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La historia de una joven de 27 años con su nuevo corazón: "El mío estaba pochito y era pequeño, ahora me han puesto un Ferrari"

Sara Viéitez padece una enfermedad congénita que la ha obligado a un trasplante, que ha recibido de una persona joven que falleció en un accidente de tráfico

Sara Viéitez, en la habitación del hospital en el que se recupera del trasplante.

"Quiero que se vea bien la cicatriz, es la que hace que esté viva”. Sara Viéitez habla de la que le quedará en el medio del pecho después de que, hace hoy una semana, entrara en quirófano para cambiar su corazón de piedra. La operación del trasplante de esta joven de 27 años “fue un éxito y la recuperación está siendo bastante buena”, según cuenta ella misma desde la habitación del hospital de A Coruña en la que debe estar unas semanas aislada. Por las noches, se acuesta con la mano en el pecho para sentir cómo late. “No lo hace como el mío, pero es que el mío no lo hacía bien”, explica. Bombea con fuerza, entre otras cosas, por la medicación. “Me han puesto aquí un kilómetro cero de un Ferrari”, compara.

Esta paciente de Povisa padece una enfermedad hereditaria e inusual que hace que las fibras el corazón sean muy rígidas y no puedan impulsar la sangre al resto del cuerpo. Tras un año debilitándose , el trasplante era la única solución. La llamada llegó antes de lo que esperaba: el miércoles 7 a las 16 horas. Dos horas después estaba en A Coruña. Sabe que lo recibe de una persona joven que falleció en un accidente de tráfico. La cara triste de las dos que casi siempre tiene una donación de órganos.

Esta amante de los tatuajes ya planea plasmar bajo su pecho la última frecuencia de su viejo corazón, que latió por última vez a las 23.36 horas, y la primera del nuevo, que lo hizo seis minutos después de medianoche. Estuvo 30 minutos sin corazón. “Media hora en la que estoy viva por el bombeo de una máquina”, cuenta. No le impresiona nada del proceso. Se había documentado y lo tiene interiorizado. También cuenta con la experiencia del trasplante de su padre, que padecía la misma enfermedad y falleció por sus complicaciones.

La operación fue “cortita”. De cinco horas. Aún con los ojos cerrados, una voz “supersuave”, la de la enfermera, le dijo: “Ya ha pasado todo ha ido bien. Sigue durmiendo”. A la primera persona que vio cuando luego los abrió, fue a su madre. “Eso me hizo sentir mucha paz y estar tranquila”, destaca. Ahora permanece con ella aislada en la habitación, porque estará un tiempo inmunodeprimida. Lo que peor llevó fue mientras estuvo despierta y entubada. No porque le costara adaptarse a la ventilación mecánica, sino porque no podía hablar. “Yo, que no me callo ni debajo del agua”, resalta.

Aún no ha escuchado a su nuevo corazón, pero siente su palpitar bajo la mano. “Es raro, pero es precioso, me imagino que es similar a una embarazada que nota a su bebé”, describe. Y también lo ha visto. “¡Qué bonito es!”, le dijo al cardiólogo que le hacía la ecografía. “Mi corazón pochito era pequeño, con las paredes gruesas y no funcionaba la mitad. Este sigue siendo pequeño porque el espacio es el que es, pero con paredes superfinas, moviéndose de forma regular, abriéndose bien las válvulas...”, describe. Le preocupaba que su “cabeza no estuviera preparada para gestionar lo que es tener un órgano nuevo”. “Me daba miedo no sentirlo mío”. Pensó que sería “emocionalmente más intenso”, pero lo está llevando “muy bien, como si fuera un esguince”.

A nivel físico, el mayor dolor lo sintió en las costillas. Notaba como si se le clavaran al respirar. Su cuerpo y su corazón se están conociendo. Le llevará una temporada. El domingo la sentaron y la pusieron a pedalear. Ayer ya hizo sentadillas. Pero no piensa forzar a su cuerpo. Sabe que tiene que ser paciente con las recuperación. Prefiere no hacer planes . Ya tendrá tiempo de hacer muchos.

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