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La boda secreta de Rapahel y Natalia Figueroa en Venecia, contada por un invitado, Nacho Artime

El luanquín relata 50 años después cómo fue aquel enlace en la ciudad italiana

Raphael y Natalia Figueroa recién casados. | EFE

Esta insólita crónica de una boda tan insólita debí haberla escrito hace 50 años y 31 días. Era el único periodista invitado por el novio, pero tras un juramento motivado por una profunda amistad prometí guardar el secreto. Yo no existiría, lo mismo que el enlace nupcial.

Sólo sabía que tenía que acudir a Barajas justo la víspera de ese 14 de julio de 1972 a las 3 de tarde y pedir mi billete en Iberia. Allí me darían instrucciones y sabríamos los componentes del pequeño grupo convocado por el novio, cuál sería el destino del misterioso viaje.

No era una el argumento de una película de Hitchcock, porque no veía sus famosos Macguffins por ninguna parte complicándonos la acción. Y confundiéndonos. Ni tampoco vimos por allí a Agatha Cristie y su sagaz Poirot en el Oriente Express porque no había asesinato por medio. Ni a García Márquez escribiendo su famosa crónica de una muerte anunciada, porque tardaría aún diez años en hacerlo. Sólo nos dieron un billete con destino a Milán. ¿Milán? ¿Tan romántica boda en una ciudad tan espesa?

Pero de algún modo apareció Hitchcock. Milán era uno de los trucos del guionista para seguir ocultando el destino final de la boda. En ese aeropuerto nos darían la respuesta. Ya no estaba en manos de Iberia. Y por los pelos no perdimos el final del viaje… a ¡¡¡Venecia!!! ¿Nos esperaría Aznavour cambiado la letra de sus triste ciudad sin amor? Todo era posible en esa película de suspense montada por Raphael.

A partir de ahí, la organización fue sencillamente perfecta. El guionista de tan complicada trama lo tenía todo muy bien pensado. Separó a los invitados de los novios para evitar chivatazos. ¿Había una exclusiva millonaria? Era la boda del siglo. Todo era posible en Venecia.

Yo iba muy impresionado. Se acababa de estrenar con problemas de censura la discutida versión del gran Visconti de la novela de Thomas Mann "Muerte en Venecia". Y esa monumental llegada del gran Dirk Bogarde en un vaporetto por el Gran Canal camino del Lido, me había quedado grabada de por vida. Como también el descubrimiento de la 5ª de Mahler dirigida por Leonard Bernstein dejó en mí una huella imborrable.

No hubo vaporetto pero sí paseo en góndola a un hotelito de esos llamados con encanto, de terrazas con vistas sobre uno de los pequeños canales. Pedí un Martini y me quedé allí, sin ni siquiera acercarme a la plaza de San Marcos, que estaba justo al lado.

Lo más curioso de la historia es que no supimos de nadie más de los invitados, apenas treinta personas, entre los que se encontraba el escritor José María Pemán. Ni quiénes eran los de la novia, una joven de familia aristócrata a la que apenas conocíamos. En nuestro primer paseo fuimos descubriendo una Venecia muy decadente. Aunque con esa belleza que permanece en la decadencia donde antes hubo clase.

Y cumplí mi primer gran deseo: tomar un Dry Martini en el bar más famosos del mundo, el Harry’s. No eres nadie si no pasas por este pequeño gran lugar y pruebas sus martinis. Era el favorito de Hemingway y Chaplin. Qué gran complemento a la boda del siglo.

El resto ya es más tópico y más sabido. La obra maestra de Hitchcock se vino abajo sin que nadie supiera la razón. Un chivatazo y adiós exclusiva. Culpaban a una fan de Raphael, pero el caso es que al día siguiente Venecia se llenó de periodistas del corazón que llegaban tarde y cabreados, pero así es el periodismo.

Incluso la propia Natalia Figueroa se vio obligada a dar la noticia a su querido ABC justo antes de la ceremonia. Que fue muy sencilla y emocionante, oficiada por un cura mejicano, el padre Cenobio, de enorme carisma y gran amigo de Raphael.

Y la cena, espectacular, fue servida en el maravilloso hotel Danieli Royal, colgado sobre el canal y con una terraza para ver Venecia desde el mismo cielo.

Yo me pasé un pelín con las copas, como mandaban los cánones tras la azarosa aventura, y sobre todo por ver feliz a esa pareja que luchó por su felicidad contra viento y marea. Yo era de los que creían que saldría bien ese matrimonio porque tras tantos años de sana amistad, sabía de la enorme generosidad de Raphael con sus compromisos vitales.

Ahí queda esta crónica contada a destiempo, aunque para escribir sobre las bonanzas del amor y la amistad nunca es tarde.

Y como colofón, una curiosa anécdota. Cuando acabó la ceremonia, salgo a la calle y oigo un grito a pleno pulmón. Alguien me llamaba a voces: "Habanero, habanero…" que es mi mote familiar en Luanco. Se trataba de un buen amigo del pueblo… en Venecia. Se llamaba Jesús y era un gran cocinero. Estaba de paso en la ciudad porque trabajaba de chef en un gran transatlántico que hacía escala allí durante unos días. Jesús pasó por la iglesia y al ver a tanta gente entró a la boda. Se convirtió así en el invitado inesperado.

Una memorable despedida de soltero

Raphael abraza a Nacho Artime en su despedida de soltero.

Raphael abraza a Nacho Artime en su despedida de soltero.

La entrañable foto que acompaña estas letras tiene también 50 años, como la boda. Unos días antes de irnos a Venecia, Raphael organizó una inolvidable despedida de soltero rodeado de sus amigos, al tiempo que en otro lugar, Natalia hacía lo propio con sus íntimas.

Cena y copas aparte, El Niño fue de mesa en mesa con regalos y recuerdos. Se trataba de un auténtico adiós a los tiempos de soltería, que pasarían a mejor vida. Había fotos individuales para la posteridad, un bonito regalo, y lo mas importante: una tarjeta escrita a mano con texto personal según la circunstancia. Un detalle realmente conmovedor.

Ese día recordamos cómo nos conocimos. Él tenía 16 años y yo tres más. Él acababa de ganar Benidorm, y Gijón fue su estreno profesional como cantante. Yo empezaba mi carrera y aprendizaje en este diario y a él le hice mi primera entrevista. No sabía yo mucho de nada, pero también fue la primera entrevista publicada en un diario del nuevo cantante. Y eso no lo ha olvidado nunca. Hace unas semanas, en el concierto triunfal de Avilés, recordó aquel debut asturiano que marcó para siempre su vida y su carrera.

Al ver esa primera actuación de su vida, yo presentí –sin estar aún muy seguro– que había pasado algo en el Club Náutico de Gijón. Había nacido una estrella. Lo que nadie podía predecir es que esa estrella llegara a serlo durante toda una vida en una carrera única en el mundo del show business a nivel mundial.

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