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A mayor gloria de la adrenalina

La primera temporada de “Sky Rojo” venía a provocar, a crear sensaciones de toda clase, y lo consiguió. Mezclar tonos y voluntades no solo es posible, sino recomendable, pero en “Sky Rojo” lo ligero y lo meditativo podían ponerse piedras mutuamente. Ciertos impulsos voyeurísticos podían amortiguar el mensaje de condena y repulsa, mientras que algunas subtramas humanas, en particular todo lo referido a la madre de los proxenetas Christian y Moisés, ralentizaban en exceso el espíritu espídico de la función.

“Sky Rojo” era mejor cuanto más “cartoon”, cuando más recordaba a esas aventuras de Coyote y Correcaminos convertidas por el trío central en metáfora de su tumultuosa huida hacia delante. ¿O hacía el vacío, como Thelma y Louise, a cuyas manos unidas en un puño se rendía homenaje en el quinto episodio? Por suerte, su segunda temporada (o segunda parte de, en principio, una sola temporada) parece una apuesta bastante firme por la acción pura, algo no tan fácil de ver en las series hechas aquí. Y todavía menos, resuelto con esta convicción.

A pesar de sus roces con el más trágico determinismo, “Sky Rojo” es formal y estructuralmente una de las series más lúdicas que se hayan hecho en España, como este año también “El inocente”. En esta temporada se cambia de aspecto de ratio, de rectangular a más cuadrado, para describir cierta situación en la que se encuentran nuestras heroínas. Y hay un momento mágico en que se salta de un ratio a otro, de un estado mental a otro, de forma casi imperceptible.

Orgullosamente sensorial, la serie parece diseñada para ser vista en la pantalla más grande y con el volumen al 12. De ese modo se puede apreciar mejor la torrencial entrada en la banda sonora del “Pájaros” de Mercromina. Otros momentos musicales, como ese “El tamborilero” en versión del esperpéntico Romeo (Asiar Etxeandia), buscan menos la emoción epidérmica que la estupefacción. Provocación hasta el final.

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