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Salmón: “La velocidad de lo que sucede es la marca de agua de la contemporaneidad”

“No descarto que oponerse a la idea de progreso pueda ser elemento de salvación”, afirma el escritor en la presentación de su novela “Horda”

Ricardo Menéndez Salmón, momentos antes de la presentación. | Cristina Velasco

“La marca de agua de la contemporaneidad es la velocidad con la que las cosas suceden”. Palabra de Ricardo Menéndez Salmón, escritor gijonés que ayer presentó en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA su novela “Horda”, en la que se recrea un mundo donde las palabras se extinguieron.

Eduardo Lagar, redactor jefe de este periódico, definió al autor gijonés como “un autor que escribe muy bien, pero que piensa aún mejor. Lo vemos en sus novelas y también en sus críticas literarias que periódicamente publica en el suplemento ‘Cultura’ de LA NUEVA ESPAÑA. “Es posible que ‘Horda’ les haga pensar mucho, pero es muy probable que también les cause una profunda incomodidad, próxima al terror”, añadió el periodista.

Menéndez Salmón destacó su interés en ahondar en la idea de que la palabra no es solo una forma de transmitir conocimiento, “dentro del lenguaje se concitan valores éticos más allá de la practicidad”. En los últimos tiempos “el mal uso de las palabras parece más resonante, más intenso. No porque se usen peor o más interesadamente, sino porque los mecanismos de difusión han cambiado”.

Es inevitable “el cambio de paradigma”. Las palabras, según el autor, tienen otros lugares de transmisión más allá de los libros o las bibliotecas, que ya no son los únicos recipientes “para potenciar la comunicación, el discurso, la opinión. Y esa nueva situación “puede debilitar la capacidad de crítica”.

La parcelación del mundo circundante que se desarrolla en las pantallas ha venido para quedarse. El escritor recordó, con ironía, cómo fue al cine hace unos días y vio una publicidad en la que se invitaba a los espectadores a dejar de mirar las pantallas de los móviles “y mirar hacia arriba a la pantalla común y colectiva. Es decir, hay peleas internas dentro de los propios universos de imagen”. Y trajo a reflexión el reciente apagón de horas que dejó a millones de usuarios sin redes sociales: “Cuando las pantallas se apagan, el simulacro se retira”. Su hija de 13 años discutió con él la posibilidad de “un amor no físico, es decir, enamorarse de alguien sin necesidad de tocar. Los jóvenes valoran la idea de tener relaciones afectivas con personas a las que no se tiene por qué convertir en alguien de carne y hueso”.

El futuro, escribió Ballard, “son los próximos 15 minutos”. Y ese cuarto de hora acecha en muchas distopías literarias que el próximo año alimentarán la industria editorial: “Lo que me interesa de la distopía es que refleja un malestar, es una señal de que algo va mal. Hay libros como ‘1984’ que detectan problemas centrales como la relación entre sociedad e individuo y entre poder y lenguaje, y que parecen muy superados porque la Historia los ha encarnado. Por ejemplo, la sociedad de la felicidad de “’Un mundo feliz’”.

La aceleración del tiempo que vivimos ocupa y preocupa a Menéndez Salmón, quien ideó en “Homo Lubitz” unos “vacunódromos” que acabaron siendo realidad, “y lo que parecía una “fábula de un escritor de provincias terminó siendo un escenario auténtico que una superpotencia podía crear. En definitiva, la realidad bebe de la fuente de la distopía”.

“La Historia sucede en directo desde los atentados del 11-S en Nueva York. Llega antes la interpretación que el suceso mismo. Aquella retransmisión de 2001 nos lanzó a un mundo acerado. No hay distancia entre la formalización de un deseo y su realización”.

Deseó que haya “una parte de la humanidad que voluntariamente recurra a una involución, a un desapego tecnológico para recuperar el tiempo lento”. Una respuesta “osada sabiendo el precio que hay que pagar”. Y para reducir esa velocidad abracemos “la literatura. Leer novelas va contra la velocidad, es un arte lento de construir, de ejecutar y de degustar. Es echar el freno. No descarto que oponerse a la idea de progreso pueda ser un elemento de salvación”.

En Glasgow ha quedado claro que vamos hacia el colapso y el escritor defendió “la respuesta individual, muchas acciones personales pueden repercutir en un cambio global. Es posible la redención a partir de recuperar hábitos: la conversación, la palabra”. No entiende “la necesidad de exponerse la intimidad para conseguir un like o un te sigue. Hay algo de obsceno en pensar que a alguien le pueda interesar verte friendo un huevo. Entregamos una intimidad que nadie nos pidió. Esconderse es una virtud. Hacer de la intimidad tu refugio. “ y apeló a la risa que “te permite soltar lastre para no ponerte demasiado espléndido. Hay que desinflamar, la risa relativiza conquistas y certezas, redimensiona la pesada gravedad que nos rodea”.

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