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Enrique Moradiellos Historiador

Enrique Moradiellos, historiador: “Los diplomáticos españoles salvaron a más de 8.000 judíos del Holocausto”

“La política del régimen de Franco ante el genocidio tuvo luces y sombras, pero al menos 35.000 personas pudieron huir de los nazis entrando en España, más que ningún otro país”

Enrieque Moradiellos, con su atributo de "Asturiano del mes".

El historiador Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961), Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, coescribe junto a Santiago López Rodríguez y César Rina Simón el libro “El Holocausto y la España de Franco”, un estudio fruto de un proyecto de investigación financiado con los Fondos Europeos de Desarrollo Regional y que aplica las miradas complementarias de un equipo multidisciplinar para tratar de clarificar la actitud del Gobierno de Franco respecto a la Shoah, y también la actuación de los diplomáticos españoles en los países ocupados por el nazismo.

-¿Qué buscan con este estudio?

-Contribuir a ampliar la literatura sobre el Holocausto, que en España es un poco escasa. Parecía que no tuvimos mucho que ver con el Holocausto o con Alemania al no haber sido beligerantes en la Segunda Guerra Mundial, por mucho que hubiera una inclinación. Queríamos hacer una síntesis, ver cómo estaban los estudios y qué se interpreta sobre la actuación de España. Ese era el proyecto, y el libro es su resultado más depurado. Es un volumen en el que hay un trabajo más generalista, que es el mío, sobre el Holocausto como fenómeno y sobre el antisemitismo y la judeofobia, siguiendo la tradición más acreditada, más ponderada. Porque hay que diferenciar la hostilidad contra los judíos, la judeofobia, de matriz religiosa, y el antisemitismo que impera en el III Reich.

-¿Cuáles son las diferencias?

-El judeófobo considera que el judío tiene prácticas derivadas de su religión que son rechazables, ominosas, pero es un hombre y, por tanto, reversible culturalmente. Si tú coges a un niño judío y lo educas con una familia cristiana, es reconducible. Ahí tienes a un inquisidor como Torquemada, que es nieto de judíos, o a Santa Teresa de Jesús. Pero el III Reich no define al judío como un hombre, sino como otro tipo de ser, no humano. Para ellos es un ser infrahumano, que es pernicioso para la humanidad, otro tipo de ser que holla su suelo y amenaza su bienestar racial. Para ellos, el bebé judío no es un niño humano: es un ser deforme que se adapta y que puede ser peligroso para la humanidad.

-¿Y cómo reacciona un judeófobo ante el Holocausto?

-Muchos judeófobos, cuando ven el exterminio, quedan espantados. Les parece una barbaridad. Todo esto lo analizo en la primera parte del libro. La segunda, el núcleo, es la que realiza Santiago López, un doctorando mío, ya doctor, que hace el estudio de la diplomacia española ante el Holocausto, cómo se comportaron los diplomáticos y qué hicieron cuando se puso en marcha el programa de genocidio. Y finalmente hacemos un capítulo para ver cómo se trata y se percibe el Holocausto en una región, en este caso Extremadura, viendo la evolución de cómo se aprecian la judeofobia y el antisemitismo desde la república hasta la posguerra.

-¿Cuál es la raíz de este rechazo a los judíos?

-Esa es la pregunta que nos hacen en todas las presentaciones: ¿Por qué los judíos? Hay que tener en cuenta que el judaísmo es la primera religión monoteísta de la historia, con el antecedente egipcio de Akenatón. La aparición del judaísmo fue un desafío cultural de enorme trascendencia. El salto al monoteísmo es brutal, porque presupone esa distinción de la que habla Jan Assmann, la distinción mosaica: hay un único dios, y los otros no son dioses, son ídolos. Esto provocó revoluciones traumáticas ya con Akenatón. Cuando Moisés da el salto al monoteísmo, el conflicto es brutal. Además, el judaísmo solo permite una adoración, con ella desaparece el principio de traductibilidad, de equivalencia, que funcionaba con las religiones politeístas: Amón por Zeus, Zeus por Júpiter…. Para los judíos, la triada capitalina es una estupidez y los emperadores divinizados, una locura. Ellos se niegan a doblar la cerviz ante los emperadores divinizados. Y luego son proselitistas y tienen otras costumbres que generan rechazo.

-¿Cuáles?

-Casarse solo con alguien que crea en su misma fe, separar la carne del pescado y la leche, descansar los sábados, ciertos ritos y prescripciones culturales… Hay que fijarse que cosas como la circuncisión o como separar los alimentos, que no deja de ser una medida preventiva, se hacían en Egipto. Pero sirven de excusa para que afloren denuncias de que tenían extrañas costumbres o de que eran insociales. Y por eso encontramos ya un antijudaísmo entre los sacerdotes egipcios, y luego en Grecia y Roma.

