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La (otra) revolución roja: La regla se cuela en las conversaciones y en la vida social tras siglos silenciada

El feminismo clásico negó el periodo como elemento diferenciador, pero ahora se reivindica: "Las mujeres de hoy ya no nos avergonzamos de ella"

"La cama volando", obra de Frida Khalo (1932)

En un capítulo de la última temporada de la célebre serie “Sexo en Nueva York” a una de sus protagonistas, la siempre perfecta y elegante Charlotte, le viene de forma inesperada la regla en la calle. Lleva pantalones blancos. Sin mayor problema, sus amigas se lo advierten y le atan una cazadora a la cintura para taparle la mancha. Charlotte lleva, además, varios capítulos entregada a enseñarle a su hija adolescente cómo se coloca un tampón con todo tipo de detalles.

No es pionera ni mucho menos la serie estadounidense en incluir la menstruación femenina en la trama. Ahí está sin ir más lejos “Verano Azul”, cuyo capítulo en el que a Bea le viene el periodo por primera vez está grabado a fuego en el imaginario de toda España y marcó a varias generaciones. No obstante, en el guion de Antonio Mercero, revolucionario para la época, no se mencionaba abiertamente la regla ni se dejaba claro qué le había pasado a Bea, a la que de repente rodeaba una especie de halo místico: se había hecho mujer.

Un caso más cercano en el tiempo y real. A finales del pasado enero una alumna de la Universidad de Oviedo logró algo pionero: reprogramar un examen por sufrir una regla dolorosa. Se le aceptó la petición al presentar justificante médico y explicar por correo electrónico su situación sin pudor. En el Rectorado asumieron que, ante cualquier enfermedad, ya sea contagio por covid o un mal periodo menstrual como fue el caso, si hay justificante médico se cambian las fechas de una prueba para defender la “igualdad de condiciones”.

Valgan estos ejemplos para demostrar que la menstruación, hasta hace bien poco un tema tabú o ausente, gana cada vez más relevancia y presencia social. La que bien se puede llamar la “revolución roja” es innegable. Y es una conquista más de las mujeres en su camino por reivindicar su lugar en la sociedad durante siglos. Las feministas de los años 70 y 80 empezaron a hablar de la regla para negarla como un elemento diferenciador social del hombre. Ahora, las nuevas generaciones no solo la han normalizado, sino que parece que reclaman su faceta diferenciadora. La reflexión y el debate están servidos. Y la mujer, como siempre, está en el centro.

La Historia cambia, pero no en todos sitios

“No puedo evitar reflexionar sobre el tema desde una perspectiva histórica. Lo primero es que por supuesto que la regla es ahora algo más normal, puesto que menstruamos mucho más que las mujeres que vivieron hace un siglo, por ejemplo. Ellas tenían más hijos y más períodos de lactancia. Menstruaban menos. La regla tiene más presencia en nuestras vidas y hablamos por tanto de ella”, apunta la catedrática de Estudios Hispánicos y Estudios de Género en la Universidad de Exeter (Inglaterra), Nuria Capdevila-Argüelles (León, 1972). Con todo, la profesora de origen asturiano advierte: “No creo que podamos hablar aún de una normalización de la menstruación. Me gustaría pensar que avanzamos a ello, pero como cualquier camino emancipatorio no es fácil ni es un camino recto. La menstruación en países en vías de desarrollo impide la escolarización de las adolescentes, por ejemplo”.

Un matiz este último que comparte la alemana Lioba Simon Schuhmacher (Colonia, 1959), profesora titular de Filología Inglesa en la Universidad de Oviedo. “Sí, claramente se percibe una mayor naturalidad, se habla del asunto, se han superado tabúes y bulos de tiempos pasados. Ojo, pero solo en nuestra sociedad, en nuestro entorno, pues en otros lugares y culturas no es así, y lo tenemos que tener en cuenta”.

