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Noval, el padre del ecologismo asturiano 

Se cumplen 20 años del fallecimiento del ornitólogo gijonés que capitaneó el movimiento conservacionista en la región

Una imagen de Noval mostrada en la exposición homenaje organizada al año de su fallecimiento.

Hace escasas semanas se cumplió el vigésimo aniversario del fallecimiento del ornitólogo gijonés Alfredo Noval. Una enfermedad nos lo arrebató joven, con 73 años, a finales de 2001, cuando estaba en plena producción intelectual, revisando nuevas ediciones de su ingente obra sobre la naturaleza asturiana y la avifauna ibérica.

Fue un destacado naturalista desde la década de 1960, realizando los primeros trabajos de campo y redactando los prontuarios de las poblaciones de aves del País Vasco y de Asturias. También realizó una gran labor de divulgación y concienciación sobre la conservación de la naturaleza. Noval tenía una pluma amena, sin perder el estilo de las revistas científicas de su época, que recibía y leía gracias a su buen dominio del inglés. Aunque su lenguaje era técnico y riguroso, su obra tuvo aceptación entre el gran público.

Funcionario del cuerpo de inspectores de aduanas de profesión, fue uno de los autores de referencia para la ornitología en España. Stanley Cramp y otros autores británicos le nombraron corresponsal de la obra cumbre de la ornitología europea: “The Birds of the Western Palearctic”, en la que hizo la parte referida a España. Al reunir el panel de expertos que elaboró el Libro Rojo de los Vertebrados, entre otros ornitólogos destacados el Ministerio de Medio Ambiente contó con Noval.

Gran ornitólogo, amaba los espacios abiertos; su lema era “Libre y lejos”

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Fue un autodidacta que llegó a lo más alto gracias a su constante dedicación a la ornitología, atento a la bibliografía que se iba publicando sobre este tema y con un intenso trabajo de campo. Por su profesión, tuvo la suerte de ser destinado sucesivamente a zonas de gran interés natural, como Extremadura, Guipúzcoa y Asturias, y de profundizar en el conocimiento de estos territorios.

Su afición por las aves se remonta a la niñez. Su padre, capitán de la Marina Mercante, fue víctima de las represalias de los vencedores de la Guerra Civil española. Tras quedar huérfano a los 9 años, fue ingresado, en 1939, con 11 años de edad, en el internado del colegio San Francisco de Villaviciosa, localidad de la costa asturiana donde treinta años más tarde haría los primeros estudios ornitológicos de su ría. Allí estudió Bachillerato y tuvo sus primeras vivencias ornitológicas. “Los pájaros eran los únicos que podían entrar y salir cuando querían por encima del muro del patio del colegio, eran libres. Empecé a fijarme en sus plumajes y llegué a diferenciarlos y a darles nombre a todos”, comentaba al recordar su infancia. “Creo”, añadía, “que fruto de aquella experiencia, y de mi trauma infantil con la guerra, he tenido siempre un gran afán de libertad, de espacios abiertos y de naturaleza”. Su lema, “Libre y lejos”, lo estampó en sus libros.

Entre los discípulos de Noval se encuentran conservacionistas destacados como Roberto Hartasánchez, que bajo su dirección hizo en 1971 su primer estudio de aves en un humedal de Gijón. Fruto de aquellas experiencias fundaría Roberto en 1982 el Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas). También el que esto escribe se inició con Alfredo Noval en aquellos años. La experiencia de verle sacar en 1973 y 1974 los primeros números de la revista de ciencias naturales “Asturnatura”, así como luego la enciclopedia y el resto de sus libros, fue clave para que en 1981 surgieran las revistas “Quercus” y “El Cárabo”, fieles a su estilo de divulgación.

Hartasánchez, Benigno Varillas y Alfredo Noval.

A mediados de mayo de 1974, los aficionados a la ornitología en España quedaron boquiabiertos al salir a la calle por la mañana. De los cuatro frontales de los techos de todos los quioscos de las principales ciudades, colgaba un cartel con un águila imperial que anunciaba el primer fascículo de una enciclopedia en diez tomos titulada “El gran libro de la fauna ibérica”. Quien se disponía a realizar aquella proeza era un hombre en solitario: el gijonés Alfredo Noval. Ya entonces era conocido por los naturalistas. Señalado miembro de la Sociedad Española de Ornitología desde sus inicios, en 1954, de la que llegó a ser vicepresidente y miembro del consejo editorial de Ardeola, la revista científica de dicha entidad. Antes había destacado en la Sociedad de Ciencias Aranzadi de San Sebastián, primera institución de naturalista creada en España, en 1948, en la que llegó a dirigir su revista de divulgación científica “Munibe”.

Fue autor de un trabajo pionero sobre el estatus de las aves de Guipúzcoa. Había cofundado la Asociación Asturiana de Amigos de la Naturaleza (ANA), en la que también había promovido y dirigido la revista de ciencias naturales “Asturnatura” en 1973 y había escrito un libro sobre la fauna asturiana, publicado por la editorial Ayalga en 1974. Todos sabían del buen hacer de Noval. Pero lo de escribir una enciclopedia como aquella, y su espectacular lanzamiento a escala nacional, dejó sorprendido a todo el mundo.

Alfredo fue un hombre lleno de energía y proyectos. Mantuvo siempre su ímpetu y producción intelectual. Durante el tratamiento de su enfermedad, en cuanto recuperaba energías, escribía, corregía y editaba los textos de sus libros. Se quejaba de no poder estar más encima del maquetador y de la digitalización de las fotos, preocupado siempre por la máxima calidad y por la excelencia.

Casado con María Rosa Herrero Merediz, tuvo cinco hijos. Rendimos con estas líneas homenaje al maestro que nos inició en el estudio y la defensa de la naturaleza y nos transmitió una actitud ante la vida de compromiso, sensatez y amor por el trabajo bien hecho. Alfredo Noval está siempre presente en nuestro recuerdo.

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