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María Teresa Álvarez | Escritora, publica el libro “Mis otoños en Roma”, que recopila artículos divulgados en LA NUEVA ESPAÑA

María Teresa Álvarez: “Roma es una caja de sorpresas, siempre descubres algo en lo que no te habías fijado antes”

“Visité la ciudad por primera vez en 1967, me fui llorando y deseando volver, su embrujo me había seducido, sabía que nunca dejaría de soñarla”

María Teresa Álvarez, en el Mercado de Trajano.

La escritora candasina María Teresa Álvarez emprende en su libro “Mis otoños en Roma” un viaje alimentado por su fascinación inagotable por la ciudad italiana.

–¿Cómo y por qué emprende este nuevo viaje creativo?

–Surge por la necesidad que siento, de plasmar en el papel la emoción experimentada al ver algunos lugares de Roma. Se me ocurre que puede ser interesante darlo a conocer. Hablo con LA NUEVA ESPAÑA, y la directora entonces, Ángeles Rivero, me dice que sí. Desde entonces he escrito 40 artículos. El año pasado mi editora vio alguno de ellos y me propuso recopilarlos en un libro.

–¿Cuándo viajó a Roma por primera vez?

–Dios mío, ¿cómo puede haber pasado tanto tiempo? La primera vez que visité Roma fue en 1967. En el mes de julio se cumplirán los 45 años. Desde el primer momento supe que aquella ciudad poseía algo especial. No solo eran sus edificios, sus obras de arte, sus fontanas, sus recónditas plazas, las que me hacían sentirme tan bien. Flotaba algo en el ambiente que me infundía energía, que me ayuda a conocerme mejor. Allí en Roma descubrí mi vocación. Allí decidí ser periodista. Por supuesto que no entraba en mis planes dedicarle tanta atención, aunque me fui llorando y deseando volver. Su embrujo me había seducido. Sabía que nunca dejaría de soñarla.

–¿Cuantas veces ha vuelto?

–No sabría decir. Desde el año 2011 comienzo todos los años el otoño en Roma. Suelo estar entre tres y cuatro semanas. La última vez fue el otoño pasado. La próxima, si no surge una oportunidad antes, me iré en septiembre si Dios quiere.

–¿Quedan muchos lugares por descubrir aún?

–Sin duda. Roma es como una caja de sorpresas. Siempre descubres algo en lo que no te habías fijado antes.

–¿Ha cambiado su forma de ver y entender la ciudad en estos años?

–El trato frecuente hace mucho. Conozco mejor su fisonomía. Con lo cual me desplazo de un lugar a otro con mayor facilidad. Ahora cuando llego a Roma no me siento como una turista.

–¿Cómo se plantea los viajes a Roma? ¿Los planifica, se deja llevar por la improvisación?

–Saco los billetes con bastante antelación, pero no necesito planificar. Voy siempre al mismo hotel. Tienen la amabilidad de reservarme siempre la misma habitación desde 2011. Y luego una vez allí decido qué hacer.

–¿Se puede hablar de una personalidad romana muy definida en sus habitantes?

–Son tantos los turistas que casi no te relacionas con los romanos. Creo que la personalidad del romano es bastante diferente a la de los napolitanos o a la de los milaneses.

–Como escritora, ¿Roma es una fuente inagotable de historias inspiradoras?

–Desde el primer día, Roma, ha estimulado mi imaginación, lo que ha contribuido a que las ilusiones sean una constante en mi vida. Me ha invitado a soñar, soñando ella conmigo. El escritor Christian Andersen decía que “Roma era como un libro de fábulas, en cada página te encuentras con un prodigio”.

–¿Alguna anécdota divertida? O angustiosa…

–Recuerdo una, en cierta medida angustiosa, pero con final amable y delicado. Fue en mi segunda estancia en Roma. Llevaba puesta una pamela de paja. Íbamos por el Corso Vittorio Emanuele. Soplaba un fuerte viento que amenazaba con impulsar mi pamela lejos. No hice caso a los consejos de varias amigas. Y seguí con ella puesta. De repente una impetuosa ráfaga hizo lo que presentíamos. Desolada miré mi sombrero en la calzada. Los coches avanzaban (se había abierto el semáforo). Cerré los ojos no quería ver su aplastamiento bajo las ruedas de los vehículos. De repente el ruido de un frenazo me hizo abrirlos. Asombrada vi como un coche había parado para no pisarla, y el conductor se bajó para recogerla. Algo totalmente inaudito, pero en Roma suelen suceder esas cosas.

–¿Evita los lugares invadidos por turistas?

–Normalmente a mediados de septiembre no hay una presencia agobiante de turistas. Pero sí conozco los mejores horarios, según el lugar.

–¿A qué huele Roma?