-¿Cómo se transmite a la iglesia cristiana?

-Entre el siglo I y el IV hay un grave problema dentro de la judería: surge una secta, la cristiana, que dice que Jesús de Nazaret era el “Cristos”, el ungido por Dios y nacido por Dios. El hijo de Dios. Para los judíos ortodoxos, era un profeta, no el Mesías. Esa naturaleza doble de Jesús supone volver a la tríada del paganismo. Esto abre un debate brutal, una lucha en la que se impone el cristianismo cuando se convierte en religión oficial del Imperio y condena al judaísmo a la marginalidad. Y ese triunfo hizo que ciertos tópicos que asocian a los judíos a cierta idea de soberbia se revistiesen de motivaciones ideológicas. El pueblo judío se convirtió en el asesino de Dios, en el pueblo deicida, en el pueblo del error. Se convierte al judío en una minoría a la que se permite vivir entre la cristiandad, pero con los derechos minorados. Humillados y sometidos. Y al judío se le atribuyen cualidades de traidor, de codicioso porque vendió a Jesús por treinta monedas de oro, y se dice que se apoyan entre ellos, pero no al resto de la humanidad. Ese fondo el es que crea la judeofobia.

-¿Cómo se pasa de esa judeofobia al antisemitismo?

-El antisemitismo es distinto, se basa en factores raciales, genéticos, hereditarios. Para el judeófobo, si coges a un judío y lo educas en una familia cristina, tendrás a un buen cristiano. Pero para los antisemitas es imposible porque los judíos no son seres humanos. El antisemitismo es una doctrina derivada del cientifismo naturalista, que provoca un diagnóstico de que el judío no es un hombre, sino un subhumano, un “untermeischen”. Está por debajo del hombre. Primero hay que tener idea de él, luego discriminarlo, después segregarlo, separarlo físicamente, y finalmente exterminarlo. Esas son las cuatro etapas que los nazis van a ejecutar con una contundencia brutal, con un programa de genocidio planificado.

-El Holocausto.

Sí. Porque el Holocausto no es un arrebato pasional, no es una masacre masiva y brutal: es un programa de genocidio que está motivado ideológicamente. Fue planificado por las autoridades nazis alemanas, una sociedad industrial y avanzada. Eso es lo que nos sigue sorprendiendo del Holocausto: que sucede en el país más avanzado científica y culturalmente. Es esa idea del progreso tecnológico y el retroceso moral. En seis años, se acabó el 65% de la población judía europea. En principio lo hicieron por inanición, en los guetos y los campos de concentración, donde recibían menos alimento del que precisaban para que a largo plazo se acentuase la desaparición de la judería. Había falta de higiene y medios médicos, para provocar enfermedades y al tiempo lograr esa profecía autocumplida del gueto judío como un hervidero de suciedad y enfermedades. Pero no es un proceso lo suficientemente rápido, así que en el 40 entran los batallones de fusilamiento, sobre todo en Europa Oriental. Y cuando ese proceso también es insuficiente, se inventa lo que es una forma más rápida, más eficaz, más “humanitaria”, como ellos dicen, de matarlos: por asfixia, igual que a las pulgas. Y construyen los seis campos de exterminio. A los seis meses no queda casi ninguno.

-¿Cuál era la opinión de Franco frente a esto?

-Esto es algo debatible. En mi opinión, hay tres elementos combinados en una dinámica no siempre armónica, que van configurando su visión de los judíos y de lo que representan en la historia. Primero hay una judeofobia instintiva y cultural, basada en el desprecio, la misma que se impone en el Imperio Romano tardío. Es una tradición judeófoba que, en Franco, es evidente. En abril de 1943 le escribe una carta a Pío XII muy reveladora, una prueba innata de judeofobia, en la que Franco hace una demostración de fidelidad al papado pero le alerta contra la masonería y los judíos.

-La conspiración judeomasónica…

-Claro. Pero en Franco, junto a esta judeofobia, hay un segundo elemento que algunos señalan con sorpresa: una acusada veta filosefardita que atenúa su judeofobia. Es un sentimiento filosefardita compasivo que procede de su experiencia militar en Marruecos y que es común a otros militares africanistas, a los que recibía una gente que hablaba ladino y los trataba con simpatía.

-Fueron aliados en la guerra de Marruecos, ¿no?