El pudor se esfuma

Para las mujeres de la generación de Lioba Simon hablar del periodo no era normal, habitual y mucho menos algo que se abordase en casa. “Para nuestras madres y abuelas era algo que había que ocultar”, recuerda. “Yo me enteré de qué iba la cosa por amigas algo mayores y revistas ‘para chicas’. De ahí recuerdo una frase: ‘Sin duda es algo normal, pero no se hacen aspavientos’. Vamos, que prevalecía el sentido del pudor, no era un asunto para comentar en público”. En la generación de su hija el salto fue abismal: “Ella ya no se corta, y a mí a veces me sorprende más o menos gratamente en qué momentos y con quiénes habla con desparpajo de estos temas”.

En España fue hasta hace poco muy habitual –les tocó a las adolescentes nacidas en los años 60 y 70– afrontar los días de periodo como un calvario y muchos condicionantes: por ejemplo, no poder bañarse en la playa o ir a la piscina porque era malo y se cortaba la menstruación. La compresa, método de higiene más extendido entonces, no es que ayudara mucho a normalizar los días de menstruación.

En Alemania, recuerda Lioba Simon, los productos de higiene evolucionaron antes, aunque costó. “El tampón, una revolución hace décadas, fue recibido con recelo por algunas, porque había que meterse algo en la vagina. Ahora da risa aquello. Y llegamos a la actualidad en la que ya queda relegado por la copa menstrual. Más ecológica, desde luego”.

Un tabú que ya no es tanto

Elena Avanzas (Sama de Langreo, 1989) es experta en traducción y comunicación en el ámbito médico-sanitario e investigadora en Humanidades Médicas en el grupo TransLit de la Universidad de Oviedo. Desde su campo de trabajo, la lengua, aprecia una evolución: “En la universidad y entre profesionales de la salud he visto un cambio importante. Uno de los temas que tratamos en inglés para Ciencias de la Salud es el tabú, en ambos idiomas. Es un diálogo muy interesante con las generaciones más jóvenes, porque conocen los términos, muchas veces en ambos idiomas, aunque los españoles les causan gracia por ser anticuados. Si recordamos que el lenguaje no solo describe, sino también construye la realidad, esta actitud lingüística demuestra que se habla mucho más de los temas tabú clásicos, como menstruación, sexo y genitales, y de forma mucho más abierta. Vamos por buen camino”.

Sobre el tabú y el rubor habla la psicóloga Nela Osorio (Oviedo, 1977), quien tiene claro: “Las mujeres de hoy en día no nos avergonzamos de la regla, no nos cuesta hablar de ello y se percibe esta normalización en la calle, en la facultad o en las conversaciones de los jóvenes. Aunque conviene destacar que siguen existiendo países en los que sigue siendo ofensivo menstruar. Pero en general las mujeres ya no concebimos la regla como una enfermedad, lo vemos como algo normal, un proceso fisiológico del que no tenemos que avergonzarnos”.

Este avance lo atribuye la investigadora Elena Avanzas en gran parte a los medios de comunicación y, por supuesto, a las redes sociales, con las que los jóvenes se relacionan cada vez más hoy en día. De cómo se aborda la menstruación entre los veinteañeros (y también de cómo usan las redes sociales, sus pros y sus contras) sabe mucho Soraya Calvo (Oviedo, 1986), doctora en Educación, sexóloga y profesora en el departamento de Ciencias de la Educación de Universidad de Oviedo. Reconoce que es más normal hablar del periodo, pero introduce un matiz: mucho más entre las chicas. “Se aborda en contextos digamos ‘feminizados’, entre amigas, no a nivel macro. Creo que sigue existiendo una desvinculación de la conversación por parte de los hombres, a pesar de que conviven y se relacionan con mujeres continuamente”.

