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Asturias exporta talentos

Celia Fernández urge a darse cuenta de que “hay que cultivar nuestro talento”

“¿Por qué íbamos a quedarnos para siempre en nuestro nido, por muy paradisiaco que parezca?”, se pregunta la ingeniera biomédica

Celia Fernández.

CELIA FERNÁNDEZ BRILLET (Baltimore). Oviedo, 1998. Estudió Ingeniería Biomédica en la Universidad Carlos III y luego pasó por Stanford, Imperial College de Londres, Vrije Universiteit Amsterdam, Universidad Johns Hopkins (JHU) y Universidad de Maryland. En 2020 inició su doctorado en el laboratorio de Neuroingeniería Vestibular de la JHU, mejorando uno de los primeros y únicos implantes para restaurar la función en pacientes con deficiencia vestibular bilateral.

Celia Fernández.

Cada día, de camino al campus universitario en Baltimore, la ingeniera biomédica ovetense Celia Fernández Brillet no puede evitar reflexionar “sobre la cantidad de giros que mi vida ha dado en los últimos años. Tan solo en 2016, me graduaba del IES Aramo, tras años de esfuerzo por aprender, hallar mi pasión y crear mi futuro a través de mi mayor objetivo en aquella época: conseguir una matrícula de honor. Por entonces, ya había encontrado el objeto de mi motivación y fuente de energía para el resto de mi etapa como estudiante: combinar la ingeniería con la medicina para afrontar problemas que ni los médicos, ni los ingenieros, por su cuenta, están capacitados para solucionar”.

Se enfrentó a la carrera de Ingeniería Biomédica en la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), “pero no me sentía sola en mis largas veladas de estudio, preparación de exámenes y prácticas de laboratorio. A Leganés me había marchado con una pequeña, pero esencial, parte de Asturias. Me fui con el apoyo de mi familia, de mis profesores de La Gesta y del IES Aramo, y de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, la cual me proporcionó los medios para pasar mis veranos estudiando en el extranjero, en Stanford University (EE UU), en el Imperial College London (Reino Unido) y en la Vrije Universiteit Amsterdam (Holanda), así como para pasar un curso académico en Johns Hopkins University (JHU) y otro en University of Maryland”.

Esa trayectoria, “que me permitió formarme de forma interdisciplinar, me llevó a comenzar mi doctorado en JHU, la universidad #1 a nivel mundial para la ingeniería biomédica… en medio de una pandemia. El verano de 2020, antes de empezar mi programa de doctorado, fue particularmente estresante. No estaba claro si podría llegar a EE UU a tiempo para empezar mi trabajo en el laboratorio, y me tuve que plantear la posibilidad de permanecer en Asturias por lo menos durante un año. Pero a pesar de haber terminado una de las carreras más exigentes del país, y con la mejor nota media de la Escuela Politécnica Superior, no encontraba el ‘centenar de grandes oportunidades de empleo’ del que me habían hablado durante mis años como estudiante”.

Y entonces le entró el pánico: “Si bien mi pasión es la bioingeniería aplicada a la neurociencia, ¿quién me iba a enseñar cómo funciona el sistema nervioso?, ¿quién me proporcionaría los medios para aprender a diseñar y ejecutar experimentos neurofisiológicos? ¿dónde encontraría al mayor experto en diseño de electrodos, paradigmas de estimulación eléctrica y ensayos clínicos de viabilidad? Quizá, la respuesta podría haber sido ‘Asturias’, pero, desafortunadamente, allí no encontré los factores que necesitaba en esta siguiente etapa para alcanzar mi mayor potencial”.

Finalmente, pudo comenzar su programa en JHU, en el Vestibular Neuroengineering Laboratory, dirigido por el doctor Charles Della Santina, “uno de los grandes expertos en el sistema vestibular, que, pese a pasar desapercibido, merece ser considerado como nuestro sexto sentido. Desde el comienzo de mi doctorado, en septiembre de 2020, he recibido la dirección y el apoyo moral y económico necesario para comenzar a entender el mundo de la investigación biomédica e ingenieril, con todos sus detalles, fuerzas y desventajas que la hacen especial, compleja, y ser capaz de afrontar algunos de los problemas que más acucian a nuestra sociedad a escala global”.

En JHU puede relacionarse con “los mayores expertos en mi campo y aprender conceptos complicados de forma sencilla y con gusto. Tengo la sensación de que mi trabajo es valorado y me ofrecen oportunidades para integrarme con las comunidades que más me interesan. En cierto modo, mi experiencia en EE UU es exactamente lo que me esperaba y lo que buscaba. Para completar mi primer curso de doctorado, JHU me garantizó una beca que rozaba los 100.000 dólares, y me reconocieron y premiaron al ser galardonada con una beca adicional, de la Fundación la Caixa. En contraste, por recibir el premio extraordinario fin de carrera, la UC3M me devolvió los 155 euros en tasas de expedición de título universitario (sin incluir los 55 euros de gastos de envío) junto con una felicitación y un cordial saludo por correo electrónico. No obstante, cuando me gradué con media de 10/10 del Bachillerato y 9,9/10 en la PAU, la UC3M me ofreció una beca para cubrir el coste del primer año de matrícula universitaria, lo cual no habría sido el caso en UniOvi, que entonces solo ofreció deducciones de matrícula a aquellos alumnos que habían ganado los premios extraordinarios de bachillerato (que como máximo se conceden a 1 de cada 1.000 estudiantes)”.

Más aún, durante su tiempo como estudiante en Asturias “apenas fui capaz de solicitar becas que premiasen mis resultados académicos sin considerar la situación económica de mis padres, que, a su vez, tuvieron tres hijos que sacar adelante, y los tres tuvimos que buscar becas en el extranjero para financiar nuestros estudios. Esto no significa que Asturias no tenga los recursos para formar adecuadamente y retener a sus jóvenes. Estoy convencida de que, si no fuese por el entorno en el que me crie, no habría llegado a donde me encuentro actualmente. Pero hay que ponerse al día con los países más adelantados en estos aspectos. Si regiones y países extranjeros nos ofrecen generosos recursos económicos, competencia a nivel mundial y la oportunidad de ser reconocidos por nuestro trabajo, ¿por qué íbamos a quedarnos para siempre en nuestro nido, por muy paradisiaco que parezca?”.

Espera que no haga falta bajar del millón de habitantes “para darnos cuenta de que hay que cultivar nuestro talento. Cada día, de camino al campus universitario, pienso en todas las cosas que echo de menos en Asturias: mis padres, mis abuelos, mis hermanos, las visitas a mis profesores de la escuela, las rutas por Somiedo, las festividades navideñas en Oviedo, los paseos por el casco antiguo... pero también aspectos fundamentales que no están tan presentes en EE UU, como una sanidad pública de calidad, un mejor equilibrio entre la vida personal y profesional, la buena calidad de los productos alimenticios, la familiaridad con la que se saluda a la gente por la calle...”.

Le gustaría regresar a “una versión mejorada de la Asturias que dejé hace tan solo cinco años. Una Asturias que se mantiene fiel a su compromiso con el medio ambiente mientras se desarrolla como hub tecnológico y biomédico. Una Asturias que pone por encima de todo lo demás su propio bienestar, basado en el apoyo del talento a nivel global y de los recursos endógenos, que son numerosos. Como dice un conocido cocinero, también de origen asturiano, ¡somos el país más rico del mundo!, pues despreciamos el talento que genera riqueza. Aprovechémoslo”.

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