Cuando a la investigadora praviana Sara Barja le preguntan por la singularidad de la situación de la ciencia en el País Vasco, donde ella desarrolla su trabajo, cuenta el impacto que le causó estar en las jornadas “Passion for Knowledge”, en San Sebastián, y ver cómo la vecina donostiarra que acaba de plegar la tumbona en la playa de Zurriola se sentaba en una butaca del auditorio del Kursaal y levantaba la mano para preguntarle a un premio Nobel. “Han logrado, con divulgación, hacer consciente a la sociedad de la importancia de invertir en ciencia, que no haya ningún recelo, que la sociedad tenga muy presente que nosotros, los científicos, nos debemos a ella, y por eso, creo, cuando en otros lugares hubo recortes, en el País Vasco se dijo y se respetó esa idea de que el dinero de la ciencia no se toca”. No todos los modelos y sus características son extrapolables a otros territorios, pero este empeño divulgativo se cuenta entre lo que Asturias debería imitar. Así lo recomendó ayer la física Sara Barja durante la recepción que LA NUEVA ESPAÑA le ofreció, a ella y a su familia, para hacerle entrega del premio “Asturiana del mes” correspondiente al pasado enero.

Eduardo Suárez, gerente de LA NUEVA ESPAÑA, entrega a Barja su caricatura en presencia del director, Gonzalo Martínez Peón. | Luisma Murias

Barja desarrolla su trabajo en el Centro de Física de Materiales (CFM) de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), donde lidera el proyecto “COSAS”, que acaba de lograr una “ERC Starting Grant” de la UE de 2,3 millones. Su misión consiste en estudiar a escala atómica la respuesta de distintos catalizadores a la hora de intentar romper el agua (H2O) y obtener el hidrógeno verde (H2), en busca de los más eficientes y, por tanto, más económicos. Desde la obtención del dinero europeo, explicaba ayer, han sido muchas horas de trámites y presupuestos, negociando con la Universidad y con las empresas, y buscando el diseño especial de una máquina que les permita hacer su trabajo y con la que espera poder empezar a trabajar dentro de un año.

A pesar de que en San Sebastián todo han sido facilidades y la Universidad colabora al máximo, esa carga burocrática es, confiesa, lo que peor lleva, y lo que más echa en falta en España frente a otras experiencias como las que tuvo en Berkeley (Estados Unidos) o en el Max Planck Institute (Alemania). Es cierto que ella entonces era una estudiante de posdoctorado sin la responsabilidad de liderar un equipo –“una etapa que se disfruta mucho”–, pero allí señala que hay más inversión, flexibilidad para desarrollar los proyectos y, en especial, un equipo de apoyo técnico y administrativo que libera carga y permite optimizar el desarrollo de los equipos de trabajo.

Sobre la vuelta a casa, Barja rebaja la nostalgia: “En la ciencia no hay que volver por que se tenga morriña de la fabada o de la tortilla de patatas, sino por que las condiciones sean iguales a las que tienes en tu destino, y que la comida sea solamente un plus”. A su lado, su madre, Charo Martínez, no podía evitar emocionarse al ver a su hija recibir los atributos de la distinción de LA NUEVA ESPAÑA: la estela de Legazpi, la caricatura de Pablo García y una primera página del periódico dedicada a su trayectoria. “Yo la sigo viendo igual, la Sara de siempre, a la que acompañaba al instituto, la que sigue teniendo sus amistades de siempre en Pravia”. Ayer le acompañaron también su marido, Miguel Moreno, físico como ella, y su hijo Pablo, de apenas 3 años.

Barja agradeció al periódico no solo esta distinción, sino todo el trabajo de difusión de la investigación científica que se hace diariamente y con ciclos como el que precisamente esta semana se desarrolla en el Club Prensa Asturiana, el de la Semana de la Ciencia. El director de LA NUEVA ESPAÑA, Gonzalo Martínez Peón, destacó que el galardón a Sara Barja es, también, un reconocimiento a todos los jóvenes científicos asturianos y recordó que fue precisamente otra investigadora, Margarita Salas, la que estrenó estos premios hace ahora 26 años.

Barja se despidió con la promesa de mostrar a los asturianos, dentro de un año, los primeros átomos que su nuevo equipo sea capaz de identificar en el proceso de obtención de ese hidrógeno verde, en una carrera ineludible, y ya real, destacó, para lograr energías limpias y un futuro verde para el planeta.

Una pareja de Montescos y Capuletos en la física nacional


El investigador madrileño Miguel Moreno Ugeda es la pareja de Sara Barja Martínez. Comparte con ella casi todo: la investigación, el Centro de Física de Materiales del País Vasco, estancia en Berkeley, una “ERC Starting Grant” de la UE, a punto ya de finalizar en su caso, y un pequeño de 3 años, Pablo, que comparte con sus padres la curiosidad científica innata de quien está descubriendo el mundo. Pero no siempre fue así. El amor que surgió entre estos dos investigadores fue, al principio, casi prohibido. En el origen de sus trayectorias los dos trabajaban en nuevos materiales bidimensionales como el grafeno, un ámbito en el que Moreno sigue investigando en la actualidad, pero lo hacían, entonces, en grupos de investigación rivales. “Éramos como los Montesco y los Capuleto, todo el mundo nos decía: ‘Ah, pero estás con este del otro grupo que...’ ”, bromeaban ayer, al recordarlo, Sara Barja y Miguel Moreno mientras su hijo Pablo inspeccionaba todos los elementos a su alcance.