LA NUEVA ESPAÑA felicita la Navidad con “la casa del alma” de Mónica Dixon
La artista ovetense recrea los paisajes estadounidenses de su infancia dotándolos de un halo metafísico que invita al silencio


Hay dos Mónicas cuando Mónica Dixon coge el pincel. Una pinta interiores vacíos donde la luz dobla las esquinas y va ralentizándose hasta detenerse ante los ojos del espectador. La otra Mónica pinta espacios abiertos, praderas habitadas por casas solitarias que podrían brotar en cualquier rincón de Estados Unidos pero que sólo existen, como ella dice, “dentro de mi alma, dentro de mi corazón”.
Son paisajes imaginados con los que esta asturiana –hija de un estadounidense y una ovetense– va resolviendo la dualidad existencial de haber pasado la infancia y primera juventud en Nueva Jersey y la madurez en Oviedo. LA NUEVA ESPAÑA felicita la Navidad a sus lectores con la reproducción de una de esas casas del alma y el corazón de Mónica Dixon Gutiérrez de Terán, que tanto la transportan a su tierra natal.

Mónica Dixon posa con su lienzo “Woodbury” en la manos, con cuya reproducción LA NUEVA ESPAÑA felicita la Navidad a sus lectores. | Miki López / MIKI LOPEZ
La obra, titulada “Woodbury”, es un lienzo pintado en acrílico de 22x35 centímetros, que ya forma parte de la colección del periódico. Es una imagen muy distintiva de la obra de una artista plástica que, tanto en esas casas norteamericanas emparentadas con las de Hopper o Wyeth como en sus rincones de interior, deslumbra por el perfecto acabado final de sus trabajos; lienzos alumbrados a fuerza de muchas capas, sutiles detalles y el diestro manejo de una pintura de secado rápido. Dixon no copia del natural, todos sus escenarios salen de la imaginación, de las reflexiones en un estudio donde siempre está sonando su música rock preferida. Y esto es sorprendente, porque todas sus obras invitan al silencio y el sosiego.
En el caso concreto de “Wood-bury”, un lienzo creado especialmente para el periódico, la artista reconoce que no quería pintar “nada expresamente navideño”, buscaba en cambio un paisaje que invitase a la atemporalidad, a lo metafísico. Por ello, el espectador puede amueblar esa casa con todo lo que su corazón y su alma deseen.
Santiago Martínez, crítico de arte de LA NUEVA ESPAÑA, explica que las obras de Dixon “atraen de forma inmediata” y que en ellas la luz “tiene un especial protagonismo”. En el caso concreto de “Woodbury”, se advierte una de las constantes de la pintura de Mónica Dixon, “el equilibrio entre aspectos sensoriales ligados a una actitud contemplativa y un análisis racional del espacio y de los elementos que lo conforman; dos medidas, la emocional y la matemática, que se nutren para mostrar una gran armonía”.
“Aunque estemos ante un lugar imaginado, recreado desde los recuerdos de la artista, este paisaje resulta próximo y cálido, surge de sentimientos que tienen que ver con su propia vida, con EE UU, su país de origen”, explica Santiago Martínez. Y añade: “Su pequeño formato favorece un acercamiento íntimo, una observación detallada para deleitarnos en las calidades y gradaciones tonales sin que la obra pierda un ápice de su carácter atemporal, de esa quietud e indefinición del lugar que, desde siempre, ha caracterizado sus paisajes. Estas sensaciones encontradas –de acercamiento y distancia– son un estímulo que enlaza con alguno de los presupuestos de la pintura metafísica; la rotunda presencia de la construcción, intensamente iluminada, proyecta una callada sombra, un instante detenido, que parece esperar un nuevo acontecer”.

“Woodbury”. / E. Lagar
Técnica depurada
La técnica de Dixon está depurada al máximo. “La obra está repleta de detalles, de sutiles transiciones de color que se advierten especialmente en el horizonte, delimitado por los verdes de los prados y los azules del cielo, delicadamente tratados. Pero esa frontera espacial no es, simplemente, una línea que separe la superficie terrestre de la aérea señalando un entorno que el ser humano configura y abarca, representa también el límite de la realidad tangible, un mundo sensible que poco a poco se va diluyendo en la distancia, en lo atmosférico y etéreo”. Según indica este experto en arte, “es en ese espacio de tránsito donde se halla esta solitaria construcción, cuyo aspecto impoluto y equilibrado tan solo se ve alterado por el entreabrir de alguna ventana y por pequeñas irregularidades en los tablones de la fachada”.
La silenciosa presencia de este lienzo de Dixon –detalla Santiago Martínez– “actúa como un imán para quien la observa porque, como recuerda Gaston Bachelard en ‘La poética del espacio’, hay tantos mundos contenidos en la palabra casa –hogar, familia, intimidad, añoranza de la infancia…– como sensaciones ligadas a su presencia”.
Mónica Dixon, añade el crítico, “nos hace partícipes de su propia experiencia vital y creativa, pinta desde lo más hondo de su alma, implicándonos en la emoción que provoca contemplar la sencilla y silenciosa naturaleza del arte ante un mundo contemporáneo sumido en su absurdo ajetreo. Todos los elementos formales y conceptuales imbricados en ‘Woodbury’ están perfectamente integrados en la obra, la luz modela las formas, y el silencio las arropa”.
Mónica Dixon Gutiérrez de Terán (Marlton Nueva Jersey, Estados Unidos, 1971). Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey), donde le conceden la Mención de honor en dibujo y el “Mary Jane Kelleher Wille memorial prize in visual arts”. Completa estudios en la Fleisher School of Art de Filadelfia. Se instala en Asturias en 1997, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera artística. Ha obtenido numerosas distinciones como el premio “Villa de Fuente Álamo”, de Murcia, el premio del Certamen Nacional de Luarca, el “Casimiro Baragaña” de Siero y el Stedman Art Award (Nueva Jersey), entre otros muchos. Su obra forma parte de numerosos museos y colecciones.
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