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Nacho Vegas Cantautor, publica "Mundos inmóviles derrumbándose"

"A veces hace falta ser conservador para evitar ser un reaccionario"

“Hoy lo rebelde es el discurso de odio de la ultraderecha, y eso es un peligro; la ternura es un antídoto contra ese cinismo cruel tan de moda”

Nacho Vegas, la pasada semana, en una cervecería de Gijón. Juan Plaza

Nacho Vegas (Gijón, 1974) empieza el año con nuevo disco. Tras varios adelantos en forma de single, hoy se publica el álbum “Mundos inmóviles derrumbándose” (Oso Polita), en el que el cantautor asturiano regresa con nueva banda, diez canciones que dan la medida de todos sus repertorios posibles (de la canción protesta al drama emocional abierto en canal) y un inicio de gira que arranca el 28 de enero en el Teatro Fantasio, en Navia.

–Octavo disco en solitario y primero sin Paco Loco en la producción. ¿Nueva etapa?

–Cuando empecé a planificarlo no tenía una banda, tenía un equipo. Estaba con Hans (Laguna) y él me había presentado a Ferrán (Resines) y Cris (Cristian Pallejà). Con ellos empecé a trabajar la preproducción y eso fue lo que nos llevó a acabar grabando en La Casamurada. Fueron surgiendo unas dinámicas colaborativas sobre la marcha y sí, es verdad que me dio un poco de pena no grabar con Paco. Le llamé, porque después de tanto tiempo haciendo discos con él era una llamada de vida, y se lo dije. Eso no significa que no vuelva a grabar con él o incluso mezclar estos dos mundos, a la gente de Barcelona, que tiene su forma de trabajar, con Paco.

–¿Cómo aparece este núcleo de músicos catalanes?

–Conocía a Hans de sus discos en solitario. Después, en la gira de Resituación, cuando necesité improvisar un coro en Barcelona, aparecieron él y María Rodés. Más tarde me acompañó junto a Manu Molina en una serie de conciertos por Latinoamérica, porque "León Benavente" estaban de gira. Ahí ya me presentó a Cris y a Ferrán. Conectamos enseguida. La última incorporación fue Juliane Heinemann, un descubrimiento gracias a estar allí y conocer la escena catalana de cerca.

–¿Qué escena se encontró en Barcelona?

–Están unos pasos por delante del resto, me da envidia. Pasa también en Euskal Herría, lo veo con Joseba (Irazoki), que sacó disco ahora y está tocando mucho. Juliane y Cris venían de tocar con Joan Dausà, un cantautor de mucho éxito en el circuito catalán. Todo eso no nos llega, también porque existe esta catalanofobia, pero yo les envidio más incluso toda esa tradición asociacionista, autogestionaria y de activismo, que está afectando de forma muy positiva a su escena cultural. Aquí es un poco páramo, nos falta todo eso. A veces te das cuenta de que nos falta demasiado. No solo músculo, sino también voluntad o conciencia.

“Me dan envidia los catalanes o los vascos, comparada con ellos, a nuestra escena cultural no es solo que le falte músculo, sino también voluntad y conciencia”

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–¿Se reconoció en el nuevo sonido de estas canciones, sin Paco Loco y con esos nuevos músicos?

–El sonido se va formando. Yo no quise ser un cantautor como Cohen, que graba con distintas producciones, sino uno con banda de rock, en la tradición de los "Bad Seeds" o los "Crazy Horses". Paco es una parte más, muy importante. Entre él y la banda se había formado un sonido muy particular que se había explorado al máximo. Ahora me parecía un buen momento para cambiar, porque, aparte, enseguida me di cuenta de que los “Leones” se merecían ser mucho más que mi banda, como de hecho consiguieron y con camino por recorrer. 

–¿Y el sonido?

–El sonido del disco es la suma de sensibilidades de la gente que me acompaña. Dialogo mucho con la gente con la que grabo. Les reconozco una sabiduría que yo no tengo, no soy un maniático de estar encima de todo, no tengo problemas en delegar. La gente se queda con las colaboraciones de Bunbury o Rosenvinge, pero en realidad todos los discos que he hecho han sido colaboraciones, y desde el primer momento ha habido cambios en el sonido. Si algo comprendí que era importante y necesario en esto de la música es saber ser generoso, escuchar, dar para recibir de los compañeros con los que grabas, aprender a crear una sensibilidad del conjunto, que se diluyan un poco los egos. Es verdad que con el cambio de oficina, de sello y con los “Leones” fuera yo mismo hablé de cambio de ciclo, pero son cosas un poco arbitrarias que utilizas para ordenar tu trabajo. Aunque es verdad que aquí coincidió todo: el parón de la pandemia, el fin de la década, el cambio a Last Tour a Oso Polita...

