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Pasaje en la India al horror del covid

La pandemia está fuera de control, con más de 200.000 muertes y esperas que superan las veinte horas en los crematorios de víctimas

Piras ardiendo en un campo de cremación masiva en Nueva Delhi de víctimas del covid. | EFE

Sirven los parques, los aparcamientos y pronto las carreteras. Las piras improvisadas de las que brotan columnas de humo se aprietan en Nueva Delhi para lidiar con las víctimas de la segunda ola del coronavirus. La pandemia se cobra una víctima cada cuatro minutos en la capital india y las esperas en los crematorios superan las 20 horas. El porcentaje acumulado de mortalidad es aún bajísimo en comparación con algunos países occidentales, pero sus escenas de devastación y el colapso de su sistema sanitario carecen de precedentes, privados los enfermos de camas y oxígeno y de un adiós digno a los fallecidos, con los familiares pidiendo auxilio en las redes sociales o recurriendo al mercado negro para conseguir medicinas o vacunas.

Una enferma de covid espera a ser atendida en un hospital de Nueva Delhi. Adrián Foncillas

La India registró 2,1 millones de nuevos casos globales la semana pasada, casi un 40% de los diagnosticados en el mundo, y ese auge de la pandemia provoca que los casos globales sigan al alza pese al descenso en otras regiones.

Son cifras oficiales que los expertos miran con recelo porque a las trapacerías de todos los gobiernos con las cuentas se añade en India la saturación de los mecanismos registrales. En las últimas horas se contaron 3.293 fallecidos y 362.757 contagios, y se superaron los 200.000 muertos. Son números inéditos en el mundo desde que se empezó a hablar de una extraña neumonía en Wuhan. Y en ese cuadro de lacerante escasez de medios se explica la ira popular ante la noticia de que Nueva Delhi destina un hotel de lujo para uso exclusivo de los magistrados y sus familias.

La capital está en cuarentena, al igual que los estados sureños de Maharashtra y Karnataka, y en otras regiones se han acentuado las restricciones de movimiento. El Gobierno ha destinado todos sus recursos para embridar el avance de la pandemia. El Ejército protege los camiones que trasladan los cilindros de oxígeno para evitar el saqueo, ha liberado sus propias reservas y ordenado a su personal médico jubilado que eche una mano en los hospitales.

Un mundo que ya atisbaba el final de la pesadilla reacciona ante el rebrote de India cerrando sus aeropuertos a sus vuelos, por un lado, y atendiendo a sus llamadas de auxilio, por otro. Desde el Reino Unido ya han llegado cargamentos con ventiladores, Dubái ha enviado seis contenedores con reservas de oxígeno y Joe Biden, presidente de EE UU, ha prometido a India “todo lo que necesite”. También el presidente ruso, Vladimir Putin, prometió ayuda. España extendió la cuarentena obligatoria, vigente ya para los pasajeros de Brasil, a los de India.

La India superó la primera ola con menos problemas de lo que su precaria red sanitaria y sus mejorables costumbres higiénicas sugerían, pero ha sucumbido a la segunda. La ONU explica la crisis como una “tormenta perfecta”. Confluyen los amontonamientos de gente en eventos religiosos y políticos tras haber sido levantadas prematuramente las prohibiciones, el frenazo de la campaña de vacunación y una nueva variante del virus con una doble mutación que lo hace más contagioso y mortífero.

La India, conocida como la “farmacia global”, acumula fracasos: no ha satisfecho la demanda de antivirales como el Remdesivir, ha inoculado la primera dosis de la vacuna solo al 10% de la población y la segunda al 1,5 %. Los optimistas cálculos de las autoridades, que avanzaron que la primera ola había otorgado al país la inmunidad de rebaño, se han demostrado erróneos. La primera afectó a los “slums” (barrios marginales), mientras los contagios se centran ahora en los distritos más acomodados.

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