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Activista por la salud mental

Helen Mercader: "Tenía depresión y me autolesionaba y los profesores no me ayudaron"

Víctima de bullying, con diagnósticos de ansiedad y trastorno alimentario e intentos de suicidio, esta joven urge a los docentes a "escuchar" y "acompañar" |

Entrevista con Helen Mercader, activista para la salud mental. ELISENDA PONS

Los profesores cada vez constatan más en las aulas lo que ya hace tiempo apuntan los estudios: que la salud mental de los jóvenes ha empeorado con la pandemia. El último Barómetro de la FAD ponía de manifiesto que se ha duplicado el número de adolescentes con ideas suicidas. El 44,3% ha pensado alguna vez en quitarse la vida y ocho de cada 10 confiesan haber sentido malestar emocional en el último año. Dar a los docentes pautas de actuación para ayudar a alumnos con problemas ha sido este miércoles objeto de un webinar por parte de la plataforma Obertament, que desde 2010 lucha contra el estigma de los problemas de salud mental y que a través del programa What's Up busca introducir el debate en las aulas y normalizar la salud mental para que los institutos sean espacios seguros.

Advierten de que la gran mayoría de trastornos mentales aparecen antes de los 15 años. "Empezar a hablar del tema en la etapa de 12 a 16 es básico y esencial para el buen desarrollo de su salud mental", afirman en Obertament.

Helen Mercader, activista de Obertament, tiene clara la que ha de ser la primera pauta: escuchar, acompañar y no juzgar. Y tener en cuenta las necesidades del alumno. Y lo dice desde la dolorosa experiencia de sentir que no obtuvo tal respuesta por parte de sus profesores ni en la primaria ni en la ESO en ninguna de las cuatro escuelas de Sant Andreu (Barcelona) por las que pasó.

"Los profesores han de escuchar a los alumnos. Preguntarles de verdad qué necesitan. Y no dar nada por sentado"

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Ahora, con 23 años, se ha topado por primera vez, en la Escola ISC, con docentes que sí aprecia que la han ayudado. "Ha sido increíble. No me podía imaginar que un profesor pudiera ayudar así. Un día la directora se pasó una hora hablando conmigo y tratando de calmar mi ansiedad". Gracias a ellos, cuenta, ha podido aprobar el examen de acceso a un ciclo superior. "Sin ellos, no lo habría conseguido", asegura, recordando que cuando en algún momento se planteó abandonar, dirección y jefe de estudios la animaron a seguir. "Me dieron todas las facilidades. Se implicaron. Se notaba que querían ayudarme".

Se acaba de preinscribir en el ciclo superior de cómic de La Llotja aunque tiene dudas porque no sabe cómo serán allí los profesores y necesita adaptaciones. Nada complicado: un espacio concreto en el aula, más tiempo para hacer un examen y permiso para salir de clase si sufre un ataque de ansiedad. "No son grandes cosas pero las personas con necesidades especiales molestamos al sistema. Los profesores prefieren alumnos que no molesten", lamenta crítica.

Mercader tiene un largo historial de problemas de salud mental. "Soy una ruleta rusa de diagnósticos. Cada psiquiatra tiene uno", dice. Suma depresión, ansiedad, trastorno alimentario, trastorno límite de la personalidad, TDAH, un tipo de trastorno bipolar y ahora está pendiente de que le confirmen un trastorno del aspecto autista. ¿Cómo es eso posible? "No lo sé", admite. Actualmente toma antidepresivos, antipsicóticos y un fármaco para estabilizar el estado de ánimo. Está satisfecha porque le ayudan a funcionar. "Pero ha habido momentos en que la medicación me dejaba drogada, atontada, sin capacidad para hacer nada. Hay una época de la que no recuerdo nada de lo medicaba que iba. Esta no es forma de tratar enfermedades", opina. "La medicación está bien si te ayuda, pero en su justa medida".

Ella sitúa el inicio de todo en la etapa de los 8 a 10 años, cuando sufrió bullying en el colegio de las Salesianas de Sant Andreu. Coincidió que en un breve espacio de tiempo murieron su abuelo, sus abuelas y un amigo. "Mi abuelo murió delante mío cuando tenía 8 años. Ahí apareció la ansiedad. A los 11 empecé a tener problemas con la comida. Dejé de comer". Su familia la cambió de colegio y marchó a hacer sexto de primaria a la escuela pública Pegaso. Allí las cosas tampoco mejoraron y volvió a cambiar. Hizo segundo de ESO en el colegio concertado Ramon Llull de Congrés. El bullying continuó. "Me machacaban por el trastorno alimentario que tenía. Fue muy duro. No era culpa mía estar enferma", recuerda.

"En los talleres en colegios, les digo a los alumnos que no hay que tratar mal a los compañeros y que si alguien está mal, hay que buscar a un adulto de confianza y pedir ayuda"

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Así que volvió a la Pegaso, donde acabó la ESO "no se sabe cómo" y con una nota media de notable. "Fue un milagro que acabara porque estaba deprimida, tenía ansiedad y me autolesionaba". Cree que no tuvo el apoyo necesario del profesorado. "Yo estaba mal y los profesores me culpaban. No me acompañaron. Para algunos, exageraba. Decían que me inventaba las cosas. Les molestaba que no fuera a clase y no entendían que sacara buenas notas sin ir. No iba porque no tenía fuerzas". Empezó el bachillerato artístico en el instituto Poeta Maragall, pero los problemas de salud la llevaron a dejar los estudios. Por el camino, intentos de suicidio e ingresos hospitalarios. Este junio se cumplió un año del alta del último ingreso en el hospital.