-Claro. Los sefarditas apoyaban la presencia militar española porque mejoraba sus condiciones de vida respecto a las que tenían con los musulmanes. Se convirtieron en traductores, en los guías que los llevaban por los caminos, y las comunidades sefarditas apoyaron económicamente, en lo que podían, a los españoles. Por eso los militares africanistas desarrollan ese sentimiento filosefardita. Lo tiene Franco, pero también Gómez Jordana, cuyo hijo será ministro con Franco, y también otras figuras como José Antonio de Sangróniz o Giménez Caballero. Pero volviendo a los militares, consideraban que las comunidades judías del protectorado eran apreciables y colaboradoras, en oposición al moro, al que tildaban de “felón”. Por eso Miguel Primo de Rivera concede derecho de nacionalidad a los sefarditas. Y ese decreto, que parece una tontería, va a ser crucial en la Segunda Guerra Mundial, porque permitirá ejercer una política de apoyo a los judíos españoles. Es un delirio, pero en 1941 se crea la Escuela de Estudios Hebraicos, con el visto bueno de Franco, y se dice que los sefardíes fueron el único pueblo judío que no participaron en la muerte de Cristo. La embajada alemana quedó alucinada.

-¿Cuál es el tercer componente en la visión de Franco sobre los judíos?

-Una acomodación cómplice, en muchos casos con pulsiones antisemitas, que alimenta la Alemania nazi, que promete a España un lugar de honor en el nuevo orden una vez que gane la guerra. Esa complicidad es a veces mucho mayor en la Falange, aunque en España no se seguirá la vertiente racial del nacismo, que en cambio sí adoptará el fascismo italiano. En España no se da el salto por la fidelidad al Papa, que dice que somos espiritualmente semitas. Así que esos tres elementos (judeofobia, filosefardismo y acomodación cómplice) están en vigor cuando el régimen tiene que definirse ante el Holocausto, y tiene que hacer por dos motivos: primero porque en hay un momento en el que Hitler domina toda la Europa continental y, en cuando domina Francia, España pasa a ser coterránea de Alemania; y segundo porque el nuestro será uno de los cuatro países no beligerantes (junto a Suiza, Suecia y Turquía), por el que podrán huir los judíos. Pero la posición del régimen de Franco también variará, y nosotros vemos dos etapas.

-¿Cuáles?

-Una primera discurre entre el 39 y el 41, cuando el eje Italo-Germano está al alza y parece que va a ganar la guerra. La Falange tiene en ese momento la mayor influencia sobre el régimen, y se impone una actitud pasiva. Y esto es textual: se impone una tolerancia ante la actitud discriminatoria por orden del Ministro de Asuntos Exteriores, Serrano Suñer.

-El “cuñadísimo”

-El mismo. En noviembre del 41 firma un texto brutal que dice que “no es criterio del Gobierno actuar y poner inconvenientes a las actitudes antisemitas”. Se impone una actitud pasiva incluso para los judíos que sean súbditos españoles. Cuando el cónsul está ejerciendo la tutela consular y hay un súbdito español que está siendo detenido y sus propiedades confiscadas, tenemos un documento de Exteriores que indica que, como criterio de Gobierno, el cónsul no debe poner inconvenientes, debe observar una actitud pasiva incluso si afecta a súbditos españoles. Pero ojo, esto no era una colaboración plena y consciente: en ese momento había en España hasta 6.000 judíos y no hubo medidas para entregarlos a los nazis. Hostigamiento sí, sin duda, pero no medidas de este tipo.

-¿Cuándo cambia la postura del Gobierno de Franco?

-A finales del 42, tras el cese de Serrano Suñer en agosto, por la crisis del atentado de Begoña. Los aliados están avanzando en Marruecos y van a acabar con Italia en pocos meses, y Franco elimina la influencia tan grande de Falange y restablece el equilibrio. Cuando su alter ego en el gobierno pasa a ser Carrero Blanco y en Exteriores entra el hijo de Jordana, Francisco Gómez-Jordana. Ahí la política cambia.

-¿En qué se traduce este cambio?

-Nada más producirse el cambio, en septiembre del 42, el ministro recibió una petición del diplomático que está en Bulgaria, en Sofía: Julio Palencia Tubau, que después recibiría con otros diplomáticos españoles la distinción de “Justo entre las Naciones” que otorga Israel. Palencia reclamó cierta elasticidad para visar pasaportes a judíos, porque estaba siendo víctimas de persecución. Y esto lo dice un señor que en su anterior destino, en Estambul, era judeófobo. Pero al llegar a Sofía ve lo que está pasando y se convierte en uno de los grandes defensores de los judíos, y empezó a dar pasaportes a gente de ciertas nacionalidades para salvarlos.

-¿Hay muchos casos de cónsules españoles que hiciesen actos similares?

