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Palabra de feminista

La ley trans lleva parejo un abanico de neologismos tachados de “huecos y vacíos” por el feminismo tradicional | El uso de unos u otros es ya de por si marcarse en el intenso debate de la norma en España

Pocas veces el uso de una palabra en vez de otra, por muy parecidas que estas parezcan o por muy inocente que haya sido la elección, puede servir para marcarse tanto política, ideológica o socialmente. Es el caso de las que se manejan para hablar de la futura ley por la igualdad real y efectiva de las personas trans –llamada coloquialmente ley trans– en España.

Sin ni siquiera haber nacido, la norma ha generado ya un intenso debate. Apenas hay un primer borrador, presentado este 2 de febrero por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero (Unidas Podemos), pero la polémica está servida en torno a la piedra angular del texto: la libre autodeterminación del género, al incluir que cualquier persona puede cambiar su nombre y sexo en el registro civil solo con una declaración expresa a partir de los 16 años.

El debate tiene muchas variantes entre ellas conectadas: la política, debido a la brecha que ha abierto en el gobierno PSOE-Unidas Podemos; y la feminista, por el rechazo del movimiento clásico o histórico a los postulados queer. Todo ello rodeado de una lluvia de nuevos términos, siglas, cuyo significado en muchos casos se desconoce o es difuso y, además, el uso de unos y otros puede conllevar una intencionalidad y, sin quererlo, posicionarse de uno u otro lado.

De hecho, la propia generación en si de neologismos ya genera división. “Las palabras vacías, las referencias huecas, las frases hechas, el recurso al eslogan y el uso de eufemismos son adormideras que evitan la perspectiva crítica”, sentencia la escritora y filósofa Alicia Miyares (Arriondas, 1963) en su obra recién llegada a las librerías “Distopías patriarcales. Análisis feminista del ‘generismo queer’”, quien añade: “En la neolengua queer no hay palabras para la ciencia, la justicia, el saber médico o la biología, ya que son referencias anticuadas y normativas”.

Miyares, una de las impulsoras de la Carta abierta al Presidente del Gobierno en la que se cuestiona el contenido de la ley, sabe muy bien lo que es ser “víctima” de esta neolengua, porque a poco que se distraiga (ella y muchas más), debido a su opinión crítica con la norma, acaba siendo acusada de “terf”: trans-exclusionary radical feminist. En español: feminista radical transexcluyente. Los que usan tal denominación consideran que es descriptivo de una parte del feminismo que “odia” a lo trans; los que lo reciben lo consideran un insulto.

Pero hay muchos más términos de nuevo cuño que hay que manejar para abrir la boca con conocimiento de causa.

Lo primero es abordar lo básico. La identidad de género, columna vertebral de la futura ley. Se refiere a la percepción que cada uno tiene sobre sí mismo en cuanto a su género, que no tiene por qué coincidir con sus características sexuales. No es lo mismo que la identidad sexual: esta es la correspondencia entre cómo se siente una persona y su sexo biológico con el que se nace y con el que se identifica.

La identidad de género es defendida y asumida por el movimiento queer. Tal teoría “es un conjunto de ideas sobre el género y la sexualidad humana que sostiene que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están esencialmente inscritos en la naturaleza biológica humana, sino que son el resultado de una construcción social, que varía en cada sociedad”.

Hay dos términos que pese a estar su uso muy extendido (y usarse a veces erróneamente como sinónimos) no está de más definir ante el gran protagonismo que tienen en el debate en torno a la ley. Así los aborda la Asociación contra el borrado de las mujeres, muy combativa con el espíritu del texto y defensora de un feminismo apoyado “en los derechos de las mujeres basados en el sexo”.

Sexo. Son las características biológicas y fisiológicas de los seres vivos en función de su clasificación con respecto a la reproducción. En el caso de la especie humana hay dos categorías sexuales: el varón y la mujer. La mujer tiene cromosomas XX, posee ovarios, útero, vagina y vulva, y durante una parte de su vida tiene la capacidad de producir óvulos, menstruar, gestar, parir y amamantar. El varón tiene cromosomas XY, testículos y pene, así como la capacidad de producir esperma. El sexo, como la raza, es una característica biológica inmutable, y por tanto no puede cambiarse mediante ninguna clase de tratamiento médico o intervención quirúrgica.

Género. Se refiere a los roles, características, comportamientos, y estereotipos socialmente construidos e impuestos sobre las personas en función de su sexo. Es cultural y es la herramienta más poderosa para perpetuar la jerarquía y el orden sexual que mantiene a las mujeres como clase subordinada al poder masculino.

Para palabra de moda ahí está trans. Aunque se use (cada vez más) de forma habitual, hay que aclarar qué se quiere decir. Porque ojo, no es lo mismo transexual o transgénero. Este es el mejor ejemplo de que, en función de qué término se use, uno se posiciona ya en el debate sin apenas haber abierto la boca. Las personas transexuales suelen someterse a tratamientos (hormonas, intervenciones quirúrgicas) para que sus características sexuales sean como las del sexo opuesto porque el suyo les produce rechazo o disconformidad (también llamado disforia de género). Transgénero es un neotérmino que, en España, en general, se utiliza para hablar de “personas cuya identidad de género, expresión de género o conducta no se ajusta a aquella socialmente asociada con el género que se les asignó al nacer”. No se identifica con el binarismo tradicional de género, masculino y femenino. Aquí se engloban travestis, cross dressers, queers, gender queers, drag kings, drag queens y agénero entre otras identidades no normativas...

Y lo que no es trans, según el movimiento queer es cis, un término de nuevo cuño basado en el prefijo homónimo (cis significa de este lado, de aquí). En este caso se refiere a toda aquella persona que se siente identificada con su sexo o género. Lo rechaza el feminismo tradicional porque es una forma de definir a la mujer en base a aquello que las oprime, el patriarcado, porque es como decir que estas son “no hombres”.

Más familiarizada está la sociedad española con LGBTIQ+ , aunque el acrónimo ha crecido en los últimos años. Está formado por las siglas de las palabras lesbiana, gay, bisexual, transgénero, transexual, travesti, intersexual y queer . Al final se suele añadir el símbolo + para incluir todos los colectivos que no están representados en las siglas anteriores.

No se puede cerrar la lista básica de vocabulario sin citar patriarcado, “bestia negra” tradicionalmente del feminismo al referirse a toda forma de organización social cuya autoridad se reserva exclusivamente al hombre o sexo masculino y donde la mujer queda al margen de cualquier liderazgo político, moral, social... El término ha sufrido también una vuelta de tuerca en el imaginario queer para transformarse en heteropatriarcado, más del gusto del movimiento inspirador de la ley trans que se cocina en España. El heropatriarcado es la organización social, política y cultural, en donde la heterosexualidad constituye una norma reguladora del comportamiento y provoca desigualdad y violencia.

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