Jorge «Koki» Varela, artista poliédrico nacido en Tuy (Pontevedra) en 1979 y residente desde hace diez años en la Ciudad de México, tardó en saber que era el ganador del premio X premio de poesía «Jovellanos» («El mejor poema del mundo») con su «Posibilidad de la Inteligencia Artificial». De madrugada atendió a LA NUEVA ESPAÑA para reconocer que «no solo no tenía esperanza de ganar, sino que me había olvidado completamente de que había enviado el poema. Por eso, la sorpresa fue mayúscula. Después de recibir muchas negativas uno se acostumbra a lanzar el anzuelo y olvidarlo bajo el agua».
¿Por qué México? «Mi esposa, Natalia Plascencia, es mexicana, es por ella por quien decidí venir. Vinimos a probar suerte, y lo que pensábamos sería una estancia de dos o tres años se prolongó a diez».
Inteligencia Artificial. «Me pareció que tocaba un tema de interés general, y que el poema no estaba del todo mal. Además el debate en torno a la IA me interesa especialmente».
Asturias. «Una tierra de gran belleza, a la que espero volver pronto. La vida destella allí de un modo similar a cómo lo hace en mi tierra, Galicia, por lo que la considero un pueblo hermano. Espero poder corresponder de algún momento al honor que ahora me concede».
Escribir poesía. «Uno escribe poemas sin saber muy bien por qué; la poesía se presenta como una imposición y uno debe acatar el mandato. A mí esto me sucede desde pequeño, quién sabe por qué. Claro que este arrebato no es suficiente y el poeta debe además depurar su oficio y, creo yo, vincular ese impulso a ideas que merezca la pena transmitir. Digo esto porque en ningún caso debe escribirse un poema pensando en los concursos, a pesar de lo cual uno puede, de vez en cuando, probar suerte con un poema que se escribió de la manera más desinteresada. Si tienes suerte y sueña la campana, es un motivo de celebración, como es mi caso ahora; si no, pues a seguir escribiendo».
¿La IA, poeta? «No lo creo. Por supuesto que la IA escribirá algún día poemas, del mismo modo que ya compone música o crea imágenes supuestamente artísticas; pero no podrá crear belleza si no una imitación de la misma, puesto que la belleza, como la poesía, es en gran medida un misterio, y a una máquina se le puede informar de todo menos de lo que no nos es revelado. No todo es cuantificable, no todo es información, no sabemos porque un buen día nace un poeta. La obsesión por crear máquinas que cumplan con tareas tan poco prácticas como la poesía o la música es el resultado de la autodesconfianza. No creyendo ya en nosotros, creamos replicas para que encarnen las virtudes de las que ya no nos creemos merecedores. Es socavar la dignidad humana, algo muy en boga en nuestros tiempos».