–Y le salió un disco que casi puede parecer el recopilatorio de una nueva etapa aún por recorrer. 

–No de una forma consciente. Cuando lo escuché con cierta perspectiva me di cuenta de que era un disco que tenía que ver con una serie de momentos muy particulares. Es verdad que, a diferencia de “Violética”, donde grabamos muchas canciones, ahora quería hacer un disco sencillo que condensara lo que habían sido para mí estos dos últimos años y medio. De hecho, es la primera vez que no grabamos más de lo que va en el disco. Como tampoco había una banda, quería centrarme en estos diez temas y que hubiera contrapuntos, momentos más luminosos opuestos a otros. Esos contrastes en un disco de diez canciones puede hacer que parezca un recopilatorio de distintas facetas, pero no es algo que haya planeado. Nunca planeo los discos, son los discos los que al final te dicen lo que tienen en común las canciones y por qué tienen que pertenecer a él.

–¿Dónde y cuándo empieza a fraguarse este disco?

–A finales de 2019 tenía ya alguna canción esbozada que creía que podía formar parte del futuro repertorio, pero la mayoría las escribí entre 2020 y 2021.

–¿Cuál fue la primera?

–“El don de la ternura” fue la primera que esbocé, pero fue de las últimas en dar por terminadas. A veces acabas de componer una canción y te dices, “ya tengo el disco”. En este caso nunca llegó ese momento. Tenía algunas canciones esbozadas con las que podía intuir un nuevo repertorio, y entonces me fui a Ortigueira, y allí acabé de componer “El don de la ternura” y el resto.

–¿Qué le impedía acabar las canciones?

–Supongo que una falta de estímulos. Estaba acostumbrado a trabajar en la intimidad y soledad de mi casa, pero cuando te pasas el resto del tiempo viajando o tienes una ciudad viva en la calle, no es lo mismo. Las canciones hablan de realidades ante las que tienes que tomar perspectiva, pero para escribir sobre ellas tienes que estar estimulado para utilizar esos recuerdos, y no conseguía salir de ahí. El monotema de las conversaciones era el que era y la casa se me caía encima. Por eso decidí cambiar de aires, ir a un sitio donde no tuviera televisión ni wifi, donde el ritmo de vida se viviera de otra manera y los estímulos fueran puramente la naturaleza circundante. Me ayudó a desatascar, a pensar, como si tuviera los recuerdos embotados. No quiero echar la culpa de todo a la pandemia, pero una de las consecuencias que tuvo en mí fue un bloqueo mucho más largo de lo habitual, e irme a Ortigueira me ayudó a conseguir una lucidez necesaria y que echaba en falta para escribir canciones. Me sentía entumecido, igual que nos pasaba de estar en casa en los meses del confinamiento. La banda estaba esperando para ver si había repertorio, si había disco, y si no salía de allí con unas cuantas canciones terminadas, diciendo que había un disco, la cosa ya se podía ir al año siguiente. Y era muy peligroso, porque ni yo ni mis músicos nos lo podíamos permitir. 

–¿Por qué Ortigueira, en Coaña?

–Coincidió que una compañera de la oficina, Débora, tenía una casa allí, y nos consiguió una vivienda de una familia belga que suele ir en verano.

–¿Cómo le recibieron en el pueblo?

–Los pueblos tienen de bueno que no hay policías de balcón, la gente se conoce, hay más sentido común del que ves en las ciudades, no hay esas psicosis colectivas. Me fui con Juan (Ablanedo), mi mejor amigo, lo más parecido que tengo a una pareja, no me apetecía irme solo. Él aprovechó para conocer las playas e ir al mercado y yo me pasaba el día trabajando e íbamos a tomar el vermú al bar del pueblo. En el pueblo le habían preguntado a Débora quienes éramos y un día me dijeron: “te buscamos en wikipedia y ya vimos que eras músico de verdad”.

–¿Hasta qué punto fue un encierro en una situación límite?

