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¿Qué es “Gastrosofía”? Un manual de la filosofía del buen comer

Eduardo Infante y Cristina Macía publican las costumbres culinarias de los grandes pensadores de la historia

Eduardo Infante y Cristina Macía, con su nuevo libro en Gijón. | Ángel González

Pitágoras no permitía a sus pupilos comer habas, Marx se sacó la carrera enlazando una borrachera con otra, aún se puede comprar el whisky inventado por David Hume. La historia de la filosofía es, en esencia, una historia del buen (o mal) comer y beber, y bajo esa premisa el profesor de filosofía Eduardo Infante y la traductora y autora de libros de cocina Cristina Macía han escrito a cuatro manos un proyecto singular, “Gastrosofía”, donde explican desde cómo hacer un banquete al estilo Platón hasta la aparente “manía” de Agustín de Hipona por prohibirlo casi todo. Editado por Rosamerón, los autores aseguran que el ejemplar es apto para principiantes y, en general, para “buenos comedores”.

Infante y Macía forman un tándem curioso, porque tienen el mismo sentido del humor áspero y uno es capaz de completar la frase que empieza el otro. “Cris y yo somos muy amigos y muy ‘foodies’, como se dice ahora. Nos dimos cuenta de que la filosofía clásica, en el fondo, aborda el problema de cómo vivir bien, y una parte fundamental de eso es la dieta. Por eso, investigamos qué comían y qué bebían los filósofos. Y dimos con historias muy curiosas”, explica el primero. El libro, por ejemplo, arranca con Pitágoras, y Macía mete baza: “A Pitágoras le ponía bastante prohibir cosas”. Infante desarrolla: “Comer animales estaba obviamente prohibido porque creían en la reencarnación, pero es que tampoco se podía comer habas y eso nos llevó de cabeza”.

Pitágoras nunca comía habas por miedo a “perder el alma”; Kant cenaba siempre bacalao hervido

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Con las habas hay varias teorías. La más simpática, la explica Infante: “Dicen que como en la antigüedad el alma se asociaba al aire, por su origen etimológico del griego, y como las habas dan gases, se temía que se te escapase el alma de flatulencia en flatulencia. Lo que viene siendo una vida de mierda”. Macía interrumpe: “Hay otra teoría que dice que era porque veían semejanzas entre las habas y la forma de los genitales masculinos. ¿Esta gente con quién se juntaba?”.

Otro capítulo está dedicado a Platón y sus famosos banquetes. Infante dice que aquello era un poco como un “botellón” pero con conversaciones muy sesudas. El vino corría a raudales. Los dos autores reconocen, “qué remedio”, haberse montado su bebercio platónico como trabajo de campo para el libro. “Pero de aquella el vino se rebajaba con agua, decían que el vino puro mataba, seguramente, porque de aquella le echaban centeno, que produce un hongo alucinógeno”. “Se dice que esos hongos explican la quema de brujas en Salem”, aporta Macía. El caso es que el vino se rebajaba con agua y se le echaba flores y miel. De esto se encargaba el maestro de ceremonias, que era también quien escogía el tema de debate. El libro recoge, punto por punto, los pasos a seguir para emborracharse como lo haría Platón.

“Gastrosofía” habla de muchos otros pensadores. Kant, Epicuro, Aristóteles. “Kant era una monada, cenaba todas las noches bacalao hervido con vino. Y luego en el libro sale también Hegel, por desgracia, porque es inaguantable. Bebía mucho, y eso explica sus teorías. Hemos intentado leerle borrachos a ver si así le entendíamos mejor y no nos salió bien”, apunta Macía. El más alcohólico, sin embargo, era Marx, el favorito de los autores, aunque reconocen que es “por pena”. “Igual la economía nos hubiese dio de otra manera si a este tío le hubiese ido mejor en la vida”, teoriza Macía. Infante explica que Marx bebía tanto que casi le cuesta la carrera, y que por sus ideas fue siempre muy pobre. “Engels le pagaba los caprichos. Tenemos una factura de un cumpleaños en el que los dos se jalaron doce docenas de ostras y champán como para una boda”, apunta Infante.

Los autores defienden que el libro puede resultar entretenido para casi cualquier tipo de público, y espera que fomente la curiosidad filosófica de lectores no adeptos. “Al poder le interesa que no haya filosofía porque pensar se considera peligroso”, opina Infante. “En este mundo de ofendiditos parece que el sentimiento se impone a la razón, se habla del derecho a no ser ofendido, pero la ofensa no significa nada. La filosofía busca construir una moral entre todos y debatir en común”, completa Macía.

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