En la historia de Gael confluye todo lo que no debería vivir un niño de solo 15 años. Un conjunto de experiencias traumáticas conforman sus primeros tres lustros de vida, hasta el punto de empujar al joven a querer decir basta de la forma más drástica hace pocos días. Antes de eso, el pequeño ya había pasado por ingresos en psiquiatría, episodios depresivos, anorexia, autolesiones y, sobre todo, incomprensión y desprecio por parte de una importante parte de un entorno educativo del que solo recibía rechazo y violencia debido a su condición de joven trans.

El acoso y las vejaciones que derivaron en la tentativa de suicidio del día 14 de abril empezaron hace años: su madre se remite a los cursos de infantil y primaria, cuando sus compañeros convirtieron al pequeño en objeto de sus burlas constantes. “Se mofaban de él, lo llamaban gordo, se reían de él porque era vegetariano”, recuerda su madre, Silvia. Entonces, su única amiga repitió curso y Gael se quedó todavía más solo. Con la llegada al instituto comenzó el verdadero calvario. Al principio, nada lo auguraba: el pequeño creía tener un grupo de amigas en el que podía confiar. Tanto, que un día decidió confesarles su condición de chico trans. “Se sentía bien y tenía confianza. Entonces, les confiesa que es un chico. Las niñas le dijeron que no querían saber nada de él. Ahí empezaron los insultos”, recuerda Silvia.

Al día siguiente, toda la clase sabía ese preciado secreto que Gael creía haber confiado a unos pocos. Las vejaciones se convirtieron en el pan de cada día. “Le llamaban por su nombre anterior, le decían fea, gorda, transformer”, cuenta Silvia. Era el inicio de un bucle de violencia psicológica que derivó en física: pronto llegaron los empujones y las zancadillas, y algo comenzó a romperse dentro del pequeño. “Él nunca nos contó nada. En casa era un niño triste. Se pasaba el día leyendo o tocando la guitarra o el ukelele. Le preguntábamos por qué no salía con amigos y nos decía que no le caían bien. A nosotros ni se nos pasaba por la cabeza lo que estaba pasando”, relata.

En 4º de la ESO, Gael dice basta y pide a sus padres cambiar de instituto. Poco después, da el importante paso de contarles lo que lleva años callando: es un chico trans y su nombre es Gael. En su familia encuentra el apoyo y amparo que, por desgracia, se les niega a muchos niños y niñas en la misma situación y que a Gael le estaba costando la salud fuera de casa. “En el instituto nuevo lo contó al momento. Allí fue una maravilla, tanto el director, la orientadora, el jefe de estudios como la tutora se portaron de maravilla”, reconoce Silvia. Cuando parecía que, al fin, las cosas comenzarían a ser más fáciles para el joven, el comportamiento de Gael comenzó a enviar a sus seres queridos señales de alarma: poco a poco fue dejando de comer, su ánimo no hacía sino empeorar y comenzó a perder el bus, a pedir a sus padres que lo recogiesen del centro antes de la hora y a esgrimir diariamente motivos para no ir a clase. “En Navidad notamos que tenía anorexia. No había manera de que comiese. Fuimos a una psicóloga, pero cada vez estaba peor. Un día comenzó a desmayarse y a tener crisis de ansiedad. Lo llevamos a urgencias y allí nos dijeron que teníamos que intentar que comiese”, relata Silvia. El problema, como descubrirían más tarde, no estaba en el instituto. Estaba en el autobús, a la entrada y la salida del centro, donde coincidía con sus antiguos compañeros de clase, que continuaban haciéndole la vida imposible aun después de cambiarse de centro.

Poco tardaron en ingresarlo, por orden judicial, en la planta de psiquiatría del Hospital Marítimo de Oza. Un primer ingreso que precipitó al joven al abismo: aislamiento, incomprensión y hasta acoso por parte de miembros del personal y otros internos. “Una enfermera le dijo que si fuese su madre no iba a permitir eso, que era un caprichoso y que iba a ser una niña siempre, que le iba a llamar por su nombre de antes”, denuncia Silvia. A ese primer ingreso le sucedieron otros, y la única constante era el empeoramiento progresivo del joven, sujeto a un agresivo tratamiento que no reducía su ansiedad ni aliviaba su anorexia.

El último ingreso supuso, para el niño, la estocada final: una medicación que le producía un dolor intenso, desatención por parte del personal y un sinfín de situaciones dramáticas que cuesta referir. Al final, el pequeño abandonó el psiquiátrico para reincorporarse a las clases con cicatrices de autolesión, pero el verdadero daño era invisible a los ojos. Las situaciones del autobús se reanudan. Un día, Silvia recibió una llamada del instituto que no podrá olvidar nunca. “Me dicen que vaya corriendo, que Gael se tomó dos blísters de Rivotril y uno de Mirtazapina y que se hizo cortes en un brazo”, cuenta la madre. “Pensé que se me moría”.

La madre destaca la implicación de la Guardia Civil y de los profesores del instituto del joven durante el proceso, por cuyo estado se interesaron diariamente mientras Gael estuvo ingresado. Por parte de la dirección del centro de los escolares que participaron del acoso, solo recibió desprecio y silencio. “Cuando fui a hablar con él, casi se ríe de mí. Me dijo que era imposible que hiciesen esas cosas, y le echó la culpa a Gael por su forma de ser. Le pedí que tuviésemos una reunión con los padres de los niños. Visto que aún encima se crecen, se mofan y se meten con mi hija mayor, decido que voy a poner la denuncia”, zanja Silvia.

Aún con una denuncia sobre la mesa, ni Gael ni el resto de personas del colectivo se sienten seguros ante lo que, consideran, no se trata ni mucho menos de un caso aislado. “El odio hacia las infancias trans ha empeorado un montón en el último año”, juzga Patrick Dopico, representante del colectivo Amizando. Denuncian que, además de Gael, otros menores trans, cada vez más jóvenes, atraviesan situaciones de acoso e intolerancia dentro y fuera de las aulas, que llevan a muchos a pensar en el suicidio. “Hay un ambiente bastante hostil en general, tanto hacia niños trans como hacia adultos, pero los adultos tienen más herramientas desarrolladas”, juzga el representante del colectivo.

“Gael, escoita, querémoste na loita”, vociferaban los integrantes de las asociaciones LGBT que, tras el dramático suceso, se concentraron en la ciudad para denunciar los hechos y pedir el cese del acoso tránsfobo a menores como Gael. “El enemigo de Gael fue ser un hombre trans en un mundo en el que se margina al diferente. Como él, muchas personas intentan suicidarse por sentirse negadas, humilladas y acosadas”, clamaron entonces en A Coruña los colectivos convocantes, entre los que se encontraban Chrysalis, Amizando, Alas A Coruña y Abrir Fenda.

Los colectivos en defensa de la libertad afectivo sexual y la identidad de género se unieron, en esta ocasión, bajo el nombre de Gael, sabiendo que podría haber sido cualquiera de los presentes el empujado a una situación similar. El colectivo lo tiene claro: ante la intolerancia, unión y compromiso. Silvia, Gael y su familia lo encontraron en las asociaciones dedicadas a la infancia trans a las que recurrieron tras todo lo vivido. Destaca, sobre todo, el amparo entidades como Chrysalis y Abrir Fenda, a cuyos integrantes deben el sentirse mucho menos solos en el camino. “En Chrysalis se volcaron, nos arroparon como si fuesen de nuestra familia. Gael hizo amigos maravillosos allí. En abrir Fenda son gente excepcional”.