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Acallando el barullo con Carrère

El profesor de yoga Nuno de Oliveira dirige una clase sobre la disciplina en torno a la que orbita la última obra del escritor francés premiado con el galardón de las Letras

Nuno de Oliveira (de espaldas) guía a los estudiantes durante un asana de equilibrio. | Miki López

Emmanuel Carrère, premio “Princesa” de las Letras 2021 –y que la próxima semana pisará Oviedo–, quería hacer un manual sencillo sobre cómo hacer yoga dirigido tanto a neófitos como a veteranos. No le salió. No pudo. La vida se interpuso por el medio. Lo atropelló como si un camión se llevara por delante a un insignificante mosquito. Suele pasar. Aunque en su caso no fueron las banalidades que nos mantienen entretenidos durante horas y horas las que se le pusieron por el medio. Fue la muerte de un amigo. La vida le mostró su peor cara. No obstante, el escritor francés sí que deja en su último libro –al que, aunque tenga poco de yoga tituló igualmente “Yoga”– pensamientos interesantes sobre lo que es esta práctica que combina el ejercicio físico con la meditación. Las técnicas y reflexiones que describe el autor galo fueron puestas en práctica ayer por una treintena de personas en un taller de iniciación que tuvo lugar en la fábrica de armas de Oviedo y que condujo el profesor Nuno de Oliveira. Una hora de paz. De conexión y desconexión a la vez. Tal y como le gusta al francés.

La meditación final de la sesión de yoga. | Miki López

Paradójicamente, el taller tuvo lugar en el que hace muchos años se fabricaba armamento, reconvertido durante una hora en un espacio de paz. De tranquilidad. De desconexión mental. Es decir, de yoga. Porque, contra la creencia popular, esta práctica lo que busca es que cuerpo y mente estén en plena armonía. Sin perturbaciones. No es solo un ejercicio físico. Carrère, como por casualidad, da en su libro una definición de yoga muy certera. Dice así: “El yoga es detener las fluctuaciones mentales”. Deja la frase enterrada en uno de los primeros capítulos. Entre su peripecia en un retiro en el que la regla es estar completamente desconectado del mundo. En silencio, porque hablar está prohibido. Sin móviles. Sin televisión. Sin nada que pueda perturbar. Eso es el yoga. “Ponerle fin al barullo incesante de nuestros pensamientos o, más modestamente, calmarlos”, escribe Carrère.

Un momento del saludo al sol | Miki López

Nuno de Oliveira pasea entre los treinta asistentes con una chuleta en la mano. Viste un chándal que le queda flojo para facilitar los estiramientos del yoga. Y explica a los presentes conceptos que a algunos les puede sonar a chino, como el del “saludo al sol”. Un ejercicio, por así decirlo, circular. Unos pocos movimientos que guardan la quintaesencia de la práctica del yoga. En los papeles que pasea por la sala –por la antigua nave industrial– el profesor lleva escritas unas frases del escritor francés. En uno de los movimientos –el asana (la postura) del guerrero– De Oliveira lee a Carrère: “El yoga es como si una parte del cuerpo tirara hacia un lado y la otra hacia el otro”. No hay más. El brazo derecho fractura el cielo, mientras que el izquierdo intenta acariciar el suelo. Y, después de unos minutos, viceversa. “El yoga es una vía de acceso al mundo”, dice el profesor citando, de nuevo, al escritor francés premiado este año con el galardón de las Letras. Durante los diferentes asanas (posturas) que se ponen en práctica, el esfuerzo que hay que hacer para que el cuerpo pliegue hacia lugares impensables y para poner en marcha músculos que ni siquiera sabemos que están ahí le dan la razón. Se toca el mundo.

El retiro espiritual que el francés describe en el libro no provoca que los pensamientos se detengan de forma automática. Ni falta que hace. Los pensamientos siguen fluyendo. La cuestión es conseguir doblegarlos. Calmarlos. Hacer que esa vocecilla interior se ahogue. Difícil, que no imposible. Con práctica se puede conseguir.

Aunque la vida puede ser, a veces, como un terremoto. En su libro, Carrère deja aparcado el yoga para contar una de las experiencias más traumáticas de su vida en la que acaba hospitalizado a causa de una grave depresión, fruto de su trastorno bipolar. Con capítulos que rozan lo dramático, como cuando lo visita un conocido periodista americano y, al llegar a París, se encuentra a un escritor demacrado que no puede levantarse del sofá y con muy pocas ganas de vivir. “El libro transmite un lado humano, que nos dice que a pesar de que haces yoga y que eres ese tipo de persona que puede controlar las fluctuaciones mentales, también te puedes ver atrapado en este tipo de situaciones”, señala De Oliveira.

Hay un fragmento del libro que al profesor le impresionó. Es ese en el que Carrère asegura que si en algún momento estuviera en la cárcel solo necesitaría una esterilla en la que hacer yoga para poder estar conectado con el resto del mundo. La práctica de ayer en Oviedo finalizó, como suelen acabar prácticamente todas las clases de yoga del mundo, con unos minutos de desconexión. De meditación. Porque, como también dice Carrère, “el yoga es una máquina de guerra contra los movimientos que agitan el terreno mental: cabrillas, oleaje, olas, corrientes profundas, golpes de viento o borrascas que rizan la superficie de la conciencia. Pensamientos parásitos, cháchara incesante que nos impide ver las cosas tal y como son”.

Así que como acaban las clases de yoga: “Shanti”. O, lo que es lo mismo, paz.

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