La de Bernie Madoff fue “una gran mentira”, la que posiblemente haya sido la mayor estafa piramidal de la historia, un esquema Ponzi en el que se perdieron más de 19.000 millones de dólares, 65.000 sobre el papel, y que la SEC, la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos, en el capítulo más bochornoso de su historia, no detectó pese a media docena de investigaciones. Ayer, a los 82 años, el timador financiero murió en la prisión federal de Butner, en Carolina del Norte, donde desde julio de 2009 cumplía una sentencia de 150 años.

La muerte, por causas naturales, fue confirmada por el Departamento de Prisiones. Como desearon públicamente algunas de sus numerosas víctimas, Madoff ha acabado sus días entre rejas, algo que él intentó evitar. En febrero de 2020 apeló, infructuosamente como ya había hecho el año anterior, para ser liberado compasivamente. Alegó que sufría una avanzada enfermedad renal y otros problemas médicos que le habían hecho entrar ya en cuidados paliativos y le dejaban solo 18 meses de vida. Y, al menos en eso, no mintió.

La mentira fue, no obstante, el modus operandi de Madoff, un hombre nacido en el seno de una familia judía de inmigrantes en un barrio de clase media en Queens, Nueva York, que se graduó en Ciencias Políticas en 1960 y luego abrió Bernard Madoff Investment Securities, la firma con que llegó a convertirse durante décadas en una figura clave en Wall Street.

Fue también un pionero que entendió antes que muchos otros el papel de la tecnología y los ordenadores en las operaciones bursátiles y fue uno de los primeros participantes en el mercado electrónico que se convertiría en el Nasdaq, que presidió tres veces.

Madoff, un icono en los círculos judíos, era además un inversor buscado por variados clientes de todo el mundo a los que prometía y entregaba ansiada consistencia en un mercado cada vez más volátil. El retorno del 12% anual no era un exceso pero tampoco llamaba la atención y, lo más importante, siempre estaba ahí. Cómo lo conseguía Madoff era el problema.

Nadie sabe exactamente aún cuándo empezó a construir su castillo de naipes, donde solo el dinero de nuevos engañados permitía satisfacer las obligaciones con los previos. Según Madoff, con las raíces plantadas en el crash de 1987, empezó a operarlo en 1992, pero la Fiscalía cree que hay que remontarse años o incluso décadas atrás.

El derrumbe empezó con la crisis de 2007 y tras el colapso de Lehman Brothers en 2008. Fondos e inversores necesitados de dinero empezaron a sacar cientos de millones de sus cuentas con Madoff. Para diciembre de ese año habían retirado 12.000 millones. El 10 de diciembre confesó a sus dos hijos, Mark y Andrew (el primero se suicidó dos años más tarde y el segundo murió de cáncer en 2014), que el dinero se había “evaporado”, que todo había sido “una gran mentira”. Los vástagos acudieron al FBI y el arresto llegó al día siguiente. Madoff se declaró culpable en su juicio en 2009 de, entre otros delitos, fraude, lavado de dinero y perjurio. Dejó miles de víctimas, desde famosos como Steven Spielberg al premio Nobel Elie Wiesel.

Su historia dio pie a varios libros, series y películas, como “The Wizard of Lies” (2017) –en España traducida como ”El mago de las mentiras”–, de Barry Levinson, en la que Robert De Niro y Michelle Pfeiffer interpretaron al matrimonio Madoff.

Bernie Madoff, en una imagen de archivo.

El timador que echó en cara a los inversores su avaricia

Su voz llegó a convertirse en una de las más respetadas en los mercados y muchos clientes adinerados prácticamente se peleaban por confiarle su dinero, algo que Madoff siempre alentó vendiendo un aire de exclusividad. Acostumbraba a rechazar a quienes no podían invertir grandes cantidades y utilizaba como arma de marketing el secretismo de sus operaciones, lo que probablemente le ayudó durante años a evitar a la Justicia. Madoff responsabilizó en parte a sus inversores, destacando su avaricia y asegurando que había pistas que deberían haber detectado.