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Alejandro Céspedes Poeta, ganó el Juan Ramón Jiménez de Poesía por “Soy Lola Jericó”

“Se ha perdido la consideración de la alta cultura; ahora hay poetas ‘youtubers’”

“Hoy la gente se autopublica, todo es ruido y hay cientos de premios literarios; todo es vorágine, y así es difícil mantenerse”

Alejandro Céspedes, en la Librería de Bolsillo, en Gijón. | Ángel González

Recuerda Alejandro Céspedes (Gijón, 1958) lo que él llama “los años gloriosos” en los que la cantera de poetas se llenaba a cuentagotas y, en general, gracias a premios literarios que gozaban de la admiración general. Él acaba de ganar el que considera que es uno de los últimos premios “limpios” que quedan, el Juan Ramón Jiménez de poesía, por “Soy Lola Jericó”, donde apuesta por un estilo más biográfico que había dado por superado hace décadas. Ahora se plantea desde dejar de escribir hasta pasarse al ensayo.

–Lola Jericó fue un perfil en redes con el que estuvo hablando un tiempo. ¿De dónde salió?

–No tengo mucha más información que la que escribí en el libro. Fue una persona, y hasta me cuesta trabajo decir “persona”, que me contactó por Facebook y me contó su vida. Internet y las redes sociales tienen estas cosas, que acabas desarrollando una amistad rara con personas que nunca has visto pero que han leído tu obra y piensan que escribes un poco para ellos. No se dan cuenta que uno escribe de sus cosas y el lector pone lo demás. Y Lola fue una de esas personas. Me ha pasado más veces, eh, casi siempre con mujeres. Entiendo que a las autoras les pasará con hombres. Lo de Lola fue muy curioso porque, bueno, se veía que no estaba bien. Su historia era terrorífica, marcada por la muerte de su hermana y luego por una relación que acaba muy mal. Y luego un día desapareció.

–¿Habló mucho con ella?

–Me interesó saber quién era. Su cuenta tenía muy pocos amigos y su foto de perfil era un gato. Llegamos a tener una relación muy íntima, aunque tenemos que entender esa palabra con muchas comillas, pero es que ya me había pasado más veces. Que a muchas personas las conozco, eh, y de otras me he llegado a hacer muy amigo. A veces surge una comunicación extraña a través de los libros y pasan estas cosas. Igual resulta más fácil contarle tus intimidades a alguien que no conoces que a un amigo que temes que te pueda juzgar.

–¿Y cuando desapareció?

–Pues me preocupé. Intenté buscar información, porque el nombre es llamativo, pero no encontré nada y, bueno, fue pasando el tiempo y me olvidé. Y un día, escribiendo sobre la levedad y la evanescencia, sobre cómo los seres humanos somos tan fugaces, se me vino Lola a la cabeza. Y pensé: esto igual se puede escribir. Lo que hice fue inventarme su historia, aunque en el fondo todas las historias son inventadas. Yo al final hago que se suicide. Ella me decía que vivía en Burgos, me contó cómo era su casa, todo. Pero quién sabe si existió o no.

–Suena muy a recurso literario eso.

–Hay mucho de eso, no lo puedo negar. Le doy voz a un personaje del que en realidad apenas sé nada con seguridad. Yo había tomado algunas notas de aquellas charlas porque me llamaba la atención, pero cuando Lola desapareció, cuando borró su perfil, se perdió también el chat que teníamos. Y a mí eso me impactó muchísimo, ver cómo alguien puede aparecer de la nada y desaparecer así como así. En el libro me tomo libertades, porque obviamente ella no escribía así y hay mucho de mí en ese estilo, pero todo está enfocado a su historia.

–Dice que este libro se aleja de su estilo habitual y que en el fondo le da un poco de rabia recibir un premio tan importante por una obra que no “pega” con su forma de escribir.

–Sí... Es que hace tiempo que yo definí mi estética, que es una más de hondura y de reflexión y de alejamiento total de la identificación biográfica y del “yo”. Dejé atrás eso de identificar al autor con su obra, prefiero crear mundos a partir de la mera creación literaria. Lo dejé hace 20 años y, no sé, este libro vuelve a eso y me parece un poco menor (ríe). Si me hubiesen dado el premio por “Cazadores de icebergs” hubiese saltado sobre un pie.

–¿Valora el mundillo este de los premios literarios?

