Tal día como hoy, 18 de junio, hace un siglo, nacía en Madrid Ignacio Hernando de Larramendi, uno de los empresarios españoles más influyentes del siglo XX. Él fue el gran impulsor de la modernización, el crecimiento y la expansión internacional de la llamada Mutualidad de la Agrupación de Propietarios de Fincas Rústicas de España, conocida por su acrónimo Mapfre, que es hoy una de las mayores empresas del país.

La huella indeleble de Hernando de Larramendi, su visión, sus principios, su forma de entender el mundo y los negocios, y su pasión por el trabajo desde el respeto a los demás, siguen siendo hoy, veinte años después de su muerte, el faro que ilumina la singladura de Mapfre. A mediados de los años 50 se hizo cargo de una empresa que, ahogada por las pérdidas, el endeudamiento, el embargo de bienes y la división interna, corría serio peligro de cierre. Con la determinación que siempre le caracterizó, Larramendi realizó una rigurosa auditoría de las cuentas, logró aplazar el pago de las deudas y, poco a poco, no sin dificultades, consiguió que Mapfre remontara el vuelo.

Nuevos horizontes

Fue el artífice de un proceso de transformación que preparó a Mapfre para competir con garantías en un mercado cada vez más exigente. Cambió el modelo de gestión y creó una nueva estructura empresarial que amplió, reforzó y descentralizó la red territorial de sucursales, sustituyendo los delegados regionales por directores y empleados en nómina. Extendió el negocio a otras líneas de la actividad aseguradora y apostó por nuevos servicios. La formación fue uno de los pilares del éxito. De la mano de Larramendi, la compañía incorporó a un buen número de profesionales universitarios, cuyos estudios completaban en el extranjero para conocer en profundidad el mercado del seguro anglosajón e “importar” las nuevas tendencias en el sector. “Él era un innovador, siempre tenía ideas nuevas en la cabeza”, destaca Bernabé Gordo que, como jefe de Administración, lo conoció muy bien. Larramendi antepuso además el mérito al nepotismo, muy extendido en Mapfre a la altura de 1955. Él, que se había incorporado como director general por un anuncio en un periódico, combatió el enchufismo, el amiguismo y el clientelismo, lo plasmó en los estatutos de la sociedad y siempre se jactó de que sus hijos “se abrieron camino en la vida” sin que ninguno haya trabajado en Mapfre ni se haya “aprovechado egoístamente” de su influencia.

Larramendi fue el artífice de la gran transformación empresarial de Mapfre

En 1969 puso en marcha un proyecto de reforma integral de la empresa con la creación del Grupo Mapfre, integrado por Mapfre Mutualidad (seguro del automóvil), Mapfre Industrial (riesgos diversos) y Mapfre Vida (seguros de vida). Esta nueva configuración dotó de autonomía funcional a las distintas sociedades, al tiempo que aprovechaban las sinergias en los servicios comunes para ahorrar costes. “Era un excelente organizador y una persona hábilmente negociadora”, destaca el catedrático Manuel Lagares, que fue consejero de Mapfre. La internacionalización de la compañía fue una prioridad en su gestión y la orientó hacia el mercado de Iberoamérica. Mapfre Internacional alcanzó presencia en Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Guatemala, Paraguay, Uruguay y Venezuela, además de filiales en Puerto Rico, Estados Unidos, México, Portugal e Italia. En 1970, Larramendi lanzó Editorial Mapfre para la difusión de publicaciones sobre seguros, y en 1990 logró su vieja aspiración de crear una entidad financiera al iniciar su andadura Banco Mapfre con tres oficinas.

Valores y humanismo social

El legado de Ignacio Hernando de Larramendi va mucho más allá de su obra en el campo empresarial. Su concepto en torno a la misión social de la empresa, su enorme inquietud intelectual, su devoción por la cultura, su interpretación humanista de la realidad y su amor por España marcaron su vida e impregnaron la visión con que Mapfre concibe su actividad. De fuertes convicciones católicas, se crio en el seno de una familia de ascendencia vasca, estudió en el Colegio del Pilar de Ma[1]drid, cursó el bachillerato en San Sebastián, se licenció en Derecho y aprobó las oposiciones al Cuerpo Superior de Inspección de la Dirección General del Seguro. La mujer de su vida fue Lourdes Martínez Gutiérrez, con quien se casó y tuvo nueve hijos. Uno de ellos, Luis Hernando de Larramendi, que es hoy el presidente de la fundación que lleva su nombre, lo describe como “un hombre austero y con valores, un hombre curioso por naturaleza al que le encantaba hablar con la gente y co nuna capacidad de trabajo increíble”.