La “penitencia menstrual”

Hay ámbitos como el deporte en el que el periodo afecta y mucho, porque influye en el rendimiento y la estabilidad emocional. Aquí el sexo biológico condiciona, esto no se elige: las mujeres menstrúan; los hombres, no. La Naturaleza manda y, a veces, no es muy benévola. Por ello, advierte Soraya Calvo, “se asume la regla como algo negativo, una especie de ‘penitencia mensual’ y es importante hablar de ella con la importancia que merece. La regla no puede ser un sufrimiento. ¿Puede ser incómoda, puede hacernos sentir más cansadas, hinchadas o provocar molestias? Sí. Pero no debería de imposibilitarnos la vida cotidiana y, si lo hace, quizás es que no todo va lo bien que debería ir”. Es lo que le pasó a la citada alumna de la Universidad de Oviedo a la que la menstruación le incapacitaba para examinarse y retrasó la fecha, lo que causó “cierto revuelo” en el mundo académico y de puertas adentro se abrió un interesante y cada vez más necesario debate.

Bajas laborales y beneficios

Ahí está el anuncio del Ministerio de Igualdad, tal y como adelantó esta semana LA NUEVA ESPAÑA, de que se prevé incluir en la futura ley del aborto una baja por reglas dolorosas. “La naturalidad con que una alumna planteó su malestar y ‘dolor de ovarios’ por escrito como motivo para solicitar un cambio de fecha de examen nos hizo reflexionar. En vez de aguantarse como hemos hecho todas toda la vida (sí, así lo comentamos entre colegas), ella dio ese paso”, destaca Lioba Simon, que plantea otra cuestión. “Lo curioso es que el médico le expidió certificado por enfermedad, cuando no lo es, ¿o en qué quedamos?”.

Cree la docente que este asunto tiene mucho componente “personal” y que hay que tener en cuenta las “diferentes actitudes de afrontar situaciones adversas”. Lo que debe quedar claro, recalca Elena Avanzas, es que “si el dolor es incapacitante, hay que recurrir a los profesionales de la salud”. Anima la investigadora “a hablar abiertamente del dolor relacionado con la menstruación” y, al igual que Lioba Simon, ve que es un “escenario caso por caso en el que influyen factores médicos, sociales y profesionales, entre otros muchos”. Ante las bajas laborales remuneradas, se muestra cauta Avanzas: “Queda por ver si esta baja tendrá consecuencias profesionales negativas para las mujeres que la pidan, pero me parece un primer intento muy loable de mejorar la calidad de vida de quienes, por motivos diversos, ven su calidad de vida seriamente afectada durante la menstruación”.

Inferioridad de condiciones

Ni Soraya Calvo ni Nela Osorio creen que una mala menstruación deba afrontarse en silencio ni, mucho menos, dejar a la mujer en inferioridad de condiciones para cualquier cosa. “Siguen existiendo connotaciones negativas en conversaciones entre nosotras cuando tenemos la regla. Dependiendo de cada mujer a veces tenemos molestias. Creo que está bien no negar que nos encontramos mal si es así, pero la regla es motivo de orgullo: si ovulamos es que nuestro cuerpo está funcionando correctamente y es un signo de salud”, apunta la psicóloga.

En la misma línea va Soraya Calvo, quien cree que “aceptar y valorar socialmente que las fases del ciclo provocan cambios relevantes en nuestro día a día es un paso necesario para darle a la regla la importancia biológica y evolutiva que tiene”. Y remata: “No creo que reconocer socialmente esta particularidad sea ningún paso atrás en la lucha por la igualdad”. Nela Osorio la secunda: “Reconocer las diferencias biológicas no va en contra de la lucha por la igualdad. Normalizar la menstruación socialmente es un avance para todas nosotras”.

¿La igualdad en cuestión?

Es la pregunta que se hace la profesora Lioba Simon. “Yo personalmente considero que, en aras de la igualdad de trato, las mujeres hemos hecho un esfuerzo para estar a la par en el día a día, estudios, trabajos... Pienso que, aunque puedas hablar de la regla y hasta comentar que te sientes regular o mal, no debes usarla como excusa. Quizás en el deporte sí que sería otra cuestión...”, apunta la docente, quien echa la vista atrás cuando en su juventud aspiraba a la igualdad plena con los hombres: tenía claro que no iba a permitir que el dichoso periodo le dejara en inferioridad de condiciones frente a ninguno.

