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Religión

Crisis de las vocaciones religiosas: suavizar la clausura para sobrevivir a la desaparición de los conventos

La historiadora del arte y profesora de la Universidad de Baleares, Margarita Novo, propone en un libro diversas posibilidades de gestión para estos espacios y un abanico de usos compatibles con la vida conventual

Conventos en Palma: suavizar la clausura para sobrevivir.

Sor Inmaculada camina enfundada en el hábito por uno de los pasillos laterales del claustro del convento de la Puríssima Concepció (las Caputxines) de Palma, uno de los cuatro cenobios que aún siguen activos en Ciutat y resisten a la crisis de las vocaciones. Sor Inmaculada es una del aproximado medio centenar de monjas de clausura que quedan en Palma y una de las 9.200 personas (entre hombres y mujeres) dedicadas a la vida contemplativa en España, según datos recientes de la Conferencia Episcopal. Unas impresionantes arquitecturas amuralladas aíslan estos espacios de contemplación del resto del mundo. Es un universo congelado donde las horas son férreos marcadores de la vida comunitaria. La doctora en Historia del Arte y profesora de la UIB Margarita Novo acaba de publicar un libro donde reflexiona sobre el futuro de estos espacios tan singulares en Palma que han conformado la ciudad tanto cultural como urbanísticamente. «Se trata de pensar en fórmulas para conseguir su continuidad sin que pierdan su esencia», sostiene.

Antes de tomar cualquier decisión, la investigadora aconseja estudiar la casuística concreta de cada convento, "debe analizarse profundamente su comunidad y los grados de permeabilidad", indica. "Por ejemplo, el convento de Santa Magdalena alquila parte de los locales que dan a la Rambla, lo que supone unos ingresos fijos para tirar hacia adelante", comenta. Novo enumera otras actuaciones que en algunos casos ya se están llevando a cabo en la isla y que acercan los conventos a la ciudadanía como son la elaboración de dulces y repostería. En este punto, Santa Magdalena, Santa Clara y las Caputxines atienden a través del torno o por teléfono. En otros conventos peninsulares, la oferta dulce ha dado el salto a internet. Otra manera de mantener estos espacios vivos es organizar visitas o pequeñas exposiciones, acción que por ejemplo llevan años realizando Aina Pascual y Jaume Llabrés en las Caputxines. En los otros espacios esto último no ha tenido lugar. En otros conventos españoles, más avanzados en su apertura al exterior, es posible encontrar comunidades de religiosas que venden sus productos a través de fundaciones sin ánimo de lucro, asegura Novo.

"Otra cuestión fundamental sería que estas comunidades colaboraran con instituciones académicas, como por ejemplo la UIB, para que pudieran entrar investigadores y estudiantes", sugiere. La historiadora recuerda por ejemplo la propuesta que hizo Amadip Esment Fundació para el convento de Sant Jeroni, cerrado desde 2014. "Puso sobre la mesa que se consiguiera una comunidad religiosa para mantener la espiritualidad y la esencia del espacio y que por otro lado se abriera un museo, una hospedería y que se pudieran recuperar los huertos mediante el cultivo ecológico", señala. "Incluso se podría crear un centro de interpretación de la vida conventual en alguno de ellos y que fuera visitable", añade.

