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Fotógrafo, expone en el Centro Niemeyer hasta el próximo 30 de mayo

Miguel Trillo, fotógrafo: “La Transición me sale en blanco y negro, y la Movida, en color”

“Las fotos de los ochenta son todas nocturnas, yo tenía más aguante; ahora se ha inventado el tardeo, pero es cosa de los padres de familia”

Miguel Trillo, en una reciente visita a Gijón. | Marcos León

El fotógrafo Miguel Trillo (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1953) es el autor de la muestra “Afluencias. Costa Este-Costa Oeste” que desde hoy y hasta el próximo 30 de mayo va a estar colgada en las paredes del foyer del auditorio del Niemeyer, en Avilés. Atiende a LA NUEVA ESPAÑA por teléfono.

–¿Digo bien si afirmo que la juventud es el tema que unifica su obra?

–Dice bien. Pero también la música que va unida a una determinada generación. Ahora estoy con los “traperos”. Mire, esta exposición la llamo “Costa Este-Costa Oeste” por un aquel de distancia generacional. El Oeste para mí era el de las películas, lo lejano, pero hace tiempo que me di cuenta de que no hay distancias. No hay diferencia entre los jóvenes. Los jóvenes son los partidarios de la segunda piel: la de la ropa. Nosotros, los que ya no somos tan jóvenes, somos más de la pobreza de los escaparates. Los que quieren ir más allá son los jóvenes. La juventud para mí es una militancia. Las fotos que reunimos son de tres países distintos. Mi fotografía no es el reportaje de “National Geographic”, ni tampoco la del turista enamorado del pasado. Los monumentos que salen en mis fotos son los que encuentro a la salida de los conciertos. Lo que siempre busco y he buscado son los dandis. Y el dandismo lo marca un macarra o un pijo. Eso es lo que me interesa.

–¿No hay diferencia entre los jóvenes?

–La verdad es que no las encuentro. Y eso que la busco. En las fotos de los Estados Unidos procuré ir hacia la latinidad y la negritud: son los más modernos; la cultura blanca se ha tranquilizado. Me preguntará por qué he ido a Saigón y no a Tokio, que Tokio es el foco irradiador. Mire, había hecho casi siempre fotos en España, en Europa, y encontré que la cultura cristiana hilaba a unos con otros porque todos tienen al mismo Satanás. Cuando estuve en Saigón o en Hanói descubrí que había más “satanases”.

–Y le sale una punki en Casablanca.

–No siempre los punkis fueron transgresores: lo que hicieron fue quitarse la raya al lado; Alaska, al principio, solo tenía unas mechas. Toda la parafernalia de esta tribu era la que crearon Almodóvar y McNamara cuando salían a los escenarios. Hasta 1982 o 1983 no empezaron las crestas. En Casablanca sí que hay transgresión:en vez de llevar velo, lleva cresta. O los marroquíes con melena. Te dicen que no hay “heavies” marroquíes y tienes que responder que sí, que están en la exposición.

–Es uno de los fotógrafos de la Movida.

–Aquellas fotos las viví como un momento de esperanza. La Transición me sale en blanco y negro, y Movida, en color. Es como una metáfora.

–¿Cómo se montaba el curro de salir a tirar fotos en aquellos años?

–Era los fines de semana: tenía más aguante. La colección que presento en el Niemeyer es de imágenes diurnas; las de la Movida son nocturnas y si hay día es porque están hechas en el Rastro, el domingo por la mañana. La noche era un mundo paralelo, ahora han inventado el tardeo, pero es cosa de los padres de familia. Iba a todos los conciertos y así me fui ganando la confianza de la gente porque si pensaban que era periodista siempre salían con eso de “a ver qué cuentas”. Los cantautores parecía que iban a triunfar, pero al final fue la “New Wave”. El rock quedó de lado, bueno, no todo. Miguel Ríos lo vendió todo con “Bienvenidos”. Así estaba cuando años después me di cuenta de que había conseguido una gran documentación de todo aquello. Pero eso vino dado después. Porque lo mismo que hacía un concierto “nuevaolero” podía marchar a Leganés o Alcorcón a uno de “heavies”. A mí, la verdad, nunca me interesó la sociología de las tribus: lo importante era la estética; sigo siendo un esteta.

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