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David Menéndez: “Los acordes finales de `La bohéme´ me ponen la carne de gallina siempre”

El barítono asturiano, que debutó con Sagi en 2000, encarna a “Schaunard”, el personaje más apegado a la realidad de la obra

David Menéndez, en el teatro Campoamor. | Miki López

El barítono David Menéndez (Castrillón, 1975) interpreta a “Schaunard”, un personaje “que he cantado muchísimo en infinidad de ocasiones, un papel que conozco muy bien y que es muy cómodo. Un rol corto y bonito que te permite lucirte. Un momento dulce que me permite descansar, trabajas de manera más relajada y, además, en casa”.

Debutó con Emilio Sagi en enero de 2000 con “El juramento”: “Hemos hecho muchas cosas desde entonces. Infinidad. Sé lo que quiere sólo con mirarle. Y al revés. Cuando se trabaja mucho con un director puede ser casualidad, o porque ve en ti lo que quiere para el personaje. Hice cosas con Emilio que con otros directores me lo pensaría, como salir vestido de frac e ir quitándome la ropa hasta terminar con un corsé, ligueros y tacones. También es verdad que Emilio es superrespetuoso y elegante, con unas puestas en escena nada vulgares. Eso me daba garantías. Ha evolucionado muchísimo. En los últimos años ha tenido la oportunidad de hacer óperas serias en las que su sello de identidad está tan patente como en su repertorio más jovial o cómico”.

Ve a su personaje como el que “está apegado a la realidad, es un músico, y los músicos tenemos una visión de la vida muy artística y bohemia, pero también práctica. Es fácil que cualquiera que quiera dedicarse la música pueda vivir de ella en cualquiera de sus vertientes. Puedes soñar con ser un gran concertista de violín, pero no te llega, y tocas en una orquesta, o eres profesor o tocas en la calle. Quien trae dinero a casa es mi personaje. Y pienso que él, por lo que sea, ha tenido a alguien cercano con la misma enfermedad que Mimí, y es quien se da cuenta de que se muere. Y es el primero que se viene abajo”.

Un personaje “muy vital, le gusta chinchar. Me gusta hacerlo fresco, jovial, hasta que ve el final tan cercano, siendo cómplice con el público por saber el desenlace. Es la cruda realidad, pasar de la felicidad a la tristeza en un chasquido de dedos. Por eso esta ópera está vigente”. El poder de tocar sentimientos que tiene la música es inmenso: “He hecho muchas Bohèmes, y esos acordes finales cuando ella se muere y Rodolfo grita ‘¡Mimi!’ siempre me dejan la carne de gallina. Te emocionan. Siempre”.

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