-Sí, tenemos veintitantos. Hay casos célebres como el de Ángel Sanz-Briz, “el ángel de Budapest”, pero también otros como Eduardo Propper de Calleón en París, Sebastián Romero Radigales en Atenas y José Ruiz Santaella y su mujer, Carmen Schrader, en Berlín. Todos estos diplomáticos no contravinieron órdenes personales, no es posible que lo hicieran, pero Franco les dejaba hacer.

-Casos como el de Sanz-Briz son extraordinarios, un ejemplo de dignidad.

-De Sanz-Briz sabemos que en momentos críticos se comportó con auténtica heroicidad. Esto de acoger gente era muy complicado, estaba penado con la muerte y, como mínimo, podían apartarlo del servicio. Conocer la historia te hace a veces un poco escéptico sobre aquellos que son considerados héroes. Pero Sanz-Briz lo demostró en muchas ocasiones, incluso callándoselo cuando consideró que no era oportuno: la primera vez que le ofrecieron el reconocimiento de “Justo entre las Naciones” dijo que no, porque no había relaciones entre España y el Estado de Israel, y él era un diplomático español. Solo cuando se establecen unas relaciones de facto, lo acepta. Y Me gusta muchísimo la figura de Julio Palencia Tubau, que llega al extremo de adoptar a dos niños judíos para salvarlos, y una vez que los adopta tienen que destituirlo y debe abandonar el país. Y también el de José Ruiz Santaella y su mujer, Carmen Schrader, que estaban nada menos que en Berlín y colocan a judías como cuidadoras de sus niños y las protegen. Les podía haber costado el cargo y quizá algo más, porque el decreto de noche y niebla estaba ahí, no había tutela judicial ni nada parecido.

-¿Cuál fue el resultado de esta política?

-No menos de 35.000 judíos escaparon de la muerte a través de las fronteras españolas, pero además no menos de 8.000 salvaron la vida en otros países gracias a la tutela de los diplomáticos españoles Son cifras enormes, si las comparamos con lo que hicieron otros países neutrales. Según el Centro de Estudios del Holocausto, a Suiza entraron probablemente 30.000 personas, pero otras 20.000 fueron rechazadas y devueltas a las autoridades nazis. Aquí, 35.000 escaparon de la muerte, muchos con visados pero una gran mayoría porpasos ilegales a través de los Pirineos. Como decía Jordana: “Que pasen por España como la luz sobre el cristal, sin dejar rastro”. Esa era la política. En esos mismos años, Suecia, que tenía un gobierno socialdemócrata desde los años 30, salvó probablemente a 12.000 judíos, la mayoría procedente de Dinamarca y Noruega pero nada más salvo las acciones de Raoul Wallenberg, diplomático en Budapest, contemporáneo y colega de Sanz-Briz. Y Turquía, muy cercano, dejaron pasar en 16.000 y 22.000 personas, y no los quería allí. De las cuatro naciones neutrales, el país más proalemán fue el que más judíos salvó, aunque también hay que decir que era el que tenía mayor frontera.

-¿Qué concluyen?

-Que la actuación española tuvo luces y sombras. El propio autodiagnóstico del régimen va en esa línea. En un informe confidencial del año 61, el entonces Ministro de Exteriores, Fernando María Castiella, iba en esa línea: decía que durante la guerra, por razones sin duda imperiosas y aunque se prestó ayuda eficaz a los sefarditas, hubo un exceso de prudencia y evidentemente una acción más rápida hubiera permitido salvar más vidas.

-¿Cómo ve la situación en Ucrania?

-No puedo opinar. Solo puedo decir que acabo de volver de Inglaterra y percibí una gran preocupación, creyendo verdaderamente que esto puede ir a más si no se detiene. Iba a hablar sobre Churchill y la verdad es que no podía tener más actualidad. O lo paramos ahora o lo tendremos que hacer luego, y probablemente con más coste. Las imágenes recuerdan a la Wehrmacht entrando en Polonia en 1939. Veo difícil que los ucranianos puedan resistir mucho más. Las sanciones deben de ser lo suficientemente duras como para obligarles a pensarse bien otro movimiento similar. Pero como decía, no puedo opinar más allá de estas valoraciones, no es mi campo y creo que a veces sobran opinantes.

-Pero si una cosa domina usted es el inicio de la II Guerra Mundial y las dramáticas consecuencias de la política de apaciguamiento. ¿No es esa precisamente una de la enseñanzas de aquella guerra, que este tipo de políticas no sirven para frenar a gente como Putin?

-Lo creo así, que a esta gente hay que pararla, porque ellos solos no se detienen.

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