María Martinón-Torres (Orense, 1974) contagia pasión por el ser humano y curiosidad por saber más sobre nuestra especie. La médica gallega, reconvertida después en paleoantropóloga y experta en evolución humana, presenta esta tarde a las 18.30 horas en el Club Prensa Asturiana “Homo Imperfectus”, su último libro.

En él, la científica, que dirige el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana y forma parte del equipo investigador de Atapuerca, recorre la historia del Homo Sapiens desde una mirada muy distinta a la habitual.

María Martinón-Torres, que se doctoró con una tesis sobre el análisis de la dentición de los homínidos fósiles, codirigida por José María Bermúdez de Castro, a su vez codirector de los yacimientos de la sierra de Atapuerca, y Ángel Carracedo, director del Instituto de Medicina Legal de Santiago de Compostela, participará, además, mañana en el homenaje que el Ayuntamiento de Illas tributará a a su amigo, el artista Fernando Fueyo, fallecido el pasado mes de enero.

–El ser humano, ese “Homo Imperfectus” del que usted habla, siempre ha sentido fascinación por el “fin del mundo”. ¿Estamos cada vez más cerca de la debacle de la especie?

–Personalmente creo que no. Un ejemplo puede ser la guerra en Ucrania, que nos muestra por un lado la cara más despiadada y violenta del ser humano pero, por otra, también la más solidaria. En menos de medio año España ha acogido más de 75.000 refugiados, lo que significa que no nos da igual lo que le sucede al prójimo. Nuestro instinto de supervivencia se extiende más allá de la vida propia, la del círculo familiar o el entorno inmediato y abraza algo tan abstracto e inmenso como el concepto de humanidad.

Nuestra especie gana en las distancias cortas; la empatía exige contacto

–Es médica y decidió dedicarse a la paleoantropología y estudiar la evolución humana. ¿Por qué?

Ambas decisiones son parte del mismo interés: comprender al ser humano. La medicina era el primer paso necesario para entender cómo es, cómo vive y cómo padece el ser humano en la actualidad. Sólo entonces sentí que estaba preparada para dar el salto y hacerme las mismas preguntas, pero en el pasado. Después de todo la enfermedad es una foto, en vivo y en directo, de la lucha por la supervivencia. No morimos ni enfermamos de las mismas cosas ahora que hace 100.000 años. La forma en que enfermamos nos delata.

–¿Por qué seguimos enfermando a pesar de la evolución? Es la gran pregunta, ¿verdad?

–Sí. Y seguimos enfermando porque estamos vivos. Porque Homo sapiens juega en muchas ligas y no se puede ganar a todo. Ganamos años de vida, pero también probabilidad de padecer cáncer o trastornos neurodegenerativos que debutan en edades avanzadas. Somos una especie exitosa y numerosa, pero esa circunstancia favorece la propagación de infecciones y pandemias. Sufrimos insomnio, pero esa alteración del sueño favoreció que en el pasado hubiese siempre algún centinela vigilando el sueño de la tribu y guardándonos de los depredadores. Vivir es hacer equilibrios y Homo sapiens es un gran malabarista.

María Martinón-Torres. | LNE

–¿Las tecnologías nos deshumanizan?

–No necesariamente. Gracias a la tecnología, en la que podemos incluir por ejemplo la medicina, somos capaces de llegar y cuidar a más gente. Pero sí es cierto que la posibilidad de relacionarnos en un plano virtual entraña el riesgo de deshumanizarnos si, en vez de complementar, sustituyen la interacción en carne y hueso. Nuestra especie gana en las distancias cortas. La empatía exige contacto.

–¿La pandemia del covid ha sido un paso más dentro del proceso de selección natural?

–Hasta un 75% de las enfermedades infecciosas emergentes tienen origen animal, circunstancia que hemos potenciado cuando nuestra especie desarrolló la ganadería y la domesticación. Podemos decir que la cultura nos ha hecho vulnerables, pero también que nos protege pues muchas zoonosis, como la rabia, pueden prevenirse al 100% mediante vacunación.

–Participa mañana en un homenaje a Fernando Fueyo, en Illas. ¿La muerte es el final de todo o perduramos?

–Conocí a Fernando a raíz de la ilustración que hizo de “Mtoto”, la evidencia más antigua de un enterramiento humano en África. Con ese dibujo Fernando dio vida a un niño fallecido hace 78.000 años y él también perdurará. Esa es la inmortalidad del ser humano, perdurar como él por su obra magnífica, y también en nuestros corazones por haber sido un hombre bueno.

–¿La soledad es peor que la enfermedad; es una enfermedad en sí misma?–

Sin duda. En el Pleistoceno, ser aceptado o no por el grupo podría ser cuestión de vida o muerte. El temor al rechazo social ha labrado un miedo ancestral que a día de hoy se traduce en que al menos un 5% de la población mundial sufre fobia o ansiedad social. Se trataría de un miedo heredado, en muchos casos desproporcionado, pero que en el pasado pudo ser adaptativo y por eso la selección natural no acaba de eliminarlo.

–Dice usted que tener abuelas es un lujo. ¿Y los abuelos?

¡Por supuesto! Pero en esa afirmación enfatizo que el motor original por el que evolutivamente se extendió la longevidad posreproductiva en nuestra especie fueron las mujeres. La menopausia aparece como un cese prematuro de la fertilidad femenina para favorecer su implicación en el cuidado de los nietos. Evidentemente, el beneficio alcanza también a los abuelos, pero fueron ellas el detonante de este cambio evolutivo. ¡Y tenemos suerte! En otro de los pocos animales que también tiene menopausia, como las orcas, solo las hembras sobreviven hasta los 80, mientras los machos fallecen en torno a los 60.

–¿El cerebro humano sigue siendo un misterio?

Sí. Es como la pescadilla que se muerde la cola: necesitamos utilizar el cerebro para comprender el cerebro. Es como intentar llamar a la puerta de la habitación en la que nosotros mismos estamos encerrados.