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Los restos de incendios que descubren la historia

La arqueóloga María Martín-Seijo estudia la Edad del Hierro a través de cuencos y cucharas de madera de castros quemados

María Martín-Seijo, ayer, en el recinto ferial Luis Adaro. | Marcos León

Entender la cultura del pasado a través de los restos de una cuchara, un cuenco o un cesto. Con la recopilación de materiales vegetales del norte de la península Ibérica, la arqueóloga María Martín-Seijo, investigadora en la Universidad de Compostela, trabaja en un estudio de restos vegetales recuperados en contextos arqueológicos (madera, fibras, cortezas y resinas), para descubrir cómo era la vida en la Edad del Hierro.

María Martín-Seijo fue una de las protagonistas ayer en la primera jornada del 45.º Coloquio Internacional de la AFEAF (Asociación Francesa para el Estudio de la Edad del Hierro), que se celebra en Gijón en el recinto ferial Luis Adaro, ante la presencia de investigadores expertos de España y el extranjero. En su caso presentó su trabajo junto a otros dos arqueólogos –en este caso por videoconferencia–, Nuria Romero, también de la Universidad de Santiago de Compostela, y Oriol López-Bultó, de la Universidad Autónoma de Barcelona.

¿Cómo se puede explicar que haya llegado hasta nosotros una cuchara de madera del siglo I antes de Cristo? “Con un incendio”, explica Martín-Seijo. “Puede ser, que prenda fuego el techo de la casa, eso empieza a arder, y como las construcciones colapsan, las paredes y el techo pueden caer encima de todo lo que está en la vivienda, y se va quemando muy lentamente, y no llega a ser ceniza”, comenta antes de añadir que “lo que se produce es una combustión incompleta, queda sellado el material, y si ellos vuelven a construir encima, sin tocar nada de eso, volvemos a tener un contexto libre”.

Asistentes a la charlas del 45.º Coloquio Internacional de la AFEAF. | M. L. P. A.

Esa labor, la de encontrar los materiales, es el primer desafío al que se enfrenta: “Cuando un incendio es fortuito, lo que está dentro no se llega a quemar del todo y se conserva como está”. Y añade en esa línea: “Tenemos el problema de que la madera si la entierras desaparece, se puede conservar cuando tiene el contacto con el fuego, o cuando a veces generas un residuo de carpintería, que puede ser lo que está pasando en el castro Castrolandín (provincia de Pontevedra)”.

Su trabajo se basa en la localización de yacimientos que estuvieron afectados por los incendios, entre ellos el de Navás, en la localidad gallega de Nigrán. “Fue muy curioso, parece que hubo una quema intencional, y después se abandonó”, indica. También en un castro del norte de Portugal encontró los restos de un ritual: “De un banquete rescatamos un caldero de remache, huesos, semillas, fuentes para cocinar, y en el medio de todo eso restos de una vasija de madera y un mango de madera de avellano. Se quemó todo al acabar, posiblemente formaba parte del ritual”.

María Martín-Seijo reconoce que “se trata de un tema de la vida cotidiana, pero muy interesante”, pero también advierte de las dificultades de los arqueólogos para investigar: “Las ayudas llegan del esfuerzo propio para buscar financiación y, aunque algunas consigo a veces, es muy complicado. Nos falta apoyo”.

El 45.º Coloquio Internacional de la AFEAF celebra hoy en Gijón en el recinto feral su segunda y última jornada. Entre los coloquios que habrá destaca el del arqueólogo Ángel Villa, que abordará junto a Rubén Montes y Óscar García-Vuelta un tema relacionado con la región: “La metalurgia con metales preciosos en poblados de la Edad del Hierro en Asturias: Evidencias arqueológicas acerca del beneficio y transformación del oro y la plata en los poblados”.

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