Si del colegio tiene mal recuerdo, del esplai, también. "Aquello fue más duro, porque el colegio es obligatorio, al esplai vas porque quieres. Y yo quería a la gente del esplai. Pero fue catastrófico. Me castigaban por no comer. Me decían que quería llamar la atención. Me ignoraban. Al final lo dejé. Pero me costó y aún me duele".

¿Cómo deberían actuar los profesores? "Han de escuchar a los alumnos. Darles espacio y preguntarles de verdad qué les pasa, qué necesitan. Y no dar nada por sentado. Si alguien falta a clase, no des por hecho que hace campana porque sí. Que no asuman que si un alumno saca buenas notas, no tiene ningún problema".

Desconocimiento y miedo

Le gusta dar testimonio de su caso para combatir el desconocimiento. "La gente desconoce y eso hace que tenga miedo. El enfermo también tiene miedo de abrirse porque no sabe cómo va a reaccionar el resto. Es muy hostil. Por eso hago activismo", explica. Ella ha sufrido las consecuencias de ese miedo. "Se han apartado muchas veces de mí. La gente se cansa y no quiere problemas". Tiene amigos, pero pocos. "Y me ha costado mucho", confiesa. "He tenido momentos en que he sentido que estaba totalmente sola. Sin nadie a quien poder llamar para hablar".

Como activista, da testimonio de su caso a otros jóvenes para que sepan que no están solos y que pueden y deben pedir ayuda. La experiencia con alumnos de la ESO le resulta muy gratificante. "Lo que más me gusta es dar charlas en colegios. Es increíble. Muchos chicos y chicas se emocionan, me han abrazado. Se sienten identificados y te cuentan cosas que les pasan a ellos". Ella les da dos mensajes claros: "no hay que tratar mal a los compañeros. Y si alguien se encuentra mal, hay que buscar a un adulto de confianza y pedir ayuda. Y hablarlo. Hablar ayuda mucho".

También actúa a través de Instagram, donde cuenta su experiencia a través del perfil @laveudeles1000cares. Nombre que eligió porque pensó en "dar voz a la gente que hoy no puede hablar y explicar lo que le pasa". "Siento que estoy haciendo algo útil". Considera que está "obligada" a hacer activismo si quiere cambiar las cosas.

"Me he sentido abandonada por el sistema, por el colegio, por el esplai y por los profesionales sanitarios que me veían como un caso perdido. Eso afecta tu autoestima porque crees que no tienes solución. Y no es cierto. Hay gente que consigue llevar una vida más o menos normal. Yo estoy en ello. Aún no lo he logrado". Ahora lucha día a día por sobreponerse y seguir adelante. Su perro y su familia son cosas que le hacen feliz. Y le apasiona el teatro y la música --compone y canta--. "Pero a veces, en los momentos malos, las cosas que te apasionan no son suficientes".

Laura Bertran: "Los problemas de salud mental en las aulas ya no son casos aislados"

Laura Bertran es profesora y psicopedagoga. Trabaja en un instituto de alta complejidad de Reus y colabora con Obertament. Confirma que tras la pandemia ha aumentado "muchísimo" el número de alumnos con problemas de salud mental. Cita casos de depresión, problemas de autoestima, ansiedad, aislamiento o trastornos obsesivo-compulsivos. Estos problemas, dice, "no son ya casos aislados o raros". Y subraya que es clave que el entorno del alumno (escuela y familia) actúen como elemento de protección.

La pandemia ha conllevado para los adolescentes aislamiento y un aumento del uso de las pantallas que Bertran considera factores que han sido muy perjudiciales. "Las redes les afectan mucho. Y aunque saben comunicarse en las redes, tienen problemas para comunicarse fuera de ellas. No saben cómo expresarse, no saben verbalizar, poner palabras a los que les crea angustia", explica.

Dado que a muchos adolescentes les cuesta abrirse y expresar lo que les ocurre, Bertran recomienda a los docentes estar alerta ante ciertas señales: bajada del rendimiento escolar, cambios conductuales, descenso de la participación en clase o de las habilidades sociales y a verbalización de sentimientos. Para esta psicopedagoga, resulta fundamental que el profesor trabaje un vínculo sólido con el alumnado. "Es importante que el profesor sea referente porque a veces los compañeros del alumno son los que le avisan. Y otras, es el propio alumno el que busca un profesor importante para él".

Una vez detectado el problema, Bertran insta a "acercarte al alumno sin juzgar". "El docente no es médico, por tanto no ha de tratar ni solucionar nada. Pero sí ha de acompañar emocionalmente al alumno. Hablar con él, ofrecerle ayuda. Y trabajar en red con el resto de profesorado y con la familia". En resumen, ha de tener una "mirada empática para acompañar" y favorecer que el alumno "acepte su problema y no se sienta juzgado". Es el principio, dice, para poner solución.

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