El pintor Luis Feito López (Madrid, 1929), de prestigio internacional, introductor en España del expresionismo abstracto, y de profundas raíces vaqueiras –su familia proviene de una braña de Luarca– falleció ayer en la localidad madrileña de Rascafría a causa del covid-19 a los 91 años. Fue uno de los impulsores del colectivo El Paso, que reunía a artistas vanguardistas de la España de la postguerra. Y aunque había nacido y vivido la mayor parte de su vida en Madrid (era incluso hijo adoptivo de Rascafría, donde tenía su taller) solía visitar con bastante frecuencia el Principado. Se consideraba a sí mismo como un vaqueiro.

Su obra siempre ha estado vinculada al arte abstracto, con fuertes contrastes entre blancos, negros y rojos, y goza de un fuerte prestigio internacional. Expuso en lugares tan distantes como París, Montreal o Nueva York. En noviembre de 2012 fue galardonado con el premio de “Asturiano del mes” de noviembre por LA NUEVA ESPAÑA por su gran obra pictórica.

Aunque hacía tiempo que “no gozaba de buena salud”, según precisó el director de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, Tomás Marco, y amigo íntimo de Feito, “estuvo dedicado a su arte hasta el final”. Sus restos mortales serán incinerados hoy en la localidad madrileña de Tres Cantos.

En lo artístico, Feito era dueño de un discurso plástico que recorre diversas etapas: el grafismo, las manchas y la geometría. Y sus pinturas calaron. En lo personal presumía con frecuencia de sus orígenes vaqueiros, y de su braña de Luarca. Se formó en la Escuela de San Fernando y, tras algunos devaneos en la estética cubista, comenzó a exponer en 1954. Unos años más tarde se asentó en París, donde conoció la pintura abstracta de Poliakoff, Fautrier, Hartung o Rothko, que marcarían su carrera posterior. Alcanzó la fama artística a partir de las Bienales de Venecia de 1958 y 1960.

Tuvo una etapa roja. En 1962 en sus cuadros asoma un nuevo color, el rojo, que utiliza con destreza en forma más circulares. Fue el mismo color que usaría en la felicitación navideña de LA NUEVA ESPAÑA del año 2012 y que llevaba su inconfundible firma.

Y otra etapa blanca. Por seguir con la cronología de su vida, a finales de la década de los sesenta es el color blanco el que adquiere el protagonismo en sus estructuras geométricas. Por aquella época se establece en Montreal para, posteriormente, vivir en Nueva York, hasta su regreso definitivo a España en la década de los noventa.

No le gustaba demasiado elaborar interpretaciones o explicaciones sobre su pintura, prefería quedarse con el impulso, con la emoción, decía. Trabajaba sin premeditación, sin esquemas previos. Pero, aunque no lo expresara con palabras en sus lienzos había algo más que formas y colores. Hace años en una entrevista a este diario resumía con la misma destreza con la que manejaba el pincel lo que había sido su vida artística: “Sabe Dios si me he pasado la vida con garabatos, pero eso me ha dado la razón de existir”.

El propio ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, trasladó ayer su “más sentido pésame” a la familia y amigos del pintor asturiano. Feito ya no está, pero su obra pervive. Sus pinturas están expuestas en reconocidos museos de arte contemporáneo de todo el mundo, como el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), el Museo Nacional de Arte Moderno de París (en el Pompidou), o, más cerca de su casa, el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.