–Yo es que vengo de otro terreno, que soy una persona mayor (ríe). Cambió todo en los 2000, cuando llegaron los “youtubers” y los poetas esos como Marwan que, bueno, que no tienen un nivel de pensamiento y reflexión comparable a lo de antes. Cuando yo empecé los premios eran importantes. Los Adonáis de entonces, Claudio Rodríguez, Ángel González. Ganar un premio era la forma lógica de entrar en la literatura. Y éramos pocos. Yo gané el Hiperión y cuando me dieron uno de los primeros ejemplares recuerdo que yo pensé: pues ya está.

–Ya soy poeta.

–¡Claro! En aquellos tiempos aparecer en ciertas editoriales por ganar ciertos libros te consagraba. Hoy la gente se autopublica, todo es ruido, hay cientos de premios literarios. Todo es vorágine.

–Hoy habrá también poetas jóvenes de mucho nivel. ¿Juegan con desventaja vivir en un panorama editorial tan saturado?

–Yo creo que sí, muchísimo más. Y es que nosotros competíamos de otra manera. Éramos menos, al año salíamos muy pocos. Hoy publicas y a tu lado hay otros trescientos. Yo se lo digo a los que conozco. Les digo que lo siento por ellos, porque se perdieron los años gloriosos.

–¿Esa poesía juvenil que no le gusta no podría servir como puente de entrada a otros estilos como el suyo para ganar nuevos lectores?

–Lo dudo, lo dudo con total pesimismo. A ver, es verdad que cuanta más gente lea, pues mejor. Pero es que hay gente irrecuperable, en serio (ríe). Hay gente que jamás va a leer a Ezra Pound ni a Aleixandre. ¿Que alguno que lee a Elvira Sastre igual acaba cruzando la frontera? Pues a lo mejor. Pero son dos mundos paralelos.

–Los poetas virales no les están robando lectores, entonces.

–Para nada. Atraen a un nicho radicalmente diferente al nuestro. No sé, creo que hemos perdido aquello que había hace muchos años, aquello de distinguir la alta cultura de la cultura normal. Yo quería la alta cultura, yo quería ser como Lorca. Muchos autores hoy no lo ven así.

–También dijeron en su día que lo de García Montero no era alta poesía. Y hoy él apoya a bastantes poetas de ese otro estilo moderno.

–Lo de Luisito es otra cosa porque Luisito empezó donde empezamos todos. Se lo tomó en serio. Tanto, que gana el Adonáis y ya era amigo de Alberti, de Bonald. Su cosa fue que encontró un nicho de negocio y cogió esa idea de la poesía de la experiencia y la desarrolló. Creó sus grupos. Pero viene de la poesía culta, es profesor de universidad. Es verdad que luego optó por una línea, como Luis Alberto de Cuenca, de defender eso de los poetas “youtubers”. No sé.

–¿Qué pasó entre 1998 y 2008? No publicó nada.

–Que me aburrí de la voz que tenía antes, que era más parecida a la de “Lola Jericó”. Mi poesía era confesional y no encontraba la forma de cambiarlo.

–Lo logró, y también con premios.

–El cambio radical vino con “Topología de una página en blanco”, que se publica en 2012. Fue un libro fetiche para mí. Y de premios, el “Jaén” fue tremendo, pero yo creo que este de ahora es el más importante. Es, además, un premio muy limpio, y cada vez quedan menos.

–El jurado estaba convencido de que el autor era una mujer.

–¡Sí! Está grabado, eh, me pasó el vídeo un periodista. El fallo lo hacen en público, abren el sobre en directo. Y se llevaron una sorpresa cuando no vieron el nombre de una autora. Fue gracioso.

–Ha vuelto al estilo del “yo” que le hizo dejar de publicar durante tanto tiempo, se ve en un mercado saturado de poetas “youtubers” que no le gustan, gana el premio más importante de su carrera por un libro que no es su favorito... Y ahora, ¿qué?

–Pues justo llevo varios días pensando en eso, en si merece la pena seguir con esto. Que no me puedo quejar, eh, pero es que es cada vez más difícil todo por todo esto que hemos hablado. Que somos muchos, que no le importa a nadie, que antes hacías un recital e iba muchísima gente. Ahora somos tantos haciendo lo mismo en tantas partes... ¿Cuántos actos hay en un día en Gijón? Es difícil mantenerse ahí.

–¿Baraja irse a otros géneros fuera de la poesía?

–Estaba pensando en escribir algo que tenga que ver con la reflexión, en prosa. Tal vez, no lo sé, pero igual me apetece más escribir un ensayo. Un poco como Edmond Jabès, reflexiones cortas. No lo tengo claro aún. Algo haré.

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