto de un concierto en el que quedó patente por qué Maria João Pires sigue siendo una de las grandes pianistas de nuestros pandémicos tiempos.