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Un año de pandemia

Las vidas normales que cambió el covid: los relatos de un futbolista, un policía y dos amigos que abrieron una vermutería

Cada asturiano tiene una gran historia que contar del covid y aquí se recopilan algunas que, sin ser excepcionales, muestran todo el aprendizaje que hay detrás de este duro año

Historias del covid

Una información elaborada por Pablo Palomo (Gijón), Carlos Lamuño (Oviedo), Andrés Illescas (Siero), Ana M. Serrano, Eva San Román, Julio Vivas, Saúl Fernández, Amor Domínguez y Elena Vélez

Cada asturiano tiene una gran historia que contar del covid y aquí se recopilan algunas que, sin ser excepcionales, muestran todos los detalles que hay detrás de este duro año. Son las historias de profesionales a los que de una u otra manera el 2020 les cambió su percepción de la vida, su lugar de trabajo, su concepto de la felicidad. Son historias de aprendizajes con mayúsculas.

Óscar García Pérez y Mario Martin, delante de su vermutería, en el avilesino barrio de Sabugo. Ricardo Solís

El futuro es una vermutería que abrió tras el confinamiento

Mario Martin y Óscar García Pérez llegaron en enero del año pasado a Avilés y decidieron abrir una vermutería y reiniciar su vida en común. Salvaron el confinamiento y los líos burocráticos y todo cambió. “Hay una cosa que tenemos clara: si el virus no nos paró, nada nos parará”, dicen. No son asturianos (uno es de Barcelona y el otro de Albacete). Se casaron en una cala, en Villajoyosa en 2012. “Y nos vinimos a Asturias de viaje de novios”, cuenta Martin. Eran dueños de una brasería y una tapería en Santa Pola, en Alicante. “Y un día nos dimos cuenta de que vivíamos para trabajar”, resume Martin. Traspasaron los dos negocios. Aquel primer viaje asturiano les había dejado “encantados”. “Buscamos por internet y decidimos comprarnos una casa de aldea”. “Nos dijeron que estábamos locos”, añade entre risas. Pero lo que estaban era con ganas enormes de cambiar de vida. “Buscábamos un local para trabajarlo los dos solos, empezamos en la calle del Sol. Creamos la empresa, la llamamos Sole Mío, pero en marzo nos confinaron”, cuentan. No pudieron reemprender la vida que esperaban hasta mediados de julio pasado. “Fue cuando abrimos”, dicen ambos, sentados, precisamente, en la terraza de La Monstrua, el local de Avilés encontrado finalmente para reiniciar su vida entera. “De Asturias no nos va a echar nadie”, concluyen.

Pablo Acebal, en el vestuario de Santa Cruz. | Ángel González

Pablo Acebal, el futbolista al que retiró el virus: “No quise exponer a mis abuelos”

El coronavirus lleva un año marcando goles por la escuadra a todo el planeta, pero en el caso de Pablo Acebal lo que ha provocado es que deje de hacerlos. Futbolista de amplio espectro, decidió colgar las botas en septiembre para no exponerse al virus. Su trabajo y su familia, especialmente sus abuelos, pesaron más que su pasión. Dejó de vestirse de corto para no exponerse, para no contagiarse ni contagiar. Sin embargo, su amor por la pelota es crónico. Así que desde hace dos semanas coordina las categorías inferiores de un histórico de Asturias como el Gijón Industrial, el mismo club en el que se retiró. “La decisión es firme y no me arrepiento”, asegura.

Cuenta Acebal que lleva con una pelota pegada al pie casi por nacimiento. Básicamente, como cualquier de los mortales sensatos estamos pegados ahora a una mascarilla, pero él disfrutando. Pasó por todas las categorías inferiores del Sporting, el club de su vida. Llegó hasta el filial, en Segunda B, la antesala de jugar a la sombra de El Molinón. Su carrera es de trotamundos. Jugó en media Asturias: en el Lealtad, el Marino o el Langreo además del Gijón Industrial. Vivió una aventura en el Alicante (no confundir con el Hércules), también en la categoría de bronce. “Estuve toda la vida compitiendo y se echa de menos”, cuenta. 