Es partidaria Simon de hablar, reflexionar y debatir sobre el episodio en la Universidad con el aplazamiento de un examen, porque abre la puerta a todo un nuevo y complicado escenario. “Me dio que pensar, la verdad. Porque puede ser un flanco por el cual los detractores de los avances hacia la igualdad pueden arremeter contra las mujeres. Si esto sucediese en un trabajo, en la empresa privada, ¿no es proporcionarles argumentos a los que prefieren emplear hombres? Ahí lo dejo…”, zanja.

Vivirla de forma digna

Lo que no se discute es que, apunta Nuria Capdevila-Argüelles, “las mujeres vivimos con la regla”. Por tanto, hay que normalizarla socialmente. Todas han, hemos, tenido un mal día de regla. Inevitable. “Vamos a trabajar incluso si tenemos un síndrome premenstrual difícil. Desde este punto de vista todo aquello que facilita el manejo, bienvenido sea, desde la analgesia a las copas menstruales”.

Que se hable de la regla en la calle, en clase, en el trabajo, entre amigos, con la familia, en los medios de comunicación es una de las más importantes conquistas de las mujeres, porque la menstruación, avisa la catedrática de la Universidad de Exeter, “es parte importante de nuestra vida. Y al igual que la menopausia, la lactancia, el embarazo nos merecemos vivirla de manera digna y desde el conocimiento”.

Kiran Gandhi, corriendo la maratón en Londres, con su malla de licra manchada por la regla.

El gesto de Kiran Gandhi: corrió una maratón con la regla y sin protección para denunciar la pobreza menstrual

Fue hace más de tres años. Kiran Gandhi, una joven indo-estadounidense aficionada a los maratones, generó asombro, escándalo y solidaridad por partes iguales cuando le dio por correr la prueba de Londres sin ningún tipo de protección pese a que estaba con la regla. Su objetivo era doble: desmitificar la menstruación y protestar contra el inexistente o escaso acceso a los productos de higiene femenina tanto en su país como en otros subdesarrollados. Las imágenes están en internet, pero en este caso no se puede utilizar la manida expresión de que “dieron la vuelta al mundo” porque no encontraron la difusión que deberían haber tenido por su fuerza. El tabú de la menstruación era quizá mayor en 2015 que ahora: la visión de la joven con la sangre cubriendo su entrepierna quizá no fue considerada adecuada por muchos editores de prensa y televisión. 

Con todo, ahí están. Basta poner su nombre en Google y salen múltiples fotos de Kiran Gandhi llegando a meta, feliz, con su malla de licra manchada, algo que en ocasiones se asocia al movimiento “free bleeding” o sangrado libre: la práctica de menstruar sin bloquear o recolectar el flujo del periodo. Dijo Gandhi que en su ánimo estaba ir cómoda, sin un tampón que le molestara. Pero también contar al mundo que muchas adolescentes en la India tienen que pasar por eso, lo de manchar el pantalón –por este motivo se quedan en casa los días de regla– de forma obligada, no por decisión propia como fue lo suyo: no tienen medios ni dinero para tampones, compresas, copas...

Son víctimas de la llamada pobreza menstrual, que también existe en España. Días atrás sin ir más lejos en “El Periódico” se recogía la denuncia del director del Observatorio de la Pobreza Farmacéutica de la ONG Banco Farmacéutico, Jordi Bosch, acerca de la presencia en Cataluña de niñas en familias vulnerables que no pueden ir a la escuela porque no tienen productos menstruales. Según un estudio del Instituto Universitario de Investigación en Atención Primaria “Jordi Gol Gurina”, una de cada cuatro mujeres no puede permitirse en España un producto menstrual por falta de dinero. Si se mira a los países subdesarrollados, las cifras se disparan de forma considerable. 

Algún dato a vuela pluma: una de cada 10 niñas africanas pierde clases durante su periodo; un 83% de las niñas en Burkina Faso y un 77% de las niñas en Níger no tienen lugar para cambiarse; según HerProject, un 73% de las mujeres trabajadoras en Bangladesh perdió un promedio de seis días de trabajo al mes por infecciones relacionadas con el uso de productos poco higiénicos para los días de su periodo. 

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