Crítica / Ópera

Apuesta segura

Notable cierre de la temporada de ópera con "Ernani" de Verdi

Cosme Marina

Cosme Marina

Un par décadas largas hacía que no se representaba en Oviedo la ópera "Ernani" de Giuseppe Verdi. No es uno de sus títulos más populares en los últimos años, siendo su presencia más asidua décadas atrás, especialmente en los sesenta y setenta del pasado siglo. Dos aspectos clave la convierten en una ópera "difícil", desde el punto de vista de obtener un gran resultado artístico: el primero que su puesta en escena es complicada por la propia irregularidad dramatúrgica del libreto de Franco Maria Piave, basado en el "Hernani" de Victor Hugo; y el segundo por la necesidad de contar con solistas de primer nivel para solventar las dificultades de una partitura muy exigente. De ahí, que se deba agradecer doblemente el esfuerzo de programar este Verdi de juventud en el que el riesgo es máximo. Es una gran oportunidad para disfrutar de la infinita veta melódica del compositor italiano en una obra en la empieza a configurar un estilo que eclosionará plenamente en sus siguientes creaciones.

Entre lo más relevante del estreno, desde el punto de vista de la capacidad creativa, hay que consignar el trabajo desde el foso de Daniele Callegari. Estamos ante un director que conoce a fondo las particularidades del canto verdiano, sabe qué puede pedir a un reparto sin por ello descuidar un discurso musical siempre impecablemente perfilado, sugerente en la búsqueda del color orquestal preciso, con el empleo de tempi muy ágiles, incluso trepidantes en algunos pasajes, y, además, con la precisión necesaria en la concertación foso-escena. En su nueva visita a Oviedo profundizó en una visión de la obra muy coral de la que fluyó la partitura con convicción y la mayor eficacia, cubriendo algunas carencias del reparto y potenciando las luces. De hecho, consiguió de Oviedo Filarmonía y del Coro Intermezzo las mejores prestaciones de toda la temporada y es este resultado una perfecta demostración de la necesidad de contar con maestros musicales que afronten cada proyecto con la garantía que el maestro Callegari ha demostrado en este nuevo empeño.

Un poco atrás se quedó la resolución escénica de la obra, sobre todo por lo endeble de una escenografía casi de miniatura. Se optó por un enfoque tradicional que, aquí, más que pertinente diría que es necesario dadas las características del libreto de Piave en lo que es la primera incursión verdiana en las temáticas de ambientación española y que, posteriormente, cultivaría con profusión. Es, por lo tanto, un acierto esa línea de trabajo. Pero tradicional no debiera ser sinónimo de antiguo o directamente deudor de una estética kitsch. La producción procede de la Opéra Royal de Wallonie. No es la que hace pocos años dirigió Jean-Louis Grinda, con lo cual entiendo que esta producción que aquí firma Giorgia Guerra tiene que ser anterior, quizá unos decorados ya descatalogados en el teatro del Lieja a los que la propia directora ha dado nueva vida. El reciclaje de material escenográfico es esencial, supone una optimización de recursos, siempre y cuando el punto de partida sea de calidad, algo que no es el caso que nos ocupa. Es una pena porque la escenografía acabó lastrando el buen hacer escénico de Guerra, le resta entidad. Desde una óptica tradicional la directora de escena construyó un buen discurso dramatúrgico. Siempre empleando soluciones convencionales, logró pasajes muy hermosos como el del acto tercero en Aquisgrán, con un tenebrismo dramático que aportaron la atmósfera de gravedad apropiada. Correctos el vestuario de Fernand Ruiz y la iluminación de Sylvain Geerts que infundieron algo de vida a los arcos y columnatas pseudohistoricistas.

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Marigona Qerkezi y Juan Jesús Rodríguez, en la representación de «Ernani». / Cosme Marina

Uno de los principales problemas que nos encontramos, en demasiadas ocasiones, en lo que al canto verdiano se refiere, es la tendencia al efectismo, a la búsqueda de un volumen sin control, que sacrifica los aspectos más líricos por fiarlo todo a la opulencia vocal. Es una opción, quizá no la más idónea, pero ya forma parte de la tradición y al público siempre le convence. Uno de los grandes triunfadores de la velada fue el barítono Juan Jesús Rodríguez como Don Carlo. Es una de las voces españolas de mayor importancia en la actualidad y, sin duda, de las de más acrisolado perfil verdiano: por timbre, color y capacidad para encarnar la nobleza de cada rol con una emisión siempre cuidada, en la que destaca, además, una interpretación firme y ponderada. Aquí cumplió con todo lo expuesto con creces. También relevante éxito obtuvo el Ernani de Alejandro Roy. Haciendo gala de su gran potencia de emisión, interpretó un personaje apasionado y volcánico, recio y de notable fiereza expresiva. Muy adecuado Gianfranco Montresor como un Silva maduro, de notable solvencia. Quizá el único lunar en su intervención fuese su registro grave un tanto ajustado. Y completando a los protagonistas, gratísima la sorpresa de Marigona Qerkezi en su presentación en Oviedo como Elvira. Estamos ante una soprano muy joven y con amplia carrera por delante. Su material de partida es imponente: amplia tesitura, coloratura bien resuelta y un registro agudo de impacto. Si desarrolla las aristas vocales más líricas, tiene perfil para convertirse en una verdiana con mucho que ofrecer en los próximos años. Con su habitual seguridad cumplió María José Suárez como Giovanna, también Josep Fadó como Don Riccardo y Jeroboám Tejera en el rol de Jago.

"Ernani" cierra, con buen sabor de boca, un nuevo ciclo de ópera en el Campoamor. La próxima temporada se abrirá con "Manon" y le seguirán dos programas dobles: "Il tabarro" y "Gianni Schicchi" y "Goyescas" y "El retablo de Maese Pedro", además de "La traviata" y "Lohengrin".

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