Ignacio Larramendi con su mujer, Lourdes Martínez, sus nueve hijos y familia política tras la ceremonia de entrega de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil en 1998.

Julio Castelo, presidente de Mapfre en la década de 1990, dice de él que “era un genio; una persona que captaba inmediatamente la atención del interlocutor”. Larramendi trató de imprimir sentido social a todo cuanto hizo, y fue precursor en nuestro país de lo que hoy conocemos como responsabilidad social corporativa. Desde unos sólidos principios éticos y una fe inquebrantable en los valores cristianos, Larramendi consideraba que “la empresa no está obligada solo a la prestación eficiente de su propio servicio, sino sujeta a obligaciones institucionales derivadas de su influencia en la vida social y de su participación en el patrimonio nacional”. En 1965, en coherencia con su pensamiento, estableció que Mapfre debía inspirarse en un “espíritu social público” y dedicar cada año una parte de sus ingresos a realizar acciones de interés social a través de fundaciones. “Él siempre creyó que era importante hacer algo por los demás, por España, por la sociedad, por todos”, asegura su hijo Luis. “Era partidario de la empresa privada, pero creía que debía cumplir una función social importante”, recuerda Alberto Manzano, expresidente de la Fundación Mapfre.

En su libro Así se hizo Mapfre, publicado en 1999, Larramendi explica que “se ha ido abriendo camino una suavización del liberalismo salvaje, con la doctrina social de la Iglesia y la doctrina sociopolítica tradicionalista, muy relacionadas entre sí, que se podría calificar de humanismo social”. En esa obra señala también que “la responsabilidad social a que lleva el humanismo obliga a ejercer cualquier poder legítimo con caridad y con amor” y sostiene que “no debe haber ninguna clase de poder sin que esté suavizado o compensado por un sentido de responsabilidad hacia el prójimo de quienes lo disfrutan”.

Además de empresario, Larramendi fue un humanista, un intelectual y un mecenas

Inquietud cultural

Fue un intelectual y dejó por escrito gran parte de su pensamiento. En Anotaciones de Sociopolítica Independiente, libro publicado en 1977, en tiempos de la Transición, aporta una serie de interesantes reflexiones en torno a cuestiones clave del debate público en la época: la democracia, la dictadura, el capitalismo, los partidos, la libertad, la familia, la Iglesia, el progreso, etc. “Era un sociólogo. Tenía ideas sobre todo y siempre profundas, originales y muy personales”, apunta su hijo Luis. “Y tenía una inquietud intelectual permanente”, añade la presidenta de Unespa, Pilar González de Frutos, que trató con él. Muchos de sus planteamientos siguen siendo de rabiosa actualidad. En relación a la orteguiana vertebración territorial de nuestro país, por ejemplo, dejó por escrito que “la grandeza del futuro de España depende del acierto con que sepamos sufrir nuestras diferencias, simpatías o antipatías, y consigamos integración profunda, de corazón que no de prisión, entre todas las Españas y, muy en especial, con la que simboliza Barcelona, cuyo dinamismo y sentido práctico necesitamos, y que deben ser nuestra levadura de europeización”.

Ignacio Larramendi, en una visita de la Fundación Mapfre América al Vaticano en 1994.

El estudio de la civilización occidental y el conocimiento de la cultura cristiana y española, a través de las diversas fundaciones que impulsó, ocuparon gran parte de su tiempo tras jubilarse en 1990. Ignacio Hernando de Larramendi fue un humanista, un hombre inquieto, creativo, emprendedor, creyente, amante de España, humilde y de trato cordial. “Un rasgo de su personalidad era la tolerancia; él era tolerante y cuidadoso con la libertad de los demás”, asegura José Luis Catalina, que fue director de la Fundación Mapfre. De sí mismo escribió una vez: “me considero desorganizado, en algunos casos, valiente, siempre impaciente, y en general distraído y frío, pero amante de la verdad, con sentido de misión -equivocada o no- desinteresado, no vanidoso, generoso y, en general, afable”. El presidente actual de la compañía, Antonio Huertas, asegura que, a lo largo de los 32 años que lleva en Mapfre, ha recibido, “al igual que todos los que trabajamos o hemos trabajado en esta empresa, una impronta cultural, humanística y empresarial que encaja completamente en todo aquello que Ignacio Larramendi desarrolló en su fecunda vida profesion