Novo trae a colación lo que siempre ha defendido Maria Teresa Pérez Cano, profesora andaluza de Arquitectura especializada en conventos. "Profesionales de distintas áreas y las comunidades religiosas deberían tener una interacción para tratar el tema de la supervivencia. Y para ello debería implicarse a las administraciones pero también a la ciudadanía", sostiene Novo, cuyo libro (Els convents de clausura de Palma. Gestió del patrimoni i turisme) parte de la tesis doctoral que presentó en 2016 y fue dirigida por Mercè Gambús. "Las monjas deberían dejarse asesorar por profesionales. Y cuando digo que sería positivo abrirse un poco más a la ciudadanía, no me estoy refiriendo al turismo", matiza Novo. "Porque podríamos decir que son prácticamente las únicas arquitecturas de Palma que están libres de turismo y, antes de terminar como un hotel [en Palma ya hay dos antiguos conventos reconvertidos en hoteles, el Icon Rosetó y el Convent de la Missió], hay muchos pasos que pueden llevarse a cabo para sobrevivir", advierte la investigadora, que pone ejemplos de otros conventos en otras comunidades autónomas donde se han puesto en marcha iniciativas. "Algunos funcionan como hospederías para dar cobertura a familiares o pacientes que han de tratarse en hospitales cercanos", expone. "Luego hay otros donde hay una parte dedicada a alojar a quienes necesiten hacer un retiro", indica. "En Mallorca está el caso de la ermita de Sant Honorat en Randa", ejemplifica. Por otra parte, en el caso de Palma, expone Novo, los conventos son los que tienen en su interior los pequeños pulmones del centro de la ciudad con sus jardines y huertos. "Quizá podría buscarse alguna fórmula de apertura de los mismos sin que se interrumpiera la vida conventual".

Las monjas mantienen una labor asistencial importante para muchas personas. Sor Inmaculada cuenta que durante la pandemia mucha gente se acercó hasta las Caputxines para hablar con ellas con el fin de buscar paz y dejar de tener miedo. "También nos piden comida, nosotras hacemos lo que podemos", relata.

Sin embargo, es cierto que las generaciones más jóvenes se sienten alejadas de la cultura religiosa por la formación que reciben en las distintas etapas educativas.

Novo piensa que suavizar las clausuras tan estrictas podría ayudar a la supervivencia. "Creo que también deberían participar seglares en la gestión para mantener estas comunidades religiosas y los espacios, de hecho ya está sucediendo en algunos conventos. La cuestión es encontrar el equilibrio, porque de lo que no se trata es de querer convertir el convento en otra cosa, pero está claro que ha de evolucionar de algún modo", considera.

La tesis de Novo es mucho más extensa que el libro que acaba de editar el Consell. Éste está más centrado en la problemática que presenta Palma como ciudad conventual, que "fue muy potente, llegó a haber más de 31 conventos entre intramuros y extramuros. Cuando hubo más fue en la Edad Moderna, durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Es cuando hubo más aportaciones de familias nobles. Los conventos de mujeres nacieron sobre todo a partir de donaciones de particulares", indica. "Nacen de una casa donada y luego van comprando los inmuebles y solares aledaños y se iban ampliando. Eran edificios muy vivos, pero que a su vez se conservaban mucho. Las monjas son muy conservacionistas. En Santa Clara hay por ejemplo restos árabes y Sant Jeroni tiene una calle de origen medieval en su interior", apunta.

Al principio del reportaje, se señalaba que en Palma quedan cuatro conventos de clausura activos (llegó a haber 12 de mujeres, cinco o seis desaparecieron con la desamortización), pero en pie quedan seis, tres de ellos, en la zona de la Rambla. Los que todavía funcionan se dividen entre los de clausura muy estricta, como Santa Teresa y Santa Clara, y los de clausura constitucional, más abiertos, que son las Caputxines y Santa Magdalena. Los otros dos conventos que quedan son el de la Concepció, en la calle homónima, que no es de clausura, y el de Sant Jeroni, que cerró en 2014 y cuya comunidad se trasladó a Inca. "El de Santa Margalida era otro convento, pero ahora tiene un uso como centro de historia y cultura militar".

Los conventos fueron muy importantes en la ciudad de Palma, tuvieron mucho peso. "Nunca en la historia ha habido tan poca relación entre estos espacios y el exterior como la que hay ahora", lamenta Novo. "Y el Vaticano ya ha advertido de que la solución no está en la llegada de monjas de fuera o en la reconversión en hoteles, sino que la continuidad de estos espacios dependerá de la relación que tengan con su entorno», alerta. "Es importante trabajar en un plan para los conventos que quedan con el fin de asegurar su continuidad", concluye.

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