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Asturias exporta talentos

Marta Reyero: “¿Quién va a dar el relevo en la Universidad y en las empresas?”

“Estamos en un momento histórico que parece escrito por un autómata enloquecido, y el periodismo ha demostrado que es imprescindible”

Marta Reyero, en Oviedo.

Marta Reyero (Madrid). La presentadora y editora de «Cuatro al día» de la edición Fin de Semana, reciente «Antena de Plata 2022» en la categoría de televisión, nació en León en 1965. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Oviedo y se licenció en Ciencias de la Información en la Universidad del País Vasco. Sus inicios fueron en la radio asturiana. En 1990 entró en TVE Asturias, antes de irse a la Cadena Ser en Madrid y dar el paso a la televisión en Canal +. En 2005 llegó a Cuatro.​

Conectamos con la periodista asturiana Marta Reyero. Y no desde la candente actualidad sino desde la incandescente memoria: “Una es la Asturias que creía conocer y otra la real. No es lo mismo lo que se percibe en la infancia, por muy curiosa que seas, realmente no era consciente aún del aislamiento, el ambiente gris y las dificultades en una tierra combativa. Los lugares y las dimensiones de la infancia tienen su propio código. Vivía en Oviedo, en la calle Asturias. Entonces ir a jugar con mi hermana cerca de la Facultad de Biología era como ir de expedición al Anapurna. Hoy estamos en el metaverso maquinando el paso a la siguiente dimensión”.

Marta Reyero

Marta Reyero

Moviola: “Los domingos de playa, en Salinas, con toda la familia. El plan típico asturiano si no tronaba. Más de una vez terminaba a regañadientes cuando mi padre y mi tío decían: ¡hala, a levantar el campamento, que hay fútbol! Si había partido del Real Madrid o del Oviedo, no nos librábamos”.

El otro día escuchó “a todo un personaje, Fulgencio Fernández, de un pueblo de León. Hablaba de una pintada antológica que me marcó de cría. Ni Banksy ni Okuda eran siquiera proyectos. En la subida a Pajares, una pared que gritaba al alto la lleva ‘te quiero amorín, Bety, tu Alvarín’. No sé si permanece allí aquella declaración de amor, ni si Álvaro y Bety continúan juntos y tienen una gran familia, pero me encantaría conocer cómo terminó la historia de aquel grafiti”. La transporta en el tiempo “el olor de los restos de sidra empapando el serrín en los chigres. Era una tradición que se buscaba para exhibir asturianía cuando venía la gente de fuera, pero ahora se imponen otros parámetros de higiene y escanciadores mecánicos mucho menos románticos. También se dejó de fumar en los bares encima de los pinchos, y todos hemos salido ganando, los pinchos y nosotros”. Echa de menos “las reuniones familiares, un atardecer mirando al Aramo desde la cocina de mi madre, un bollu preñáu sentada junto al nacimiento del río Cabra... Si además escucho el ‘Chalaneru’ de Chus Pedro o algo de ‘Ilegales’ que me recuerda a mis salidas por el Oviedo antiguo...”.

En el imaginario sentimental, Asturias “no es ese lugar tenebroso que describió Joseph Conrad. Mis visitas son frecuentes pero no muy largas, salvo un mes de verano en Llanes. Cuando llegas y ves bajar ríos de lluvia por delante de casa quince días seguidos te haces la promesa de que nunca más volverás a sufrir noviembre en julio. Pero hay un trasgu suelto por ahí que me tiene amarrada a esta tierra verde. No cambio por nada las vistas desde el alto de Torimbia un día soleado. El Cantábrico esplendoroso. La playa, abajo; el Cuera, a la derecha, y la naturaleza agreste y salvaje. Con eso me puedo morir tranquila”.

Tiene a Asturias “absolutamente idealizada. Responde a todos los tópicos para el visitante con ganas de comer bien, empacharse de Naturaleza y hacer amigos. Los que la conocemos algo más sabemos que eso no basta. ¿Quién va a dar el relevo en la Universidad, en las empresas? Son necesarios incentivos para que los jóvenes quieran asentarse aquí y evitar que el talento se vaya o no quiera o no pueda retornar después de formarse fuera”.

Cuántas veces habrá escuchado que “como en Asturias no se vive en ningún sitio. Que aquí sí que hay calidad de vida. Todo eso acaba convirtiéndose en el billete al famoso paraíso. Pero en su atractivo puede estar su condena si no hay cortafuegos a la expansión y construcción desenfrenada. Tenemos un turismo rural que es un ejemplo de calidad y respeto al entorno en rincones increíbles. Y podemos presumir de tener una de las zonas de costa mejor preservadas del país”.

Si alguien quiere seguir los planos de Marta Reyero, que recuerde a Mark Twain: no hay que dejar pasar nuestras ilusiones, ellas se van, y nosotros seguimos aquí sin vivir lo que queríamos. Le diría que no renuncie a intentarlo. Pero que tenga un plan B”. Su primer viaje más allá de Pajares fue a Madrid “con los compañeros de Facultad para conocer TVE y las emisoras de radio. El momentazo fue entrar en el estudio central de la Cope y encontrarme a Luis del Olmo, a otros conocidos periodistas, y a Raphael, vamos, los reyes del mambo. Una estudiante de 20 años fácilmente impresionable no se olvida de tanto famoseo sentado a la misma mesa”.

De entonces a hoy “el salto es abrumador. No hace falta insistir en algo obvio: entrevistas con lugares remotos, cientos de periodistas colgando en redes los bombazos rusos en Ucrania... ¿qué habría pasado con la pandemia sin las posibilidades tecnológicas de este siglo?”. Recuerda especialmente un viaje a Belfast en los noventa, “ciudad herida y dividida físicamente. Tenía que entrevistar al ‘número dos’ del Sinn Fein, Martin McGuinness. El encuentro me marcó profundamente. McGuinness había sido comandante del IRA y llegó a viceprimer ministro”.

El trabajo y la constancia encabezan su escaleta profesional: “Soy de ideas fijas, pillo el surco del camino y me desvío lo justo, pero no avanzo sola porque mis compañeros son un apoyo imprescindible. El aislamiento, la autosuficiencia y autocomplacencia en esta profesión son muy peligrosos. El periodismo ha sufrido y sufre muchos altibajos. Uno particularmente doloroso, porque tumba vocaciones y esperanzas, es la precariedad que padecen jóvenes y no tan jóvenes. Es crucial a quién te cruces en el camino. En el trabajo, como en la amistad, las compañías te moldean y definen. Porque por mucho que tú lo sepas tiene que haber alguien que vea algo en ti. Mi vocación pervive gracias también a la gente que me he ido encontrando desde que empecé a informar en Radio Minuto, con Javier Asenjo como director, hasta hoy. Al final, el trabajo se resume en sentirme bien conmigo misma, aunque todo es mejorable, cuando cierro el ordenador y se apagan las luces”.

Sus obstáculos “venían de fábrica. Timidez, inseguridad… Vamos, lo justo para ser periodista, que hay que meterse hasta la cocina, con educación, por supuesto, pero sin tantos miramientos... Obstáculos que el tiempo se encargó de tirar a base de prueba y error. Gracias a eso me relajé, y aprendí a observar mejor para comprender mejor. ¿Si no entiendes lo que ves cómo lo vas a contar? Estamos en otro momento de la historia que parece escrito por un autómata enloquecido. Lo que hemos vivido estos dos últimos años no quiere decir que nos haga mejores, pero nos ha pegado fuerte para no volver a dar muchas cosas por sentadas. El periodismo ha demostrado que es imprescindible”.

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