Entrevista | Rodrigo Cortés Cineasta
“Desconfío de lo desposeído de humor”
“Para ‘Los años extraordinarios’ Billy Wilder me iluminó”

Rodrigo Cortés. / Beatriz Martínez,
Beatriz Martínez,
El cineasta Rodrigo Cortés (Ourense, 1973) vive un gran momento profesional. El pasado junio se publicó su novela “Los años extraordinarios” y se convirtió en un éxito. Ahora, regresa al cine con “El amor en su lugar” sobre una compañía de teatro que intenta amenizar con sus obras satíricas la dura vida en el gueto de Varsovia. Una película de supervivencia que es también una carta de amor a la creación artística, al oficio del entretenimiento, a la necesidad de reír, aunque sea en la dificultad, en el corazón del Holocausto.
–¿Cómo conoció la historia real de Jerzy Jurandot y su compañía de teatro en el gueto de Varsovia en la que está basada la película?
–La obra de teatro original la descubrió David Safier, porque estaba documentándose para un estudio. Pergeñó un primer borrador sobre un grupo de actores que tenían que representar esa función mientras tomaban una decisión a vida o muerte antes del toque de queda.
–¿Cómo se desarrolló su trabajo de investigación?
–Solo quise leer cosas que se hubieran escrito dentro del gueto entre 1941 y 1945. Se han hecho muchas películas sobre la Segunda Guerra Mundial, pero todas muy limpias a nivel narrativo. Se supone que deberíamos saber lo que pasó allí, lo que se estaba viviendo en ese momento, pero en realidad las informaciones son confusas y contradictorias. Para unos el presidente del consejo judío era un héroe, y para otros un hombre débil, para unos un santo, para otros un traidor. El gueto no era un campo de concentración, sino una sociedad muy jerarquizada.
–¿Tuvo algún tipo de referencia a la hora de abordar el proyecto?
–Del mismo modo que en “Buried” las velitas se las encendía a Hitchcock para tratar de acogerme a su magnanimidad, en este caso, sentía que tenía que iluminarme a través de Billy Wilder. Por eso traté de que los diálogos se impregnaran de ese pesimismo divertido, de ese veneno lúcido, pero también de su corazón romántico. Siempre he pensado que Wilder era una persona que creía en la humanidad que, a pesar de su desesperanza, creía en el amor.
–Es cierto que tiene un toque muy clásico, pero a la vez muy contemporáneo a nivel de dirección.
–Le di a los actores una lista de películas que querían que vieran para que tuvieran herramientas para después trabajar con ellos. Desde luego, estaba “Ser o no ser” de Ernst Lubitsch, “Un, dos tres” y “Berlín, Occidente”, de Wilder. En lo referente al ritmo les dije que tendríamos que ser más rápidos que el demonio, que íbamos a pisarnos, solapar los diálogos, casi sin respirar. También les pedí ver “Abajo el telón”, de Tim Robbins, “¡Qué ruina de función!”, de Peter Bogdanovich, “Cabaret”, pero también “Cisne negro”, de Aronofsky, para que supieran que en términos de cámara íbamos a ser muy sensoriales en todo momento.
–Sus personajes siempre parecen estar encerrados en un entorno opresivo.
–No es algo de lo que sea consciente, pero es verdad que esta película tiene mucho que ver con “Buried”, porque además transcurre en tiempo real y todos están confinados. Ambas películas son experiencias muy físicas. Son películas no solo para ser vistas, sino para ser experimentadas. Por alguna razón, suelo trabajar en películas en las que los personajes están sometidos a circunstancias que los superan.
–¿Cómo imbricó lo que ocurre en el escenario y lo que pasa entre bambalinas?
–Fue la parte que más miedo me daba, porque era lo que más me interesaba abordar, de qué forma podíamos entrar y salir de la función en marcha desde un punto de vista emocional. Además, a nivel logístico sabía que iba a ser muy complicado porque tenía que manejar varios puntos de vista. Una cosa es lo que ocurre en el escenario, otra lo que comunican los actores a través de la obra y, por último, sus verdaderos sentimientos. El reto era conseguir que todos esos niveles encajaran: los personajes y los papeles que interpretan en escena.
–¿A qué retos se enfrentó a nivel de dirección? Porque dominan los planos secuencia.
–Parten de una decisión narrativa. Yo creo que los planos complicados suelen naufragar cuando se sustentan por el exhibicionismo. Yo quería que el espectador se integrara dentro de ese teatro para que sintiera de verdad lo que les está pasando a los personajes. Por eso era importante enseñar las tripas del escenario que, por cierto, se rodaron en Tarrassa.
–¿De qué forma era importante el sentido del humor en la película?
–Desconfío de cualquier cosa que esté desposeída de humor.
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