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Muere a los 85 años Juan José Otegui, actor obligatorio en medio siglo de escena nacional

El intérprete, que fue fijo de Almodóvar en los noventa, se jubiló hace once años y se despidió de su trabajo en el Campoamor, que había conocido como universitario

Juan José Otegui, sobre la escena del teatro Campoamor, en 2010. | Luisma Murias

Hace como diez días que Juan José Otegui comenzó a sentirse peor. Se quejaba más de la cuenta. Le llevaron al hospital y, finalmente, en la noche misma de este pasado lunes, cuando ya rozaba la madrugada del martes, una neumonía le apagó para siempre. Otegui se fue, porque así lo determinó, sin sepelio, sin despedida, haciendo mutis, como si no quisiera escuchar más aplausos que los que había dejado perdidos por los escenarios durante el medio siglo que dedicó a ser él mismo y a ser también ciento y pico personajes más.

Otegui pertenecía a esa promoción de actores que había dado en Asturias intérpretes tan superlativos como Arturo Fernández (1929-2019) o Carlos Álvarez-Nóvoa (1940-2015), compañero suyo en los inicios del teatro independiente en la Universidad de Oviedo, otro de los grandes. Otegui fue un secundario de lujo del cine español, pero, sobre todo, una figura clave que engrandeció con su presencia cualquier producción en que se contaba con él como protagonista. En 2005, por ejemplo, se llevó el “Max” por su trabajo como actor de reparto en “El precio”, de Arthur Miller. Hacía del viejo Solomon, la memoria entre medias de dos hermanos que interpretaron Juan Echanove y otro asturiano de pro: Helio Pedregal.

Otegui, en diciembre de 2009, con los atributos de "Asturiano del mes"

La relación de Otegui con Echanove fue desde “El precio” cada vez más íntima. Aquel mismo año 2005 fue el del debú del madrileño como director de escena. Hicieron juntos “Visitando al señor Green” por primera vez en el teatro Palacio Valdés. Y ahí Otegui se llevó uno de sus tres premios “Ercilla”. “Lo más grande es el aplauso del público, pero este premio me produce mucha ilusión”, dijo el asturiano cuando le dijeron que había ganado el último de ellos. El primero fue por “Juana del amor hermoso”, con Lola Herrera. “Ella se llevó el premio de mejor actriz y yo el que correspondía a un papel no protagonista”. En 2005 volvió a ser galardonado. Por “El precio”. E inmediatamente después, por aquella comedia negra en la que encarnaba al cascarrabias que hacía la vida imposible al personaje de Pere Ponce. Entonces, este periódico lo reconoció con su “Asturiano del Mes”. Dijo que LA NUEVA ESPAÑA era su “periódico, el de Pérez las Clotas, Cepeda y tantos otros”. Y añadió: “No tengo ningún ‘Goya’, de tenerlo, este ‘Asturiano del mes’ tendría un sitio más destacado en mi casa”.

Cuando le tocó despedirse de la escena (en 2010) señaló: “Me voy con la vocación intacta, en plenas facultades... no quiero llegar a los momentos de los achaques que en nosotros, los actores, los marca la pérdida de memoria. Ahora estoy perfectamente. Y por eso me retiro”, explicó. Estaba en medio de la gira de “La marquesa de O.”, de Heinrich von Kleist. Ahí hacía de un Coronel a las órdenes de Magüi Mira, su última directora. “Después de la gira que hicimos con ‘Visitando al señor Green’ decidí parar y reflexionar. Empecé a pensar en la retirada, pero me llamó Magüi Mira y me ofreció este papel. Me gustó, es un cuento romántico. Era una buena obra como poner al final de la lista de las mías, para retirarme”. Ayer mismo, su última directora le recordaba en sus redes sociales: “Te he querido siempre; dirigirte fue aprender y volar contigo... maestro, buen viaje”.

Otegui, en 2010 junto a su colega Woody Allen.

Sin embargo, para llegar a este punto de su retirada hay que echar la vista atrás: a películas tan singulares como “Tacones lejanos”, (1991), “La flor de mi secreto”, (1995) y “Todo sobre mi madre”, (1999), tres títulos noventeros de Pedro Almodóvar. Pero también pasó por la cuadra de Fernando Trueba. Está en “Belle époque” (1992), por ejemplo, la de su “Oscar”. Estuvo en multitud de Estudios 1, en capítulos de series tan dispares como “La huella del crimen”, “El comisario” o “Un paso adelante” y en filmes tan conspicuos como “El asesino no está solo”, que en parte se rodó en Avilés. Lola Flores y Teresa Rabal eran las protagonistas, Otegui uno de los huéspedes de la pensión de la Faraona.

En el teatro Campoamor, en el teatro de la ciudad en la que había venido al mundo, se despidió de la escena. Hubo aplausos, vítores, un beso de Amaia Salamanca, otro de Tina Sainz. Un ramo de flores. Cuando quiso hablar intentó dar las gracias a sus compañeros, pero fue incapaz: se le entrecortó la voz, se le cayó una lágrima y, al final, pronunció con un nudo en la garganta: “Muchas gracias, no puedo decir más”.

