La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Estrena el sábado en Oviedo «Amalgama», con el mecenazgo de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson Daniel Canogar Artista

"Estoy enganchado a la sorpresa del algoritmo, sería muy difícil volver al bucle"

"De esta época hiperdocumentada se conservará poco, en el futuro la contemplaremos como una Edad Media digital oscura con amnesia"

Daniel Canogar

Daniel Canogar (Madrid, 1964) es uno de los artistas visuales nacionales contemporáneos de mayor proyección internacional. Este sábado, en la décima edición de la Noche Blanca de Oviedo, presenta "Amalgama", una pieza que se proyectará a partir de las 21.00 horas en la fachada del teatro Campoamor y que cuenta con el mecenazgo de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson.

–¿Esta "Amalgama" es la misma que presentó en el museo Phillips de Washington y en el Prado?

–No. Esta digamos que es la clásica, la que concebí originalmente. Esas otras se hicieron con la colección de esos museos, pero aquí se parte de una búsqueda en Google. Una noche, probando cosas divertidas, me pregunté qué me contestaría el algoritmo si le preguntara por los mejores artistas de todos los tiempos. Curiosamente, Google lo tenía todo preparado, por categorías, con diez artistas cada una, y abarcaba hasta el arte conceptual. Me hizo pensar mucho en cómo el algoritmo, rectificado por miles de miles de personas que buscan temas relacionados con el arte, forma este canon. No es el de los expertos, o los historiadores, que también se va modificando, en especial por las quejas que vemos de por qué no hay más mujeres artistas o más africanos... Ahora estamos en un momento de revisión, y habría que añadir un nuevo filtro, que es el del algoritmo, casi una votación popular de quién es quién en el arte.

–Y de ahí parte la obra.

–Sí, con esos resultados formé una biblioteca con 500 artistas y diez obras por artista, las mejores. Son 5.000 imágenes. Luego está el otro algoritmo, el nuestro, que es el de la distorsión. Nuestra programación ofrece una licuación de la historia del arte que cae en catarata delante de nuestros ojos, son obras que han perdido su lienzo, su bastidor, la metáfora de la obra de arte en las redes, que es donde se ve más arte, no en las galerías. Pero al verlo ahí ¿qué se pierde? La materialidad específica de cada obra. Y de ahí que en nuestra proyección esas obras, seleccionadas aleatoriamente, se derritan, pierdan sus contornos físicos y caigan en cascada.

–Pero ese algoritmo se deja atrapar con dificultad, ¿no? Supongo que los artistas querrán estar ahí pero el algoritmo juega al gato y al ratón, y cambia, además, para cada usuario.

–Porque también afecta el algoritmo de aprendizaje. Conoce tus gustos y va enganchando tu historial. Pero eso de un canon de la historia del arte ad hoc para cada personas es también muy significativo de lo que vivimos, de la atomización, la pérdida de lo colectivo, la postverdad… De todas formas, en ese canon algorítmico de Google salen también sorpresas, obras que posiblemente no hubieran estado en los libros de historia de arte del pasado, cosas más populares que se han colado.

–¿No es reduccionista el algoritmo?

–Habría que hacer unas estadísticas, pero mi sensación es que el canon se amplía, que hay obras que no hubieran estado de otra forma.

–"Amalgama" es reflexión pero también propuesta estética.

–Claro, está el placer de ver "Amalgama", ver cómo se derriten esas pinturas y vuelven a su estado primordial. Porque toda pintura empezó como material húmedo en la paleta del pintor. Y en ese estado primordial también se aprecia una evolución cromática: el paso de los ocres del Renacimiento a los bermellones y ultramarinos de épocas posteriores. Y qué decir de los colores neón del arte pop.

–Proyectado en el Campoamor.

–Es una forma de darle una nueva materialidad, de sacarlo de lo digital. Pasamos demasiado tiempo delante de las pantallas y por eso mi obra reciente se sale del espacio virtual para ver cómo lo digital dialoga con nuestro espacio real. Las obras no solo salen del ordenador, sino que abrazan el espacio urbano de una forma importante.

–Son unas obras que, por otra parte, están hiperdocumentadas por ese enjambre de móviles que pasa diariamente delante de ellas en los museos.

–Pero más que un acto de documentación, cuando ese usuario medio saca el móvil delante de la Mona Lisa o las Meninas es una forma de decir a sus seguidores "yo he estado ahí". Es una evidencia de su vida, de que han estado en el Reina o en el Prado. La paradoja es que en este momento histórico en el que parece que tenemos más capacidad que nunca para documentar nuestras vidas y aconteceres, toda esa documentación no permanece. No se hacen copias duras, se quedan en nuestros teléfonos que se vuelven obsoletos, y no tenemos capacidad de almacenarlas ni de pensar cómo se podrán leer en el futuro. Y en el futuro, de esta época hiperdocumentada será de la que menos documentación haya. Quizá entonces lo contemplemos como una amnesia digital, como una Edad Media digital oscura de la aparecerá poca documentación en forma de basura.

–¿Ha probado los nuevos lenguajes de inteligencia artificial de creación de imágenes? ¿Qué le parecen?

–Son fascinantes y, por otro lado, me hacen cuestionar la relevancia del artista en el futuro. Pensábamos que el creador, a diferencia del taxista, del de la tienda, de la hostelería, se había librado de estas interrogaciones del futuro, y ahora nos encontramos ante esta nueva realidad de creación por máquinas. A mí me interesa, y prefiero no esconder mi cabeza como una avestruz y toquetear esas tecnologías, flirtear con la inteligencia artificial. Toda mi obra reciente está hecha con algoritmos, y en ese baile me cuestiono también de quién es la obra, si mía, de mi programador o del algoritmo. Pero no hay que olvidar que esos algoritmos que crean imágenes fascinantes han sido programados por un ser humano, con enorme esfuerzo, por muchas personas picando código. Sigue siendo una creación.

–Aunque si se generan redes neuronales, el resultado acaba escapando a la intención del creador.

–Puedo hablar de mi experiencia. "Wayward" es una obra mía que se expone ahora en Max Estrella. Crea obras de arte con las fotos de las noticias del día. Tiene 600 reglas que pueden combinarse de 7 millones de formas posibles. Quizá es lo más complejo que haya hecho nunca. Y aunque yo no conozca todas las posibilidades, el público lo ve como algo aleatorio. En todo caso, estas obras generativas tienen más de performances que las obras clásicas, incluso que un vídeo. "Amalgama" es también generativo, y cada vez combina de forma distinta las obras. Esto también es la magia de la obra generativa: yo estoy enganchado a las sorpresas de la obra de arte algorítmica, me resultaría muy difícil volver al bucle.

–Respecto a quién es el creador, es una cuestión vieja que acaba de ser juzgada en los tribunales, con Cattelan y su escultor. Y ganó el artista.

–Y yo trabajo en equipo y hay una huella mía inevitable, pero también elementos colaborativos muy importantes. De hecho, mi estudio ya no es Daniel Canogar, ahora es Studio Daniel Canogar. Somos muchos dejando nuestra huella colectiva. Y esta obra, "Amalgama", está creada por otras obras. Es un detalle importante, porque en un mundo en que parece que todo ya está hecho, mi salida creativa es rendirme a la originalidad artística y convertirme en un pensador. Hacer una obra de arte sobre los excesos.

Compartir el artículo

stats