Los «dragones del fango» asturiano se convierten en colección en el Museo Nacional de Ciencias Naturales

El centro recibe una donación de 44 kinorrincos, un grupo animal casi desconocido que vive entre los granos de arena, con ejemplares recolectados en la costa regional

De pie, por la derecha, Fernando Pardos, catedrático de la UCM y fundador del grupo de investigación del laboratorio de Meiofauna de la Complutense; Diego Cepeda, investigador posdoctoral, y Nuria Sánchez, profesora ayudante de la Complutense; sentado, Alberto González Casarrubios, investigador  predoctoral.

De pie, por la derecha, Fernando Pardos, catedrático de la UCM y fundador del grupo de investigación del laboratorio de Meiofauna de la Complutense; Diego Cepeda, investigador posdoctoral, y Nuria Sánchez, profesora ayudante de la Complutense; sentado, Alberto González Casarrubios, investigador predoctoral. / A. Rubiera

A. Rubiera

A. Rubiera

La Colección de Invertebrados del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC de Madrid acaba de enriquecerse con una donación de dragones. En concreto, de «dragones del fango», como se conoce a los kinorrincos, un grupo animal muy poco conocido que hasta ahora carecía de representación en el museo y del que van a tener 44 muestras de 25 especies distintas. Y algunos son «dragones de fango» asturianos ya que fueron extraídos de arenas de la costa astur.

El donante de estos animales microscópicos que viven entre los granos de arena de los sedimentos marinos es Alberto González Casarrubios, investigador predoctoral y miembro del grupo del Laboratorio de Meiofauna del departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución de la Universidad Complutense. Uno de los poquísimos equipos en el mundo que han puesto su foco de interés en estos invertebrados y que está liderado por Fernando Pardos Martínez, el gran especialista español y uno de los más reconocidos a escala mundial.

Cuenta González Casarrubios que «en la península Ibérica se descubrieron las dos primeras especies de estos animales microscópicos en 1998, en Santoña; desde entonces, se conocen 36 especies en el área peninsular, varias de ellas nuevas para la ciencia y descritas por nuestro laboratorio». Los investigadores saben que en Asturias hay al menos 14 especies de estos animales «repartidos desde la zona intermareal hasta los 450 metros de profundidad, aproximadamente», relata el investigador.

Las primeras muestras de aguas asturianas las tomaron los científicos del Instituto Español de Oceanografía en 1990 «y permitieron la descripción de tres especies del mar Cantábrico. Más tarde, en 2021, nuestro equipo volvió a Asturias, más concretamente a Lastres y a Cudillero, para muestrear la zona intermareal», añade González Casarrubios. Y sumaron hallazgos.

Dos ejemplares de Asturias donados al Museo de Ciencias Naturales: el de la izquierda es de la campaña de 1990 y el nombre de la especie es «Centroderes spinosus»; el ejemplar de la derecha es de la campaña de 2021 y el nombre de la especie es «Echinoderes worthingii». | Alberto González Casarrubios

Dos ejemplares de Asturias donados al Museo de Ciencias Naturales: el de la izquierda es de la campaña de 1990 y el nombre de la especie es «Centroderes spinosus»; el ejemplar de la derecha es de la campaña de 2021 y el nombre de la especie es «Echinoderes worthingii». | Alberto González Casarrubios / A. Rubiera

Los kinorrincos son un filo de invertebrados marinos de tamaño minúsculo (0,2 a 1 mm) que, hasta donde se sabe, habitan en ambientes con sedimentos blandos de todo el mundo. Y que son capaces de moverse gracias a la acción de unas espinas especiales que tienen en la parte anterior del cuerpo. Dice el experto que «es siempre difícil calcular la importancia o el interés que tiene una determinada especie en un ecosistema, especialmente en animales tan pequeños como estos». Sin embargo, sí está claro «que forman parte de lo que se denomina la meiofauna, el grupo de seres vivos que habitan en los fondos marinos y están comprendidos entre 1 mm y 63 micrómetros de longitud. Y se sabe que la meiofauna aumenta la resiliencia de los ecosistemas y se encuentra en la base de las cadenas tróficas marinas». Por no hablar de que también «es necesaria para monitorizar los ecosistemas acuáticos que se quieran conservar, y es un biomarcador que nos permite hacer un seguimiento del cambio en los ecosistemas marinos de todo el mundo», cuenta el experto.

Para el museo madrileño estos organismos minúsculos también tienen su valor ya que enriquecen las colecciones de historia natural «con un grupo del que no había representación», sostiene el conservador Javier Sánchez Almazán. Y también les distingue. Porque hay pocos museos en el mundo que tengan ejemplares de estos «dragones del fango» en sus colecciones y ahora el de Madrid tendrá un objetivo en mente: «Formar una colección de referencia de este interesante grupo de invertebrados, prácticamente desconocidos para el público y también para la mayoría de los biólogos».

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