–Es muy difícil definir el olor real de Roma. Todo depende de la zona. Las noches en el Aventino huelen a azahar. Todavía se conserva en el jardín de los dominicos el naranjo que dicen plantó Santo Domingo de Guzmán. Allí al lado se encuentra el Parque Savello o Jardín de los Naranjos. Aunque si tuviera que ponerle olor a mi recuerdo de la ciudad, diría que Roma huele a leña quemada. Desconozco la razón, porque tal vez este olor sea fruto de mi imaginación.

–Aparte de la Roma monumental, ¿hay otra Roma más escondida y también fascinante?

–Por supuesto. El Trastévere es un lugar delicioso para perderse.

–¿Qué tiene el otoño de especial?

–Para mí en Roma todo es especial. En el otoño su luz es increíble.

–Algo que no le guste de allí.

–Los gatos.

–Si cierra los ojos, ¿qué le viene a la mente primero?

–Muchas imágenes. El Panteón, Giordano Bruno con la luna sobre su cabeza, el Tiber, las esculturas del puente Vittorio Emanuele, la cúpula de san Pedro del Vaticano, las terrazas del Trastévere. Sería incapaz de concentrarme en una sola imagen.

–¿Alguna ciudad compite con Roma en sus preferencias?

–No. Ninguna. Existen ciudades que me parecen preciosas, aunque no me hacer sentir lo mismo que Roma.

–¿Ha tirado monedas a la Fontana?

–Sí, la primera vez. Después ya me sentí “de casa”.

–“La dolce vita”, “Vacaciones en Roma”… ¿alguna película ha sabido captar su espíritu?

–Yo creo que todas reflejan algo del espíritu romano. Fellini, sin duda, plasmó muy bien algunas realidades, aunque otras muchas fueron distorsionadas, exageradas. No hace mucho vi una película que me gustó: “La gran belleza” de Sorrentino. Algo en ella me recordó el estilo de Fellini.

–¿Por qué la considera puerta abierta a la trascendencia?

–No sé si seré capaz de explicártelo. Verás, cuando contemplo il tramonto (la puesta de sol) desde los Jardines del Pincio, mirando a la Plaza del Popolo, cuando asisto desde Puente Cavour al espectáculo protagonizado por un cielo bermejo que parece incendiar el Tiber, me siento fuera de este mundo. Es como si mi espíritu volara. Mi mente piensa en aquello que no ve. Esa emoción intensa, que experimento al contemplar la belleza, recarga mi energía positiva. Son unos momentos de plenitud conmigo misma. Momentos con atisbos de eternidad.

–Hablemos de gastronomía…

–La pasta me gusta toda. Cada día una distinta. Tomo pasta tutti giorni. Al postre suelo renunciar, pero en esta ocasión puedo permitírmelo. Elegiría una Crostata di ricotta e visciole (tarta de requesón y guindas) o unos Cannoli (canutillos) aunque son sicilianos, en Roma los saben preparar. No quiero olvidarme del gelato, casi tan buenos como los Helio de Candás

–¿Qué personaje histórico le gustaría convertir en novela?

–Existió una vestal, de nombre Claudia, que parece ser se convirtió al cristianismo. Sin duda sería un buen personaje para una novela. Pero como me preguntas por un personaje histórico, elegiría a Octavia, la única hermana del emperador Augusto. Octavia fue la esposa que Marco Antonio abandonó para unirse a Cleopatra. Gran defensora e impulsora de la ciudad de Roma, Octavia, fue el primer rostro femenino esculpido en una moneda. Octavia era conocida por sus contemporáneos como la señora de Roma.

–Ponga música a su libro.

–“E lucevan le stelle” de Tosca.

Cinco lugares esenciales

“Plaza de la Rotonda y Panteón (al ir a verlas pasas por Santa María Sopra Minerva, el elefantito de Bernini y la Plaza de San Eustachio donde se puede tomar el mejor café). La Villa Farnesina y el Gianicolo (para subir a este mirador pasas por el Trastevere, en la subida te encuentras la Fuente del Acqua Paola y el Templete de Bramante, construido por mandato de los Reyes Católicos). Basílica de San Pedro del Vaticano (tienes que cruzar el Tiber y aprovechas para ver los puentes cercanos y el Castillo de Sant, Angelo). Colina del Aventino (en el camino ves el Teatro Marcello, Columnas del Templo de Apolo Sosiano, Boca de la Veritá, Santa María in Cosmedin, Santa Sabina y el ojo de la cerradura más famoso del mundo). Por último, un paseo por los Foros Imperiales (mirar el Campidoglio, Santa María in Aracoeli, Mercado de Trajano, Coliseo). Todo lo que va entre paréntesis mirarlo desde fuera. Y si al final del paseo te queda un poquito de tiempo merece la pena que te acerques a ver el Moisés de Miguel Ángel, en San Pedro In Vincoli”.

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