Sequía

La cuenca mediterránea enfrenta una sequía histórica que apunta al fin de la abundancia

La cuenca mediterránea enfrenta una sequía histórica que no es meteorológica, sino hídrica, consecuencia del calentamiento global

El embalse de Darnius Boadella y el río Muga bajo los efectos de la sequía.

El embalse de Darnius Boadella y el río Muga bajo los efectos de la sequía. / DAVID APARICIO

Heriberto Araújo

Para llegar hasta las seis hectáreas de huerta del empresario y agricultor Olivier François Chantry hay que transitar algunos kilómetros por serpenteantes carreteras de un solo carril que cortan el Parque Agrario del Baix Llobregat, una zona restringida al paso de vehículos desde donde se otea el aeropuerto de Barcelona. Con una extensión de casi 3.500 hectáreas, el Parc Agrari es la huerta que abastece de verduras y hortalizas frescas al área metropolitana . Regado por una red de canales y por el cauce del río Llobregat, el Parc es un reducto de naturaleza que impone límites a la proliferante aglomeración inmobiliaria. “Si desapareciera este pulmón verde para construir pisos —explica Chantry mientras sus robustas manos agarran una horca— la temperatura media en Barcelona aumentaría tres o cuatro grados”.

A finales de marzo, el sol azota la tierra arrendada por Chantry como si fuera verano. En las huertas, donde algunos labradores ya trabajan en manga corta, se cultivan productos de temporada como coles, apios y la emblemática alcachofa del Prat. Aquí, como en buena parte del litoral español y de extensas regiones del sur de Francia y el noroeste de Italia, la sequía se ha convertido en los últimos años en un quebradero de cabeza cotidiano que no da tregua ni en invierno . Es un mal crónico, y por eso Chantry, un francés que se instaló en el Parc Agrari en 2012 para practicar la agricultura ecológica, riega sus huertas de lechugas por goteo y evita arar la tierra para dotarla de estructura y resiliencia.

“Esta sequía es muy fuerte”, dice, convencido de que las escasas precipitaciones y las temperaturas anómalamente altas son el rostro más evidente del calentamiento global en el Mediterráneo, una de las zonas más castigadas de Europa por los eventos climáticos extremos.

A Chantry le preocupa ahora lo que puede estar por venir: un nuevo verano de canícula récord y ausencia de lluvias que tensionaría aún más el déficit entre demanda y reservas. Esta preocupación se extiende a otros sectores económicos, desde industrias intensivas en uso de agua al turismo, y ha llevado a los gobiernos del continente a tomar las últimas semanas medidas drásticas para preservar un recurso esencial.

Italia y Francia ante un nuevo escenario de déficit hídrico

“Todos vivimos el verano pasado una situación absolutamente terrible”, dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, el jueves al presentar su plan del agua, que según explicó prepara a Francia ante “el próximo verano y los siguientes años”. La estrategia nacional consta de 53 puntos y sienta las bases para paliar la reducción de la disponibilidad del agua que los científicos prevén para Francia a mitad de siglo (-10 a -40 por ciento del caudal de ríos, y -10 a -25 por ciento de lluvias estivales).

Macron apeló a un concepto que ha hecho suyo —el fin de la abundancia— para explicar los nuevos pilares estratégicos: reúso, regeneración, e inversión en infraestructuras, por ejemplo evitando fugas en los sistemas de canalización, un mal que afecta a muchas urbes europeas.

En su primer desplazamiento fuera de París en dos meses, Macron eligió como escenario el lago artificial de Serre-Ponçon, el más grande de Francia, para infundir solemnidad y sentido de la urgencia a su mensaje. Localizado en el sur de los Alpes franceses, fue construido en 1959 para generar energía hidroeléctrica e irrigar tierras agrícolas. En 2022 la sequía en esta región enclavada entre la montaña y el Mediterráneo provocó grandes pérdidas económicas al sector turístico y agrícola.

