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Crítica / Arte

La pintura explosiva de Jorge Fernández Valdés: instrucciones para un montaje en la sala Borrón

El artista sierense colgará su obra en Oviedo hasta el 18 de febrero

jorge fernández valdés

Jorge Fernández Valdés (Pola de Siero, 1990) siempre ha sido un artista dual, binario, que desde un principio ha querido transitar la frontera entre las dos y las tres dimensiones. Graduado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, con estudios ampliados en el Reino Unido y un Máster en Diseño Gráfico de la Comunicación por la Universidad San Pablo CEU de Madrid, ya desde sus primeras exposiciones individuales ha dejado entrever su interés por el diálogo entre lo pictórico y lo escultórico, aquello que denominó la “bi-tri-dimensión” cuando lo mostró en la Sala Murillo de Oviedo en 2015.

La base sobre la que trabaja es la imagen pictórica, que muchas veces transmuta en objeto escultórico y viceversa. Como pintor de nuevo cuño, no rehuye los medios digitales y utiliza el filtro de softwares especializados y renders 3D, porque de lo que se trata en realidad es de reflexionar sobre el acto de pintar en sí mismo y de los procesos de la pintura desde la propia pintura o desde fuera de ella, tanto da. En la 30 Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias (MAPPA) presentó tres obras al óleo sobre madera en las que enfatizaba la ilusión de una salpicadura encapsulada, como en el pop, más un ensamblaje portátil que tenía tanto de objeto como de cuadro convencional, aunque una vez colgado mostraba la presencia de una pintura de fuerte impacto visual, entre abstracta y concreta.

En la exposición que ahora presenta en la Sala Borrón de Oviedo recupera alguna de estas obras anteriores pero da también un salto adelante, al trabajar sistemáticamente objetos que ensambla con diferentes materiales y colores para luego introducirlos en el lienzo. De esta manera se puede ver el “objeto” fuera y dentro del cuadro, en volumen y en dos dimensiones. A Jorge Fernández Valdés le interesa que esos artilugios estén compuestos de diferentes materiales porque a la hora de pintarlos supone un reto representar fielmente las características de cada uno de ellos, ya sea la luminosidad, la transparencia o la rugosidad, con una precisión que se quiere fotográfica.

Este realismo, que adquiere la condición de trampantojo cuando reproduce interiores que confunden verdaderamente la percepción, se vuelve mágico cuando los objetos con los que trabaja actualmente aparecen suspendidos en el aire y descompuestos en sus diferentes partes. El artista piensa que cuando quedan flotando y pierden todo tipo de gravedad tendemos a relacionarlos con lo universal, eso que nos queda tan lejano, que tanto respeto nos da y que no acabamos de abarcar por su inmensidad. Se trata de esa otra dimensión de la que hablaban por ejemplo los surrealistas.

Es como una explosión, el retrato de un instante en el que se captan luces, sombras, brillos y volúmenes que un segundo más tarde hubieran sido distintos. El tiempo se congela para ver realmente los detalles de los materiales y cómo se relacionan entre ellos, en esa conexión invisible, intangible, transparente, resaltada mediante colores vivos y fluorescentes heredados de series anteriores. Su característica común es la flotabilidad, la suspensión espacio-temporal, que asimismo comparte un dibujo realizado durante la pandemia, cuando el confinamiento.

Varias de las piezas mostradas vienen con sus propias instrucciones de montaje, también expuestas, pero no para facilitarnos una comprensión que se pretenda intelectualizada, sino para hacernos ver su carácter de artificio, de instrumento ritualizado que transmite sensaciones complejas e incluso contradictorias, como se puede observar en esa intervención final sobre la pared que tiene tanto de prefijada como de espontánea y azarosa.

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