–Me llegué a plantear que si salía de allí sin canciones a lo mejor necesitaba tomar antidepresivos, porque es verdad que me estaba afectando a nivel emocional. Me sentía frustrado y de bajón. A veces las canciones surgen cuando no lo eliges, pero esta vez había una urgencia que no se materializaba en nada. Al final escribir canciones es algo que necesitas, para mí eran una salida. Así que, una vez allí, me planteé una disciplina: madrugar, no tener nada que me hiciera procrastrinar y sentarme a escribir o grabar cualquier idea. En cuanto acabé un par de canciones fui cogiendo confianza, porque cuando entras en este tipo de bloqueos también acabas volviéndote más inseguro y te cuesta más avanzar. A partir de ahí fue todo más fácil. No escribí todo el disco en Ortigueira pero sí la mitad, y el resto lo acabé en Gijón. En todo caso, nada más volver llamé a la oficina y a la banda y les dije que ya podíamos reservar estudio para grabar

–¿Qué otras canciones fueron surgiendo después de “El don de la ternura”?

–“Esta noche nunca acaba”, “El mundo en torno a ti”, “Belart” y más tarde “Big Crunch”. “Ramón In” también fue de las primeras. La había empezado a escribir al final de la gira de “Violética”, pero no la acabé hasta que llegué a Ortigueira, dos años y medio después.

–Esa canción, una de las más sobresalientes del disco, se basa en la muerte de un personaje de la noche de Gijón. ¿La empezó a escribir después de su fallecimiento?

–Había pasado tiempo, pero cuando empecé a componerla me resultaba aún demasiado reciente o tenía miedo de que acabara siendo una canción de 18 minutos, no me venía con esa capacidad de síntesis.

–¿Se prohíbe ahora canciones de ocho minutos como “El Ángel Simón”?

–Corrijo mucho y hay veces que sí que tienes que podar y saber lo que sobra. Es verdad que hay letras que mandan sobre la canción y te ciñes a su esquema, pero en este tipo de canciones-río, como “La vida manca”, no puedes ir tachando estrofas para recortarlas, como decía Nick Cave.

–Es una canción muy triste, crónica de una muerte, que acaba con un tono de jazz-funeral de celebración. ¿Buscaba esa victoria?

–Me di cuenta de que la esencia de lo que quería contar necesitaba desembocar en eso, que no se quedara en una canción triste, sino que hubiera esta especie de funeral. Así son las canciones populares que hablan de la muerte, una excusa para celebrar la vida, con todos los peros que uno le pueda poner. Necesitaba que acabara así.

–La canción viene a señalar uno de los males de nuestro tiempo: la creciente incapacidad para afrontar la muerte, nuestro empeño en esconderla.

–Sí, la muerte de Ramón es el punto de partida y el pretexto para hablar de cómo hemos llegado a un punto en el que lo que es el duelo, que pasábamos apoyándonos en amigos y seres queridos, cada vez lo vivimos de forma más individualista. Es algo sintomático de lo que analizan autores como Santiago Alba Rico, que reivindica, en este sentido, ser conservador en lo antropológico. Si el progresismo es tender hacia esto, yo soy antiprogresista. A veces hace falta ser conservador para evitar ser un reaccionario. Desde ese punto de vista antropológico te das cuenta de las cosas que hemos perdido, de aquello que necesitábamos y nos hemos deshecho. La forma de encarar el duelo, las pérdidas, ha cambiado mucho en las últimas décadas. Antes lo hacíamos en común y ahora se hace en favor de un individualismo salvaje. Te echan del trabajo y en lugar de acudir al comité de empresa tomas ansiolíticos. Rompes con tu pareja y en vez de quedar con tus amigos vas al psiquiatra. Muere un ser querido y no hacéis el duelo juntos, te drogas tú solo en casa. Hay una dinámica general en la que hemos perdido muchas de esas cosas que, joder, se hacen por algo.

“La ternura es un antídoto contra ese cinismo cruel tan de moda ahora, el discurso de odio de la ultraderecha, antifeminista y homófobo, es lo que se identifica hoy en los institutos con ser rebelde, y eso es muy peligroso”

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–El disco también habla del "don de la ternura", de la compasión, de la empatía.