Desde entonces, la sequía sigue martirizando al país galo. “La situación actual es peor que el año pasado por estas fechas”, admitió hace unos días el ministro francés de la Transición Ecológica, Christophe Béchu. Los datos así lo atestiguan: entre enero y febrero, Francia tuvo 32 días consecutivos sin precipitaciones significativas, un hecho inaudito en más de seis décadas, y según el servicio meteorológico (Météo France), el país cierra su quinto invierno “consecutivo marcado por un déficit de precipitaciones y de temperaturas más altas de lo normal”. Es difícil anticipar qué sucederá a partir de junio, pero la crisis hídrica amenaza el suministro en cientos de localidades y supone un desafío también para el sector energético, pues el 12% por ciento del agua que consume Francia se utiliza para enfriar las centrales nucleares.

Los Alpes sin nieve

Del otro lado de los Alpes, en la Italia industrial y pudiente del norte, la situación es igualmente inquietante. La cara más visible de la sequía son las montañas pedregosas de la vertiente italiana de los Alpes, donde el volumen de nieve es un 67% por ciento menos que la media habitual. En esta tierra otrora regada por generosas lluvias y nevadas, la sequía ha supuesto un choque de realidad para la población. Una situación que todo apunta devendrá crónica. Según datos del Instituto Superior para la Protección y la Investigación Medioambiental (ISPRA), un organismo público italiano, entre 1991 y 2020 hubo una reducción del 20 ciento de los recursos hídricos en el conjunto del país . “Esta reducción, debida en gran parte a los impactos del cambio climático, se debe atribuir no solo a la disminución de las precipitaciones, sino también al incremento de la evaporación y de la transpiración de la vegetación, como efecto del aumento de la temperatura”, reza un informe publicado por el ISPRA el 22 de marzo, Día Mundial del Agua.

En este contexto, los campesinos de la Llanura Padana, la food valley de Italia, echan cuentas. En 2022 la sequía ya costó 6.000 millones de pérdidas a agricultores y ganaderos , mientras la falta de agua detuvo las centrales hidroeléctricas y obligó a echar mano de los combustibles fósiles, encareciendo la factura entre un 20% y un 40% en algunos municipios, pues casi una sexta parte de la demanda italiana anual de electricidad depende de que el volumen de agua de ríos y embalses sea capaz de mover las turbinas generadoras.

La primera ministra, Giorgia Meloni, prometió nombrar un comisario extraordinario con poderes ejecutivos para poner en marcha una estrategia nacional de mitigación. Semanas después fue interpelada en el Parlamento por el diputado Angelo Bonelli, del partido Europa Verde, respecto a las incongruencias que supone defender, como ella y sus ministros, la exploración de nuevas reservas de gas y luego clamar contra la crisis hídrica. Bonelli llevó al hemiciclo dos piedras que había extraído del lecho seco del río Adigio, uno de los más importantes del noreste del país. Meloni echó mano de su ácido estilo político, comenzó a reír y luego replicó al diputado ecologista: “Supongo que no querrá usted decir que en cinco meses [de Gobierno] he secado el Adigio… Yo no soy Moisés” . Sus compañeros de bancada aplaudían rabiosamente. De momento el país sigue sin comisario ni estrategia nacional.

La primavera será crucial

Las sequías cíclicas son típicas del clima mediterráneo, pero lo que la región enfrenta ahora no es una sequía meteorológica, sino hidrológica, es decir, el desplome del conjunto de recursos hídricos de los que dispone un territorio, que incluye partidas estratégicas como las aguas subterráneas. Este fenómeno sí es una consecuencia del calentamiento global. “El cambio climático impacta los recursos hídricos en combinación con los vectores demográficos y socioeconómicos”, se lee en un informe científico de 2020 en el que se analizan las alteraciones que sufrirá la cuenca mediterránea en las próximas décadas . Entre ellos figuran la reducción de la recarga de acuíferos subterráneos, “crecientes conflictos” por el agua (las guerras del agua derivadas de los trasvases en España y que ahora planean sobre Italia y Francia), y la degradación de ecosistemas por la sequía. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) documentó en un estudio reciente “una progresiva expansión de los climas áridos” en España durante las últimas tres décadas como consecuencia del calentamiento global.

