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Adolfo García Martínez Antropólogo, premio «Engüelgu» de la Asociación del Hórreo Asturiano

"Un patrimonio que solo se conserva, como el hórreo, resulta una carga insoportable"

"Estas construcciones son una seña de identidad de la división de roles campesinos: eran el territorio del ama y solo ella tenía la llave"

Adolfo García, en su domicilio de Oviedo. | Irma Collín E. LAGAR

El antropólogo Adolfo García Martínez (Fresnedo, 1948) y su «excepcional contribución al estudio de la etnología asturiana» fueron distinguidos ayer en Carreño con el premio «Engüelgu», que concede la Asociación del Hórreo Asturiano.

–¿Qué relación ha tenido durante su vida con los hórreos?

–En mi casa, donde yo nací, en un pueblecito de Tineo que se llama Fresnedo, teníamos hórreo como lo tenían todas las casas asturianas, al menos en las zonas en que se sembraba maíz. Y después me unió a esta construcción los 50 años que llevo estudiando el tema de la Asturias rural y sobre todo, de la casa rural. Y en la casa rural es elemento imprescindible.

–¿Qué merece la pena seguir destacando del hórreo asturiano?

–Lo que quizá se pueda seguir remarcando es que la casa campesina tradicional era lo que yo denomino una unidad de producción y de consumo que tendía a ser autosuficiente, y la base económica prácticamente giraba en torno a unas cuantas cosechas anuales. Pues todas estas cosechas, y también la matanza, terminaban en el hórreo como el lugar donde se almacenaban este tipo de productos que se iban consumiendo durante el año. El ama de casa prácticamente iba todos los días al hórreo a buscar los productos para elaborar la comida. Cogía patatas, cogía pan, cogía carne de la matanza, cebollas, ajos o lo que fuera. Por lo cual, hablamos de un espacio que jugaba un papel tremendamente importante en la casa campesina tradicional.

–¿Y ahora?

–Con el cambio de la casa campesina al hórreo prácticamente no le queda ninguna función. Por consiguiente, esto plantea graves problemas.

–Hay todo un debate, que parece eterno, sobre cómo afrontar la reutilización de los hórreos y en qué términos.

–La reutilización con fines de adaptación a las nuevas circunstancias despierta muchas reacciones contradictorias. Para unos, los nuevos usos aplicados a viejas estructuras pueden parecer un sacrilegio; para otros, en cambio, la reutilización a través de la alteración es una forma útil e interesante. Lo que yo digo es que sin una reutilización que se encamine a la adaptación, la mayoría del patrimonio, y entre ellos el hórreo, perecerá. Las cosas que se adaptan cada vez peor a sus usos iniciales con frecuencia acaban extinguiéndose. Lo que nuestros antepasados nos han dejado merece respeto, pero un patrimonio que tan solo se conserva se convierte en una carga insoportable.

–¿Algún uso de los actuales posibles le gustaría más que otro?

–Lo principal es pensar en conservar el hórreo como un documento histórico que es, por su valor arquitectónico, etnográfico y sobre todo porque analizando la estructura y la forma del hórreo penetramos en el seno de lo que sería nuestra sociedad tradicional. Analizando el el hórreo descubrimos cuál era la forma de vida de aquellos campesinos y cómo organizaban el paisaje, como distribuían los recursos, incluso descubrimos los roles por sexo. Porque era un lugar casi exclusivamente femenino.

–Ahonde en esa seña de identidad del hórreo como división de roles.

–En la casa tradicional campesina solía haber dos mujeres con dos funciones importantes. Una era la mujer joven, que era la que daba vida biológica, y la otra era el ama, que se encargaba de la administración de los recursos alimenticios, de la mesa diaria y de conservar el patrimonio social. El hórreo era una seña de identidad también de esa división de roles. Porque era el territorio del ama. Era ella la que prácticamente accedía en exclusiva y era la que tenía la llave del hórreo. La llevaba constantemente consigo, por algo era la persona en la que recaía la responsabilidad de administrar. El ama tenía que hacer verdaderos cálculos para que esos recursos, el pan, la carne, la patata, llegase de una cosecha a otra. Ese papel le daba un prestigio tremendo. De hecho el mundo campesino asturiano se viene abajo cuando la mujer sale del campo. Así que no tenían papeles tan secundarios como se cree, sino papeles de mucha responsabilidad.

–¿Por qué ser tan puristas con los usos del hórreo si siempre fue un poco de todo: granero, dormitorio, leñera... ?

–Sí. En muchas zonas de Asturias debajo del hórreo había otras piezas. Solía haber una habitación, que era lo que llamaban ‘el cuartu baxo’l horro’, y más abajo solía haber una pequeña cuadra, y también había un lugar donde se secaba leña, y un almacén de trastos e incluso un taller de madreñero. Y dentro del hórreo también se solía utilizar como dormitorio. Hay que darse cuenta de que las casas eran pequeñas y las familias eran muy grandes. Pero bueno, el hórreo no es un lugar especialmente cómodo para dormir porque en invierno es muy frío. De hecho, algún neorural que se empeñó en comprar un hórreo y llevarlo a la finquita suya para convertirlo en habitación, se dio cuenta enseguida que eso no funcionaba. 

–Hay miles de hórreos en Asturias, pero el patrimonio se está cayendo a ojos vista.

–Cierto. Hay tantísimos, pero de año en año van deteriorándose. Como se fueron deteriorando los molinos, las ferrerías, hasta las capillas que también están cayendo. Es decir, un patrimonio que tan solo se conserva a base de subvenciones se convierte en algo insoportable. Es una construcción muy bonita, muy bien adaptada a lo que fueron en su día las funciones principales, pero hay que mantenerla y no es fácil. Porque una gotera en un hórreo termina con él.

–¿Tan difícil es la conservación?

–Sí, porque apenas quedan vecinos en los pueblos. Realmente este es un tema muy complicado y probablemente haya que resignarse diciendo que los hórreos tienen que morir de muerte natural. No le veo una utilización demasiado práctica y conservarlos por su valor arquitectónico, artístico, histórico, está muy bien y yo claro que apoyo esa dimensión. Pero va a ser difícil. Ya le insisto en que a golpe de talonario no se puede conservar tanto patrimonio.

–Algo se ha hecho muy mal.

–Sí, esta región entendió mal el progreso. Todas aquellas sociedades que han extirpado sus raíces, no han llegado muy lejos.

Los premiados y miembros de la Asociación.

Artesanos, defensores y expertos, convocados en Carreño

La Asociación del Hórreo Asturiano entregó ayer sus premios anuales que, además de distinguir a Adolfo García, también hicieron lo propio con el artesano de Grandas de Salime José Manuel Trabadelo Casariego (a propuesta de Ángela Ferreira) todo un maestro en el arte de cubrir con paja de centeno los hórreos de su zona. Arriba, por la izquierda, Joaco López –jurado–, Adolfo García, Ángela Ferreira, Elena Trabadelo, Víctor Manuel Súarez –presidente de la asociación–, Francisco Fernández Silió –presidente de la Asociación del Hórreo cántabro–, Amelia Fernández –alcaldesa de Carreño– y Agustín Pernía. 

Premiados con jurado y autoridades.

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