Acebal, policía portuario en Gijón de profesión e historiador de vocación, añora el ambiente de fútbol del fin de semana, los entrenamientos y las veladas de después. Llegó al Gijón Industrial hace dos temporadas, en Tercera División. El año pasado, el virus paralizó la modesta competición, que regresó tras el verano. Justo en la antesala de la segunda ola. “Vi que la incidencia empezaba a subir y que el riesgo era alto. No quería exponer a mis abuelos”, recuerda. Así que lo dejó. Primero, como se deja todo lo que de verdad se quiere. Dándose un tiempo y después aceptando que no hay vuelta atrás. Aunque lo echa de menos, no se arrepiente. El virus que ha impuesto la distancia social también ha separado a la gente del fútbol cercano. Poco queda de las gradas llenas y de la complicidad que solo se genera en un vestuario. “Se ha perdido mucho el tema social. El fútbol modesto se ha visto muy perjudicado”, dice. Añade que, para él, esto no es ningún drama. Que disfrutó lo que no está escrito con el fútbol y que lo seguirá haciendo como coordinador de la cantera del “Indus”. A él, el coronavirus le habrá sacado del campo, pero no le ha dejado en fuera de juego.

Silvia de la Peña.

Silvia de la Peña, la modista que dejó de ser abogada: "A veces los ojos te los abre una pandemia"

Cambió Barcelona por Arriondas y su trabajo de abogada en una consultora por el oficio que le había enseñado su abuela y después su madre siendo bien pequeña. Silvia de la Peña (30 años) se hizo modista cuando el mundo se puso patas arriba a cuenta del coronavirus. Y dejó su ciudad porque “aquello era insostenible allí, me ahogaba”, recuerda. Silvia había completado su formación en Derecho con un máster en Propiedad Intelectual e Industrial y Nuevas Tecnologías y era una persona bien considerada en la empresa. Pero el confinamiento y la crisis sanitaria le hicieron cambiar el rumbo de la vida que había elegido casi por inercia, “por garantizar un buen futuro”. Al final, optó por seguir “algo que realmente siempre me había gustado”, aunque nunca se lo había planteado como un modo de vida.

Y a veces los sueños se cumplen porque al poco tiempo de su cambio de vida creó su propia marca de ropa: “Yanislaisi”. “Escogí Arriondas porque tengo allí familia política”, explica, “y descubrí estando aquí que no quiero volver a vivir a una gran ciudad” al menos de momento.

Su idea se convirtió en empresa y ésta en un éxito de ventas. Pero ella también creció profesionalmente. Hizo cursos de patronaje y e-commerce y a sus conocimientos de costura sumó “los que vas necesitando para tener tur propia empresa”. Empezó siendo ella sola, “cosía por encargo las prendas que me pedían, pero la pandemia hizo despuntar las ventas online, así que de pronto empecé a tener más pedidos que posibilidades”. Fue por eso que decidió echar mano de algunas mujeres que la rodeaban, entre ellas su suegra. Ahora trabajan con ella tres tejedoras y una costurera, todas de Arriondas. Silvia es una cosmopolita que no ha perdido su acento catalán haciendo pueblo a la vera del río Sella. “Hacemos prendas de punto y ganchillo, de inspiración romántica con telas naturales como linos, sedas o plumeti”, describe. Ahora busca lana lista para ser tejida en la comarca oriental, “pero no la hay y es una pena”, lamenta. Cuenta que lo más importante del cambio es “la importancia de los valores y la ética de cada uno, en eso se ha basado mi empresa” y ahí radica su esencia. En eso y en que “está hecho a mano y en España”, subraya. “Tenemos que apostar por lo nuestro porque hay muchas posibilidades, a veces los ojos te los abre una pandemia, otras no somos capaces de abrirlos nunca”.

Emilio Solís.

Emilio Solís, el ovetense que pasó de trabajar por toda Europa a escalar por las tardes en el Principado

El pasado día uno de diciembre Emilio Solís (Oviedo, 1996) cogió un avión en Londres con destino a Santiago del Monte. La idea entonces, con una PCR negativa que le dolió en el bolsillo, era volver a casa por Navidad y deshacer lo volado pasada la Nochevieja. La idea de tener que pagar otra PCR, otro vuelo, su piso de Londres y el coste de la cuarentena que exigen en el Reino Unido hizo que “Milo” Solís se preguntase “¿para qué?”. El covid le cambió la vida. O, por lo menos, las mieles de algunos de los derechos que trajo consigo. La posibilidad de teletrabajar ha hecho que pueda continuar con los proyectos de su empresa desde Asturias. Así, después de siete años recorriendo Europa (Noruega, Alemania, Francia, Escocia e Inglaterra), el pasado catorce de febrero celebró su primer cumpleaños en casa desde que cumplió los dieciocho.

