El deseo de una joven ovetense para esta Navidad: "Disfrutar sin culpa de un trozo de turrón"

María Filgueira , en lucha contra la anorexia desde hace cuatro años, cuenta el estrés que pueden suponer unas fiestas donde se sociabiliza en la mesa

María Filgueira: "Las personas con trastornos alimenticios no queremos compasión,  queremos comprensión"

Para ver este vídeo suscríbete a La Nueva España o inicia sesión si ya eres suscriptor

Suscríbete

¿Ya eres premium? Inicia tu sesión aquí

VÍDEO: Amor Domínguez/ FOTO: Irma Collín

A. Rubiera

A. Rubiera

–María, ¿tu deseo de esta Navidad será llegar a comer un trozo de turrón de chocolate?

–No, no. Ahora puedo comerlo. Mi deseo y mi éxito será disfrutarlo sin culpa.

A María los monstruos de su cabeza aún la acechan. María Filgueira González, 20 años, nacida en Oviedo, es una de las muchas jóvenes que lucha a diario contra la anorexia nerviosa. Síntoma en su caso –y en muchos– de una depresión profunda con ansiedad severa y trastorno de personalidad. Una anorexia que en Navidad es, si acaso, más infierno que nunca.

María está en un momento de su vida en que ya "no niego la enfermedad", ni la esconde. Tampoco juega con la comida hasta desesperar a su familia, ni hace deporte "compulsiva y obsesivamente". Ni exprime sus dotes de actriz para engañar y engañarse sobre cuánto ha comido ese día. Pero de ahí a sentir que está recuperada media un abismo. "Sigo luchando", dice esta joven estudiante de Lengua Española y sus Literaturas en la Universidad de Oviedo que acaba de escribir un libro: "Cuando tenía 16 años y todo explotó".

Es su testimonio en primera persona de la enfermedad. De cómo llegó a su vida y a la de su familia. De cómo truncó –al menos, por ahora– su sueño infantil de dedicarse a la interpretación. "Lo cuento todo a través de diferentes emociones que están muy presentes en mi vida desde que a los 16 años enfermé de anorexia nerviosa y todo cambió", apunta. Y es así como el libro, que era su diario personal, se ha convertido en un instrumento para "exponer mis trastornos y lo que está dentro de mi cabeza".

No ha asimilado todavía que "la gente va a leer mis pensamientos y todos mis miedos", pero más fuerte que esos temores ha sido su interés por "ayudar a otros que quizá estén pasando por lo mismo y siguen engañándose. He querido recalcar que, aunque no lo parezca, ante estos problemas nunca estamos solos y siempre hay una posible salida. Tenemos derecho a conseguir la vida que merecemos", y que no es la que les da la anorexia nerviosa.

El estrés de las fiestas

En Navidades todo se complica un poco más. Toda la lucha de María Filgueira se convierte en "más terriblemente estresante aún, porque son fechas de socializar comiendo y sientes que te están observando; también te observas tú a tí misma más que nunca. Y quieres demostrar que estás bien, pero a la vez tampoco quieres claudicar y comer ese trozo de turrón que tienes delante. Sin duda estas fechas son periodos de mucho sufrimiento para las personas con trastornos de la alimentación", describe.

Y lo dice alguien que está en la fase "valiente" de la enfermedad, haciéndole frente con las fuerzas que tiene. "Este trastorno te incapacita literalmente para comer. Si alguien pudiera medir la velocidad de mi mente cuando estoy ante una de esas comidas de Navidad vería que va a cien por hora. En ese momento mi cabeza es una centrifugadora que ve el tenedor, calcula calorías, imagina como evitar comer... Esa es la sensación".

María Filgueira dice que siempre fue una niña "nerviosa, pero con apariencia absolutamente tranquila. Nadie sabe lo que hay por dentro", avisa. Así sigue pareciendo. Lo que hay por dentro es un mar de "miedos, de angustias y una tremenda sensibilidad. Fui siempre de sufrir mucho por problemas que no me correspondían por edad". Nunca tuvo sobrepeso. Nunca se permitió bajar del sobresaliente. Crecía ella y crecía su autoexigencia. Y empezó entonces, con 12 o 13 años, a tener miedos "sobre mi cuerpo".

"Con 15 años todo se descontroló mentalmente", sigue. El detonante fue la muerte de su abuelo, el primer fallecimiento de alguien tan cercano a ella. Al dolor del luto se le sumó una angustia que fue incapaz de manejar. La deriva que tomó el testamento de su abuelo "destruyó a la familia de mi padre" y María sumó a la pena que sentía otra emoción: la rabia. Se distanció de muchas personas importantes de su familia y siguió acumulando angustia. Para entonces "yo ya no tenía una relación sana con la comida", había empezado a hacer deporte en exceso, a limitar alimentos de su dieta, y todos los problemas que la rodeaban los canalizaba en más tensión en la mesa.

María iba menguando

Inevitablemente María iba menguando. Sus poco más de 50 kilos empezaban a caer sin remisión. Se fue a hacer el Camino de Santiago con sus compañeros de colegio y entre la exigencia de la ruta y su inanición, la cara de su padre cuando se bajó el autobús y la vio más delgada y exhausta que nunca "no se me olvidará nunca". Ahí el piloto rojo del peligro de sus padres se activa de forma inmediata.

Llegaban las vacaciones familiares y con su hermano menor y sus padres María se va a la casa familiar de Galicia. "El primer desayuno de ese verano en familia tampoco lo olvidaré nunca. Yo había puesto sobre la mesa una rajita, fina como el papel, de bizcocho y un café en una mini taza. Mi padre me preguntó que qué era aquello. Y yo dije, un poco retadora: ‘es lo que desayuno ahora’".

Pese a su habilidad para mentir y para hacer que come sin comer, la batalla está servida. Recuerda de aquel verano las "guerras por el yogur" que mantenía con sus padres. La ansiedad empieza a hacer presencia de forma constante en un crecimiento inversamente proporcional a los alimentos que ingiere. Está metida de lleno en un mundo de restricciones: "primero quitas el pan, luego la merienda; ahora prescindo del postre... y cuando te das cuenta han pasado seis meses de esa dinámica y ya lo has quitado todo", recuerda.

María estaba "en caída libre" y ni la terapia que ya había iniciado era capaz de frenar ese desplome. Así que tuvo que ingresar en le hospital, en el HUCA, donde "gracias a dios hay una planta de trastornos de la alimentación. Eso es una bendición que ojalá hubiera en muchos sitios de España". En un mes comió solo lo mínimo indispensable para que le dieran el alta y desde entonces está en la lucha. Con altibajos. Una primera recuperación acabó siendo un espejismo, aunque no lo parecía. Sus padres y ella misma confiaron en su mejoría tanto como para dejarla emprender un formación como actriz en Estados Unidos. Volvió antes de lo previsto con depresión agudizada y también su trastorno de anorexia.

Fue entonces, en el verano del pasado año, cuando decidió ser muy sincera con lo que le pasaba. Y empezó a escribir sobre ello. Nacía así "Cuando tenía 16 años y todo explotó". Ahora María Filgueira está a unos días de cumplir 21 años, estudia una nueva carrera y a ojos de muchos es más valiente de lo que imagina. Tan valiente que lucha todos los días contra sus demonios. Y quiere enseñar a otros cómo empezar a hacerlo "porque en este trastorno, la soledad mata".

Suscríbete para seguir leyendo