Se le humedecen los ojos. El rostro de Marina Abramovic muestra lo que todo ser humano ha sentido alguna vez, la emoción extrema del reencuentro, lleno de amor pero también de crudeza y de dolor. El vídeo del reencuentro entre Marina y Ulay en el atrio del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) es ya un icono artístico. Era la performance “Artist is present” con la que la artista completaba la retrospectiva que le dedicaba el MoMA. Ella sentada ante una persona del público. Y apareció Ulay, de quien se había separado 22 años antes.
La separación de la pareja fue otro acto artístico. Llevaban años recorriendo Europa sin apenas dinero y viviendo en una furgoneta Citroën. En 1988 decidieron caminar cada uno desde un extremo de la muralla China y encontrarse en el centro. Tres meses tardaron en volver a verse en el punto acordado. Ahí se rompió la pareja y, en teoría, no se volvieron a ver hasta 2010.
Son dos de las obras históricas de la premio “Princesa de Asturias” de las Artes, pero hay muchas más. En la serie “Ritmo”, entre 1973 y 1974 la artista exploró su cuerpo hasta el límite; su cuerpo y las reacciones del público, una seña de identidad en toda su obra.
Se cortó jugando con cuchillos entre los dedos y se plantó en una sala para que el público hiciese con su cuerpo lo que quisiera. Empezó de forma suave y acabó con violencia. Tomó pastillas para separar cuerpo y mente y se metió en medio de una estrella ardiendo.
En realidad toda la vida de Marina es una obra de arte.