Una pandemia que, pese a los cierres perimetrales y las sucesivas restricciones, le ha hecho redescubrir el Principado. “Realmente estaba cansado de las ciudades grandes”, reflexiona Solís mientras se sirve un culín de sidra en una terraza de la Avenida de Galicia. Contra lo que pueda parecer le hacen sentirse “atrapado”. No como las montañas de Asturias, de las que se está enamorando ahora, pese a haber crecido entre ellas. Por la mañana, trabaja estudiando el impacto medioambiental de los materiales de construcción y, cada tarde que puede, se escapa a practicar escalada.

Sabe que esto, por desgracia, no es para siempre, “de lo mío no hay mucho curro por aquí”, y que, en algún momento, le tocará volver a hacer las maletas y coger otro avión, aunque todavía no tiene muy claro el destino. Graduado en Relaciones Internacionales y Literatura, Solís se ha lanzado a hacer un trabajo que en España haría un ingeniero. Algo que es “impensable” aquí, pero que en Europa no es tan extraño. Aunque, de momento, tener trabajo en Londres y llevarlo a cabo desde Asturias es bastante rentable. Y Solís se sirve otro culín por ello, aunque sea gracias a una pandemia. 

Raimundo García. Andrés Illescas

Raimundo García (policía): "Ya no soporto la insolidaridad ni la intolerancia"

Un día, de repente, el trabajo diario del agente municipal de Noreña Raimundo García cambió drásticamente. Era marzo. No había gente por las calles, solo algunos iban camino al supermercado, o al trabajo. “No sabíamos lo que se nos venía encima y lo afrontamos como una situación excepcional y transitoria”, recuerda el policía, que lleva ya nueve años en la Villa Condal. La tristeza se apoderaba de todos, el desánimo cundía y Raimundo optó por alentar a jóvenes y mayores con consignas, cuentos y correspondencia con personajes animados que leía a los niños aprovechando los momentos en los que iba a hacer la patrulla con el coche, a las ocho de la tarde.

Los vídeos de sus actuaciones se hicieron virales, llegó la fama, las llamadas de medios de comunicación día tras día: “Hubo momentos de locura, en los que el teléfono no paraba de sonar y, obviamente había que atender a todo el mundo. Creo que eso vino bien a la gente, el ver que se hablaba de Noreña”.

Aunque el momento del globo mediático ha pasado, nada será ya igual para Raimundo García. Por fuera sigue la fama -“que me reconozcan por la voz me hace gracia”, dice-; por dentro, la intolerancia hacia los intolerantes. “Aunque la rutina parezca la misma, en el interior hemos cambiado mucho. Ya no soporto la insolidaridad, la intolerancia. En estos tiempos que es más necesario que nunca el apoyo mutuo, no me gusta ver cómo se ha extendido ese pensamiento de 'yo lo hago todo perfecto y el resto no'”, abunda el policía, deseoso de que todo esto pase, aunque deje huella. “Llevamos un año sin descansar, es agotador”, concluye. 

Celso González, Ciaño: "Pasé de trabajar en la construcción a ser auxiliar de enfermería"

Celso González, Ciaño: "Pasé de trabajar en la construcción a ser auxiliar de enfermería" Julio Vivas

De la construcción a sanitario que cuidó a enfermos de covid

“En este año me he dado cuenta de que, muchas veces, como pacientes somos impacientes y no respetamos las funciones que tiene el personal médico a pesar del trabajo que realizan”. Esta es una de las reflexiones que ha sacado en claro el lavianés Celso González, de 43 años y residente en el distrito langreano de Ciaño desde hace veinte.

González pasó del mundo de la construcción en una empresa de demolición a sanitario como auxiliar de enfermería, y el año pasado tuvo la oportunidad de trabajar durante unos meses en el Centro de Referencia para personas con Discapacidades Neurológicas (Credine) de Barros, donde acudían pacientes con covid, estrenándose con esta función que nada tiene que ver con su objetivo principal. “Claro que me ha cambiado la vida, ahora veo las cosas de otra manera, he visto de todo, pasarlo muy mal porque ves que empeora un paciente y alegrarte porque ves que se está recuperando, otros que ves cómo están en clara mejoría y, en un momento empeora; también tuve que estar con pacientes con demencia que sabían que estaban enfermos pero no por qué, es muy duro”. 

