El poeta español Jorge Varela gana el X Premio Internacional de Poesía Jovellanos
"El mejor poema del mundo" es una composición sobre la Inteligencia artificial
E. P.
El poeta pontevedrés Jorge Varela ha ganado el X Premio Internacional de Poesía Jovellanos, 'El Mejor Poema del Mundo, con su composición "Posibilidad de la Inteligencia Artificial".
El jurado ha considerado que la poesía "no es inteligencia artificial, pero tampoco es simplemente natural, es inteligencia cordial. Con esa inteligencia herida, ha escrito el mexicano Jorge Varela una conmovedora reflexión sobre nuestros límites, y la grandeza que pugna dentro de ellos, utilizando el espejo de la maquina humanizada, a la que, en palabras de su autor: “Habría que dotarlas de un ideal, / de la chispa que enciende el deseo de ser más / unido a la clara conciencia de ser menos o nada; hacer que en sus entrañas de silicio / latiera la ensoñación, el delirio / la visión imborrable de un destello de vida / en el ojo amado.”
El poema se editará en un libro junto a los otros finalistas seleccionados por el jurado. Ediciones Nobel dará a conocer en los próximos días la lista definitiva de finalistas en su página web y medios sociales. El premio está dotado con 2.000 euros.
La entrega se realizará en una ceremonia conjunta con el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos en fecha por determinar. En esta edición se han recibido 1.950 candidaturas: 921 de España; 240 de Argentina; 155 de México; 133 de Colombia y 72 de Perú, entre muchos otros países destacados; pero también han llegado composiciones desde Andorra, Estados Unidos, Georgia, Israel, Suiza y Reino Unido, demostrando el impacto universal de esta convocatoria.
El fallo de este Premio es una de las actividades principales de la iniciativa Asturias, Capital Mundial de la Poesía, que busca que Unesco reconozca al Principado con esta distinción y está auspiciado por Ediciones Nobel.
El poema ganador
POSIBILIDAD DE LA IA
Habría que conseguir que esas máquinas
danzaran, tropezaran.
Habría que provocar que una súbita tormenta
las alcanzase de pronto
bajo la gentil protección de un majestuoso roble.
Habría que lograr que habitaran, en una tarde de invierno,
la prematura primavera que sale al paso de los hombres
en los senderos, bajo las augustas hileras de álamos.
Habría que hacer perfectible su tendencia al fracaso,
a la frustración, al odio por uno mismo.
Habría que provocar en ellas
el deseo de no ser lo que son, o el espanto súbito
de ser lo que en realidad ignoran de sí mismas;
hacer que experimentasen la desdicha sin motivo,
el acierto sin pericia, el encuentro sin búsqueda.
Habría que procurar que la calidad de su pensamiento
dependiese de su cercanía a la tierra que las vio nacer.
Habría que dotarlas de un ideal,
de la chispa que enciende el deseo de ser más
unido a la clara conciencia de ser menos o nada;
hacer que en sus entrañas de silicio
latiera la ensoñación, el delirio,
la visión imborrable de un destello de vida
en el ojo amado.
Habría que lograr
que esas tontas cajas de electrodos
soportaran la angustia de estar solas
en un mundo indiferente al dolor.
Y en esa lucidez
hacer nacer de su interior
el orgullo de ser inexplicables.
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