La primavera será crucial para determinar la rigidez de las medidas aplicadas contra la escasez, pero desde la Toscana hasta el Levante español pasando por los Pirineos franceses o la Costa Azul ya se han decretado prohibiciones de gran calado. En Siena, por ejemplo, las casas rurales (agriturismo) tienen prohibido usar agua potable para rellenar piscinas, lo que amenaza espantar a decenas de miles de turistas en plena temporada alta; en Marsella, las autoridades han impuesto restricciones en 8 de los 16 barrios de la ciudad que prohíben el riego diurno de áreas verdes. En Catalunya, donde los embalses están apenas al 27% de su capacidad, si los escenarios más desfavorables se cumplen y no llueve forma significativa, a las prohibiciones actuales —que afectan a 6 millones de personas en 224 municipios debido a 30 meses sin lluvias abundantes— podrían añadirse otras que afecten al suministro de agua de boca.

La desesperación de ganaderos y agricultores es tal que en algunos municipios catalanes han vuelto, como durante la aguda sequía de 2008, las misas y procesiones para pedir a la divinidad que llueva . El campo es el que se puede llevarse la peor parte, desde los productores de oliva españoles, los arroceros italianos o los viticultores del Beaujolais francés. En el último informe sobre la sequía publicado por el Centro de Investigación Conjunta de la Unión Europea (JRC, en sus siglas en inglés), fechado en marzo y confeccionado con datos del satélite europeo Copernicus, se advierte de que “la vegetación y las cosechas que se encuentran en el inicio de la fase de crecimiento no han sido afectadas todavía significativamente, pero la situación puede devenir crítica en los próximos meses si las anomalías en la temperatura y las precipitaciones persisten en primavera”.

Inacción política y resiliencia

“Quizá lo que estamos viviendo no sea ya la excepción, sino la norma. Por eso tenemos que actuar y ser conscientes de que lo que está pasando es lo que preveían los informes del IPCC”, explica Chantry, el payés del Parc Agrari, en referencia al Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático. Chantry es muy crítico con el poder político y su falta de planificación y compromiso con la preservación del planeta. Es difícil desarmarle de argumentos. Todos aquí todos evocan la sequía histórica del 2004-2008 y las promesas incumplidas de la Generalitat de invertir en resiliencia. Aunque la Agencia Catalana del Agua (ACA) diseñó una estrategia para prevenir sequías, entre 2010 y 2017 no ejecutó ni una sola inversión .

Esta indignación no hace a Chantry bajar los brazos. De hecho, planea expandir la producción en su terreno para hacer crecer su empresa, que emplea a tres labradores a tiempo completo y factura 130.000 euros anuales suministrando verduras, hortalizas y frutas a comedores escolares y grupos de consumidores que quieren producto ecológico y kilómetro cero. “Si todo va bien, podré llegar hasta los 200.000 euros”.

En algunas zonas de Europa, Estados Unidos y Asia, producir más con menos (una asignatura obligatoria para un país que se encamina hacia los 9.000 millones de habitantes) adquiere forma de invernaderos con cultivos hidropónicos o huertas monitoreadas por drones que miden el estrés hídrico de las plantas y la humedad de los suelos. Es el milagro (o el espejismo) de la hipertecnología como solución a problemas estructurales. Chantry no cree mucho en esta teoría.

Inserta entonces las púas de la horca que sujeta en la tierra y arranca de cuajo una lechuga. Agarra el bloque de tierra color caoba que envuelve la maraña de raíces y, sin esfuerzo, lo desmenuza. Queda expuesto el sistema radicular y los restos de materia orgánica. Lombrices de cinco a siete centímetros se retuercen sobre la palma de su mano. Él no se inmuta.

“Estas raíces de planta —explica, en referencia a la lechuga— en vez de hacer un bulbo donde se ha trabajado la tierra, coge una galería de lombriz que baja a dos metros y se va a buscar la vida en el agua que hay allí.” Eso solo es posible porque la tierra, al no haber sido arada, no está compactada, sino que está estructurada como un imperfecto puzle. Por las cavidades y ranuras que dejan sus piezas (hongos, materia orgánica, raíces y gusanos) se filtra el agua —la del Llobregat y la de la lluvia, cuando llegue— para retenerla. “No es una metodología perfecta, pero yo creo que es el futuro.”

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