El lavianés ya había decidido cambiar radicalmente de oficio un año antes. “Volví a estudiar e hice prácticas en el hospital, después llegó el coronavirus y solicité entrar en la bolsa de empleo, al final me llamaron para trabajar a finales de octubre”, explica. Antes de entrar en el Credine estuvo unos días antes en el Hospital Valle del Nalón y en el Sanatorio Adaro. “Pero nada que ver con el Credine, llegó un momento en el que teníamos muchísimos pacientes, era complicado, a pesar de todas las precauciones que tomábamos, y mira que había visto fallecimientos cuando estuve de prácticas en el hospital, pero esto era distinto”. 

Toda esta experiencia, asegura, “me han cambiado, la vida es un suspiro, lo que más me arrepiento es de no haber estudiado mucho antes y eso que el mundo sanitario siempre me había llamado”.

Silvia Cerdeira. Ana M. Serrano

La vida desde la ambulancia: "El apoyo de la sociedad al sector sanitario nos ayudó a superar momentos muy duros"

En el centro de coordinación de Transinsa en el polígono del Espíritu Santo el teléfono no para de sonar. Desde aquí se organiza el transporte sanitario de Asturias que incluye los diez vehículos que forman parte del protocolo covid. "En los últimos meses fuimos de ola en ola, al principio había mucha incertidumbre, teníamos que tomar decisiones muy rápido", recuerda Eva Salas, una de las encargadas del control del centro de coordinación. "El aprendizaje de los primeros momentos nos ayudó a salir adelante con lo que habiamos aprendido y con la vacuna estamos empezando a ver la luz". El "subidón de adrenalina" que supuso la intensidad del trabajo diario dio paso a la preocupación por el entorno.

La vida desde la ambulancia: "El apoyo de la sociedad al sector sanitario nos ayudó a superar momentos muy duros"

La vida desde la ambulancia: "El apoyo de la sociedad al sector sanitario nos ayudó a superar momentos muy duros" Amor Domínguez

Ignacio Álvarez Villar, taxista: “Antes trabajaba con alegría y los ingresos eran considerables, ahora no tiene nada que ver, el covid nos ha dado un hachazo”

“Cuando yo empecé en el sector del taxi hace dos años esto era otra cosa, se trabajaba con alegría y los ingresos eran considerables, ahora no tiene nada que ver, el covid nos ha dado un hachazo”. Ignacio Álvarez Villar, ovetense de 58 años, trabaja como taxista asalariado desde hace dos años y asegura que desde el inicio de la pandemia sus ingresos se han reducido a la mitad. Además, es diabético, y por tanto pertenece al sector de población con mayor riesgo de padecer una enfermedad grave por coronavirus.

Ignacio Álvarez Villar, taxista: “Antes trabajaba con alegría y los ingresos eran considerables, ahora no tiene nada que ver, el covid nos ha dado un hachazo”

Ignacio Álvarez Villar, taxista: “Antes trabajaba con alegría y los ingresos eran considerables, ahora no tiene nada que ver, el covid nos ha dado un hachazo” Elena Vélez

Silvia Cerdeira, la empresaria que pasó el confinamiento diseñando bolsas de pan en casa

"Teletrabajar no es conciliar". Es lo que descubrió durante el confinamiento de la pasada primavera la empresaria valdesana con raíces en Ortiguera (Coaña) Silvia Cerdeira. Vecina de Cadavedo de 33 años, diseñadora gráfica de estudios y de profesión, trabajaba desde casa dirigiendo su propia firma y proyecto hasta que se dio cuenta de que debía buscar un plan B. "En casa y con niños pequeños de cinco y tres años no se puede avanzar porque no estás ni a una cosa, ni a otra", señala.

La idea de separar físicamente hogar y empresa ya rondaba por si cabeza antes del vuelco social que provocó el coronavirus, pero la pandemia, la afianzó. Silvia Cerdeira se pasó en el confinamiento largas semanas trabajando en casa (su sector se consideraba imprescindible por el diseño, entre otras cosas, de bolsas de pan). "Comprobé que hay que separar trabajo y familia sí o sí", insiste. Cuando se enteró de que salían a concurso las naves y despachos del centro municipal de empresas de Valdés, bajo la mediación de sede de Luarca de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Oviedo, no se lo pensó dos veces y decidió dar un vuelco a su vida. Primero solicitó un espacio amplio para instalar las máquinas de impresión de su empresa. Finalmente, se tuvo que conformar con un despacho. "En todo caso, ahora todo es diferente y puedo trabajar más tranquila. Sin duda, he notado el cambio", señala. Al despacho acude en horario de mañana, de nueve a dos de la tarde, aproximadamente. "Todo lo urgente lo hago en ese tiempo, que es cuando de lunes a viernes hay colegio", dice .