El actor en su casa de Madrid en 2016.

Su relación con el Campoamor era larga. Fue sobre aquellas tablas que estrenó en 1998 “La fundación”, de Antonio Buero Vallejo (que todavía estaba vivo). Fue una producción de esas gigantes: del Centro Dramático Nacional cuando de verdad lo era y no solo de Madrid, con una escenografía de firma ineludible (Óscar Tusquets) y con un director de relumbrón (Juan Carlos Pérez de la Fuente). Otegui con medio siglo a sus espaldas dijo que había parar y ahora paró para siempre. En el Campoamor hay un camerino que lleva su nombre.

De promesa del fútbol a la súbita vocación: “Con esto del teatro se liga”

Una vida intensa. De amor absoluto por el teatro. Envenenado por la pasión de subir a unas tablas. Ser otro(s). El público clavado en sus butacas ante la magia de la interpretación recia, matizada y profunda. Juan José Otegui repasó su vida en 2016 en las páginas de este periódico, y empezó por un primer acto temeroso: “Me contaron que cuando salí mis ojos tardaron en acostumbrarse a la luz natural”. De ahí que nunca le sentara bien “el sonido del telón cuando sube al comienzo de una obra”. Ese “susto” le invadió 107 veces, una por cada estreno en los escenarios.

Recordaba Otegui que a los pocos meses de nacer en él estalló la Guerra Civil, así que según me contaron me pasé un montón de tiempo en un sótano y cuando no había bombardeos mi madre, Joaquina Martínez, lavaba con el agua que podía encontrar en la calle. Los biberones que yo tomaba eran de agua y azúcar, no había más. El caso es que me llamaban ‘el angelín del sótano’, porque no lloraba, pero mi hermana siempre me dice: ‘¡Cómo ibas a llorar si no tenías fuerzas para nada!’”.

Un recuerdo sabroso: “En el Campo de los Reyes había un patio enorme, con una higuera; nunca volví a comer figos como aquellos, nunca. Por la mañana estaban cubiertos de rocío, fresquinos y riquísimos. Ingresé a los 8 años en el colegio Fruela, en la calle Cimadevilla, que era posiblemente el más prestigioso de los que no eran de curas. Fue una época feliz, aunque no era consciente de que había una represión que no dejaba respirar, y una devoción impuesta. Se iba a misa de doce, pero esa misa estaba llena de personas que luego explotaban a los obreros. Tengo ciertas tendencias al rojerío y a la rebeldía”.

Terminó el Bachillerato con matrícula de honor en todas las asignaturas, pero entró en la Universidad a estudiar Derecho “y me despendolo. Fue lamentable. Me dije: ‘Aquí no pasan lista y si no voy a clase nadie se entera’. A pesar de todo, en primero saque dos aprobados, dos notables y un sobresaliente en Derecho Penal, que lo daba don Valentín Silva Melero. Me llamó a su despacho y me dijo: ‘Su examen escrito roza la perfección, pero no le doy la matrícula porque he repasado la lista y usted no ha venido casi nunca a clase’.

Quería ser jugador de fútbol y estuvo a punto de fichar por el Vetusta, pero su padre no le dejó. Un día, el director del TEU (Teatro Español Universitario) le dijo que le había oído en un programa universitario de radio y le interesaba mi voz para una obra que estaban leyendo. Y resultó que al día siguiente, en la Universidad, yo, que era feo y no ligaba nada, me encuentro con que todas las chavalas de Filosofía venían a decirme: ‘¡Qué bien te vimos ayer, qué actorazo!’. Me dije: ‘Coño, con esto del teatro se liga’, y de esa manera tan frívola encontré una vocación”.

La escena de Asturias lamenta la pérdida de “un actor descomunal” 

La noticia del fallecimiento de Juan José Otegui sorprendió a sus compañeros de profesión y se extendió rápidamente a través de las redes sociales hasta llegar a Asturias. La escena del Principado se lamentaba ayer por la pérdida de “un maestro”, “un actor descomunal” y “una bellísima persona”.

El director de escena ovetense Emilio Sagi conoció a Otegui a través del director de teatro Lluis Pascual, al que le une una estrecha amistad. Sagi nunca trabajó con Otegui, pero sí lo hizo Pascual y así tuvo la ocasión de tratarlo. “Era un actor estupendo, vi muchísimas de sus interpretaciones y era maravilloso, y un hombre encantador”, recordaba ayer.

El actor gijonés Roberto Álvarez conoce bien al hijo de Juan José Otegui, con el que ha compartido escenario, y ve en él el talento del padre. “Dicen que de casta le viene al galgo”, comentaba ayer. Para definir a Otegui citó a Juan Echanove, el actor madrileño, que hablaba de él como de “una bellísima persona y un maestro”. “Quizás hubiera necesitado un mayor reconocimiento formal, un premio en vida”, dejó caer Álvarez.

El dramaturgo mierense Maxi Rodríguez se refirió a Juan José Otegui, al que conoció en Madrid, trabajando en el María Guerrero, como a “un actor descomunal, un grande de la escena española, un profesional como la copa de un pino” y destacó su “bonhomía y esa retranca asturiana que le acompañaba siempre”.

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