La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sismología

¿Terremoto o temblor? El vocabulario de la pobreza sísmica

El episodio telúrico que tuvo lugar el otro día en el área de Barcelona sirve de excusa para indagar en esa otra llamativa diferencia idiomática entre ibéricos y latinoamericanos - Allí, el ‘terremoto’ tiene que causar destrucción, de lo contrario no merece el nombre; aquí designa cualquier párvula sacudida.

Registro de un terremoto en un sismógrafo. EFE

Entre los muchos fenómenos desafiantes que se encuentran los latinoamericanos cuando ponen un pie en España hay uno relacionado con lo sísmico: el hecho de que aquí a todo se le llama 'terremoto'. El más pequeño roce de placas tectónicas, terremoto. Una caricia allá abajo, terremoto. Un movimiento de tierra que no sintió nadie, terremoto. Un latinoamericano, cuando llega y escucha que se ha producido un terremoto en, pongamos, el Alt Empordà, de inmediato se imagina pueblos arrasados, muertos, dolor y destrucción. O basta que lea, como el otro día, que ha ocurrido un terremoto en Barcelona: enseguida se hace a la idea de que la Sagrada Família se vino al suelo. Luego lee con atención y se da cuenta de que el “terremoto” no dejó daños físicos ni materiales, y que era un ordinario 2,5 en la escala de Richter.

Esto es más que una diferencia de vocabulario: más que decir ‘carro’ en vez de ‘coche’ –o viceversa–. Es una diferencia de concepto, y tiene que ver, como dice Daniel García Jiménez, doctor en Sismología por la Universidad Complutense de Madrid, con la diferente actividad sísmica. “Supongo que igual que los esquimales tienen 30 términos distintos para referirse a la nieve, los latinoamericanos hacen un uso distinto del vocabulario sísmico porque allí hay más actividad”. En el territorio que va del río Grande hasta la Patagonia, la gente tiene ‘terremoto’ por un concepto del orden de lo apocalíptico. Aquila, 2009: eso fue un terremoto. México, 2017: terremoto. Irán, 2017: terremoto. Lo otro, lo que no se nota, o lo que se nota pero levemente, o no tan levemente, eso es un seísmo, o bien un temblor. Un temblor, de hecho, puede causar alguna escena de pánico, llevar a alguien a refugiarse bajo la mesa o tirar un jarrón al suelo: sigue siendo un temblor.

Lingüísticamente hablando, en esto los latinoamericanos se parecen más a los franceses, que pueden usar con total tranquilidad ‘tremblement de terre’ para referirse al terremoto de Aquila, con más de 300 muertos. Los anglosajones, en cambio, son como los españoles: todo es un ‘earthquake’, un terremoto: según el Servicio Geológico de EEUU (USGC), el martes hubo uno en el Parque Nacional Denali, en Alaska, que no destruyó nada ni mató a nadie, que se sepa, porque en realidad era como el de Barcelona: otro vulgar 2,5. García, que vivió una temporada en México, recuerda que allí se llega a la finura de discriminar, por ejemplo, entre terremotos “oscilatorios” y “trepidatorios”, según como la gente sienta moverse el suelo. El oscilatorio se siente como un balanceo, y el trepidatorio tiene un componente más vertical.

Así las cosas, uno puede imaginar sísmicos malentendidos en el Congreso Hispanoamericano de Geología o en el Iberoamericano de Terremotos, con, de un lado, los especialistas ibéricos viendo terremotos por todas partes y los latinoamericanos pensando que se ha declarado el Armagedón. Por supuesto, la realidad es un poco más prosaica. “Bueno, siempre ha habido cierta sorpresa por parte de la comunidad latinoamericana, sin duda –dice García–, pero rápidamente se han dado cuenta de cómo usamos aquí la palabra ‘terremoto’, y viceversa, nosotros nos acostumbranos al seísmo y al temblor. Todo lo más, da lugar a algún chascarillo, un mexicano que te dice ‘a cualquier cosa le llaman terremoto’, pero no pasa de la anécdota”.

En catalán es igual, ‘terratrèmol’, y con respecto a Latinoamérica, la misma disparidad. Según la página web del Institut Cartogràfic i Geológic de Cataluña, este mes han tenido lugar “terremotos” en el Baix Llobregat, el Vallès Occidental, el Alt Urgell, la Selva, el Pallars Sobirà, el Ripollès y la Alta Ribagorça. Un latinoamericano desprevenido pensaría que la furia de la naturaleza se ha abatido sobre Cataluña, y que todo, absolutamente todo entre el Ebro y los Pirineos ha desaparecido, pero eso sería antes de echar un vistazo a la magnitud de los, de nuevo entre comillas, “terremotos”: 0,4; 0,6; 0,9. ¡0,1! “Yo creo que en los sitios donde hay más actividad se habla con más propiedad en términos geológicos”, dice Elena Esplandiu, vocal del Col·legi de Geòlegs de Cataluña, suscribiendo la tesis de García, “pero también creo que a nivel académico hay más rigor en el uso del vocabulario, y que se ha extendido el uso popular de ‘terremoto’, en la calle y en los medios de comunicación, porque es lo que la gente entiende”. Esplandiu se muestra partidaria de designar con el nombre de ‘seísmo’ esos movimientos de tierra que no ha sentido nadie pero que, evidentemente, han existido.

“¿Lo sintió? Este domingo se registró un temblor con epicentro en el Valle del Cauca”, titulaba el pasado fin de semana ‘El País’ de Cali (Colombia), informando de lo que en el texto también se designaba como “evento” o “movimiento telúrico” y “sismo”, pero en ningún momento como “terremoto”. Su magnitud: 3,5 en la escala de Richter. “Las autoridades, por ahora, no han reportado ninguna afectación estructural ni personas lesionadas tras el movimiento telúrico”. En la misma línea, el Instituto Geofísico de Ecuador, en su apartado de Preguntas Frecuentes, especifica: “En el lenguaje común se habla de ‘terremoto’ cuando el sismo ha causado víctimas o daños severos en las edificaciones y de ‘temblor’ cuando el sismo no ha provocado daños”, pero matiza: todos son sinónimos. Así que nada. Cosas del castellano, y de que lo hablen en 22 países. Ya estamos acostumbrados.

Compartir el artículo

stats