Si necesita hacer otro confinamiento voluntario o una cuarentena obligada "por lo menos tendré horarios". Silvia Cerdeira relata además la dureza de trabajar, criar y educar al mismo tiempo, en un mismo escenario y bajo un mismo techo. "Es imposible; esperas una llamada importante y justo cuando tienes que atenderla los niños te piden el juguete que está guardado en lo más alto del armario", cuenta entre a modo de ejemplo. "Y lo peor de todo es que te están viendo estresada y, en realidad, copian todo; somos como sus modelos", señala. Lo que gana ahora es que "no pierdo el tiempo". O, al menos, así lo siente. "Cuando estoy en casa, estoy en casa y cuando estoy en el despacho, estoy trabajando; antes ni estaba en una cosa plenamente ni en otra", lamenta.

Con el tiempo espera que su empresa pueda crecer. De momento ha trasladado parte de su oficina al despacho del centro de empresas de Valdés. Tiene algunas máquinas en una casa de una tía, en Querúas, donde acude alguna tarde. La pandemia le enseñó que hay que separar vida familiar y laboral y también "que no hay como vivir en una casa de campo". De hecho, recuerda que pudo sacar adelante varios trabajos (su marido trabaja a turnos en una fábrica de Avilés) porque "si tienes jardín y un arenero para los niños tienes un tesoro". Antes, su zona de trabajo estaba en la planta baja de la casa. Sin embargo, ni separando las estancias recogía frutos. "Al final si estás físicamente, para ellos estás disponible", señala. En el futuro se ve sumando proyectos. Ahora está atenta a la tregua que presuntamente dará el coronavirus gracias a la vacunación. "Todo empezará a moverse más y ese será un momento muy esperado para avanzar", subraya.

Sandra Solís, dueña de una boutique: “La primera sensación tras el anuncio del confinamiento fue de pánico absoluto, pero luego, me dije: ‘Hay que actuar’"

Sandra Solís, dueña de una boutique: “La primera sensación tras el anuncio del confinamiento fue de pánico absoluto, pero luego, me dije: ‘Hay que actuar’" Elena Vélez

Sandra Solís, dueña de una boutique: “Primero tuve pánico absoluto, pero luego me dije: ‘Hay que actuar’"

“El año pasado por estas fechas, cuando todo empezaba a cocerse y finalmente nos confinaron, la primera sensación fue de pánico absoluto, pero luego, me dije: ‘Hay que actuar´. Sandra Solís es la propietaria de una boutique en la calle Magdalena de Oviedo, en el casco antiguo, junto a su hermana Vanessa. Casi un año después del inicio de la pandemia por covid-19 recibe a sus clientas con límite de aforo, gel hidroalcohólico en la mesa y más encargos que nunca por redes sociales y whatsapp.

José Ramón Castañón, "Pochi", sacerdote: "La pandemia nos ha quitado cosas que no vamos a recuperar"

José Ramón Castañón, "Pochi", sacerdote: "La pandemia nos ha quitado cosas que no vamos a recuperar" Amor Domínguez

José Ramón Castañón, "Pochi", sacerdote: "La pandemia nos ha quitado cosas que no vamos a recuperar"

La actividad en la parroquia de Nuestra Señora de Covadonga del barrio ovetense de Teatinos, sigue siendo frenética un año después de la pandemia aunque para mantener todas las actividades el esfuerzo se ha multiplicado por dos. "La pandemia nos ha quitado cosas que no vamos a recuperar", lamenta José Ramón Castañón, "Pochi". En los últimos meses hasta aquí han llegado cada vez más casos de soledad y carencias económicas. "La gente tiene miedo, hay un 40% que no ha vuelto a la Iglesia". "Pochi", asegura que los mayores han sido el colectivo más castigado por la pandemia. "Muchos llevan doce meses sin recibir la visita de sus familiares, nosotros hemos suspendido los programas de acompñamiento presenciales aunque intentamos apoyarles a través de otras vías. Creo que la forma de relacionarnos ya no va a volver a ser la misma", lamenta.

Fernando Martínez, director de la residencia de mayores de El Cristo: "La pandemia nos ha enseñado el valor de la normalidad"

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