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Hoy es siempre todavía
Eduardo Infante Profesor de Filosofía y escritor

“Renunciar al deber de leer prensa y creer que un titular y un tuit son equivalentes lleva a la posverdad”

“Aristóteles hablaba de la amistad cívica, sin la que es imposible construir sociedad; en la campaña de Madrid se ha roto”

Eduardo Infante, en el café Dindurra de Gijón. | MARCOS LEÓN

Eduardo Infante (Huelva, 1977), licenciado en Humanidades por Huelva y en Filosofía por Salamanca enseña Filosofía en el centro de Secundaria La Salle de Gijón. Ha escrito los libros “Filosofía en la calle” y “No me tapes el sol”.

–Estoy bien, arropado y enraizado en Asturias, pero preocupado por la sociedad, mis alumnos y vecinos. Intuyo años duros que van a poner bajo estrés el tejido social, la unión cívica. Me siento impotente: debo hacer algo, pero no sé qué.

–¿Tiende a preocuparse?

–Sí. Pitágoras decía que el filósofo es el que va a las olimpiadas –a las que iba todo el mundo– para observar y analizar, para entender por qué pasa lo que nos pasa.

–¿Tiene conclusiones?

–Indicios. La importancia de recuperar lo público y comunitario, el bien común. O nos salvamos todos o no se salva nadie porque somos vulnerables e interdependientes. El periodismo me preocupa.

–Y a mí, ¿por qué?

–Cuando los ciudadanos dejan el periódico hacen que el periodismo se vaya al garete. ¡Cómo puede ser una democracia sin el cuarto poder! Mi padre, Eduardo, era electricista, y mi madre, Feli, cocinera, y en casa había 3 diarios. Ser ciudadano no es delegar la responsabilidad 4 años y que decidan por mí. Hay que formarse e informarse. Renunciar al deber de leer prensa y creer que un tuit y un titular son equivalentes lleva a la posverdad y la manipulación, donde se ve la sombra de la tiranía, no el aire fresco de la libertad.

–Parece que el bien común ya no quiere ser de derechas.

–No es de derechas ni de izquierdas, es de todos y de ninguno. Si la Constitución, el mayor órgano del bien común, fuera de derechas o de izquierdas sería un fracaso. Aristóteles hablaba de la amistad cívica, sin la que es imposible construir sociedad, y se ha roto en la campaña de Madrid con los ciudadanos polarizados que entienden la política como el ámbito de la lucha. Aquí lo comienzo a ver en la calle, en las redes sociales.

–No sé si las redes son “aquí”.

–El mundo virtual ha dejado de ser aparente para ser un lugar donde nos encontramos, a veces para el encontronazo, mucho tiempo. El anonimato promueve un comportamiento de conductor: el ciudadano educado pierde los papeles protegido por la chatarra del coche.

–Usa las redes con “filoretos”.

–Para lo contrario. No comparto dogmas, sino preguntas. Tengo una certeza: el diálogo de la filosofía y de la política es imposible si no partimos de que creemos que existe la verdad, que en la política es la justicia y el bien común. El mentiroso reconoce la verdad y la oculta. En la posverdad es peor: la verdad no existe y cada uno impone el relato que le conviene.

–Existe la verdad. ¿Qué hago?

–Cuestionar la opinión mayoritaria, sobre todo cuando está llena de obviedades. No hay que dar por supuesto nada y examinarlo todo.

–¿Es buen momento para ser cínico, entendido como seguidor de esos filósofos griegos?

–Sí. Atreverse a decir la verdad, sobre todo al poderoso, denunciar la corrupción y la injusticia. Como Sócrates, adquirir la virtud, un alma sana y virtuosa, y atreverse a tener una vida verdadera.

–Eso cuesta más esfuerzo que ir al gimnasio, lugar muy griego.

–Recuerdo un tuit que decía “mataría por ese cuerpo” y le contestaban “lo puedes conseguir con dieta rigurosa, ejercicio continuo”. Y replicaba “prefiero matar”.

–Ja, ja, ja, ja.

–Hay que leer “La apología de Sócrates” para recordarnos lo que son la dignidad, la virtud y la belleza y muscularlas. El gimnasio era el lugar en que los ciudadanos libres iban a cultivarse como tales. Nosotros dedicamos nuestro tiempo libre a cultivar el cuerpo y entretenernos. El tiempo de la libertad es el de tomar cervezas y ver series insustanciales de Netflix. Por eso a algunos les quitan la cerveza y dicen que les arrebatan la libertad. La cerveza también es necesaria, pero, decía Epicuro, lo importante no es lo que comemos y bebemos, sino con quién comemos y bebemos.

–Comer y beber, dos de los tres grandes verbos.

–Epicuro consideraba innecesario el tercer verbo, menos mal que vino Freud a decir que sin el disfrute de Afrodita no se alcanza una vida psicológica sana.

–Cínico se traduciría directamente como “perruno”. ¿Por qué su perro se llama Nietzsche en vez de Antístenes o Diógenes?

–Mi mujer es lingüista y estuvo a punto de llamarse Chomsky, pero el bóxer cachorro es todo cabeza, su morro parece un bigotón y como animal está más allá del bien y del mal. Nietzsche considera que los cínicos merecen el título de héroes filosóficos y él lo fue en esa conexión de que la vida hay que construirla y hacer algo bello. Tenemos esa responsabilidad: cada uno es un lienzo en blanco y podemos copiar al vecino, preguntarle a un influencer o atrevernos a buscar belleza y verdad.

–Usted vino a Gijón por amor.

–Buscando belleza y verdad me encontré con mi mujer. Un compañero de Salamanca me habló del Hogar de San José y vine a echar una mano con los chavales. Conocí a Katherine, norteamericana de Wisconsin, que vino con 19 años a estudiar su segundo año de Hispánicas. La vi y dije: “Esta es mi mujer”. Ella igual. Sobre ese flechazo se construye. La visión del amor del filósofo francés Alain Badiou es la construcción de algo a dos.

–¿A qué se dedica Katherine?

–Es profesora de Inglés. Llevamos 20 años de Asturias y cuando cruzamos el Negrón nos sentimos en casa. Echo de menos el sol, a mi madre, a mi hermano Benito y a mis dos sobrinas.

–Tienen un hijo de 20 años.

–Se llama Robert, como su abuelo, héroe de guerra a las órdenes de Patton. Nos salió rana. Le leí la “Ilíada” y la “Odisea” de pequeño y nos salió técnico: estudia Ingeniería Informática combinada, menos mal, con guitarra eléctrica.

–¿Cómo dio con la filosofía?

–De adolescente escribí una pintada sobre la injusticia en el mundo en la pared del baño del instituto. Me pillaron y mi tutor me puso como castigo la lectura de “La apología de Sócrates”, que me enamoró y me dejó perplejo. No entendía la injusticia ni el mal.

–Eso dijo que lo traía de casa.

–Mis padres fueron socialistas no dogmáticos y en casa se veía poco la tele y en la cocina se comía, bebía y se hablaba mucho de política, de cómo querían que fuera Huelva, Andalucía, la educación... Hoy hablamos de políticos.

–Le va bien en las redes sociales y con los libros.

–Me apasiona escribir y me conecta con profesores, filósofos y gente maravillosa con la que aprendo mucho, pero tengo que frenar para no llegar a que el único lugar de realizarse sea la profesión. Me quita tiempo para leer a Platón, pasear con mi perro, cultivar el amor y a mis dos o tres amigos, cocinar, cuidar la biblioteca y la bodega... Disfrutar de la vida.

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