–Cuando preparaba el anterior disco, el recopilatorio “Oro, salitre y carbón”, ya me preocupaba reivindicar la ternura. Incluso me planteé titular los dos discos “El don de la ternura” y “La necesidad de amparo”, dos frases sacadas de Carver. Necesitamos ser cuidados y poseer el don de cuidar, y no solo entendido desde el apoyo mutuo, que también, sino como eje central de nuestras relaciones, algo que nos empodera. La ternura es un antídoto contra ese cinismo tan cruel que está tan de moda ahora. El cinismo es muy peligroso porque no necesita reconocer al otro, puede ser una mirada que empieza y acaba en ti. La ternura o el amparo implica reconocer a la otra persona, la necesidad de crear algo juntos, no solo una protección. A pesar de que se decía que podíamos salir de la pandemia habiendo aprendido algo sobre la necesidad de cuidarnos más y mejor, parece que fue todo lo contrario, y ahora hay un escenario con un ruido muy feo. Ya no es que ser facha se haya normalizado como opción política, sino que está de moda entre la gente joven. En los institutos, ese discurso de odio de la ultraderecha, antifeminista y homófobo, es lo que se identifica hoy con ser rebelde, gamberro, y eso es muy peligroso. Tenemos mucho que tejer y mucho que derrumbar, y me gustaría que la música fuera la banda sonora de algo emocionante y bonito que esté por venir. Pero noto que no son, precisamente, buenos tiempos para la lírica.

–¿Entiende la música sin compromiso?

–Hay una responsabilidad en los que hacemos música, no deberíamos tener miedo. Hoy más que nunca hacen falta altavoces, es una época muy sombría y tiene que haber canciones que demuestren que algo se está cociendo. Ahora que la sociedad está tan polarizada parece que los músicos encuentran más razones, no ya para no posicionarse, sino para asumir el sistema sin crítica y reivindicar su derecho a aprovecharse de él, abrazando ese discurso meritocrático de que el más listo de la clase se lo lleva crudo y los demás que se jodan. Percibo ese subtexto en cierta generación joven de músicos. Hace falta un discurso contracultural que le dé réplica. También es cierto que en el movimiento feminista y en el movimiento queer es donde veo más audacia, y que desde ahí se puede plantar cara a todo este discurso de odio.

–¿Qué quedó del 15M, usted fue un gran ilusionado de todo aquello?

–Fue Ilusionante y tuvo su consiguiente desilusión, pero recuerdo que en 2019 y 2020 los 8M fueron importantísimos para mí. Una vez que el espíritu del 15M estaba varias veces enterrado bajo tierra y lo que quedaba estaba en las instituciones, el eje ecofeminista seguía en la calle, todas esas chicas, muy jóvenes, con mensajes anticapitalistas. Pero con la pandemia, la ultraderecha aprovechó para criminalizar ese movimiento y parece que han ganado la batalla. Eso me jode muchísimo, ahora toca reconstruirlo.

–De diez canciones hay dos en asturiano, firmadas junto a Pablo Texón. Supongo que son, también, reflejo de su compromiso con la oficialidad.

–Me apetecía mucho colaborar con Pablo Texón. Me apetecía mucho hacer la versión de John Prine en asturiano, pero soy de los que, aunque me resulte natural cantar en esa lengua, tengo el vicio, si escribo en asturiano, de hablar solo de las cosas que tienen que ver con Asturias o de caer en el discurso metalingüístico. Me resulta difícil hablar del mundo en asturiano, y creo que es algo que tiene que ver con el hecho de que nos hayan negado la posibilidad de normalizar la lengua. Incluso con mi militancia me cuesta mucho escribir, aunque estoy muy a gusto a cantando en asturiano.

–¿Fue su lengua materna?

–No. Mis padres apenabas hablaban en asturiano, un poco de amestao, y un poco más por parte de una abuela que vivía en Jove, que aunque ahora es un barrio de aquella lo llamaba la aldea. Pero mi relación fuerte con el asturiano no empezó hasta que no estuve en la facultad y empecé a militar un poco en el asturianismo, es decir, por cuestiones filológicas y académicas. Empecé a leer a algunos autores en asturiano y así aprendí algo más.

“Estoy muy a gusto cantando en asturiano pero me resulta difícil hablar del mundo en asturiano, creo que tiene que ver con el hecho de que nos hayan negado la posibilidad de normalizar la lengua”

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–¿Qué querían hacer con esta versión de Prine?

–Una adaptación a una lengua que sigue estando minorizada y darle una letra que fuera una adaptación libre de Pablo Texón. Quería más al escritor Pablo Texón que al traductor; por eso hizo su propia lectura y su propia historia. Es otra canción que marca otro contrapunto, con más esperanza y luminosidad, en el disco. 

–Todo lo contrario de la otra que firma con Texón, que cierra el disco con un sabor muy amargo.

–Es una añada trágica, sí, pero también es un continuará. Habrá un epílogo a estos mundos inmóviles para el verano, espero. Me apetece grabar nuevas canciones, me apetece tener algo más de repertorio para este nuevo ciclo.

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