José Prado Norniella, de cuidador de ganado a retratista real
Insigne artista, reclamado por la realeza, la nobleza y los ilustres de la época, el pintor de Colloto vivió a caballo entre Madrid y Asturias y tenía estancia reservada en el palacio de Valdesoto

La obra «Retrato de mi madre al cumplir 92 años», de 1917. / Alicia Vallina
El hombre afable, de gran sentido del humor, delicado bigote y hermosos y profundos ojos azules del que hablaremos en las siguientes líneas, fue uno de los retratistas más afamados de la pintura española de entre siglos a pesar del escaso reconocimiento que se le ha otorgado a su obra en fechas posteriores. Por ello es de justicia, como ya hiciera en 2018 el investigador Francisco Bustamante en su trabajo "El olvido del retratista" (que emplearemos como referencia bibliográfica esencial), colocar en el sitio que merece la labor infatigable de este genio de los pinceles que luchó como nadie para abrirse camino en el mundo del arte. Su dura infancia, dedicada por entero a las labores agrícolas, le enseñaría desde bien joven que el éxito se obtenía a base de voluntad, esfuerzo y sacrificio, y eso fue lo que Prado hizo durante toda su vida.

Alfonso XIII con uniforme de la Armada. Óleo sobre lienzo, 1905, obra de Prado Norniella propiedad del Museo del Prado. / Alicia Vallina
En una casa de labradores de la localidad sierense de Las Folgueras (Colloto), vino al mundo, un 24 de octubre de 1868 (hace ahora 155 años), el segundo de los hijos varones (el mayor fue Laureano) del matrimonio formado por Francisco Prado Río y Ramona Norniella Menéndez.
Pepe, como así lo llamaban sus familiares y amigos, era un niño débil, poco apto para las duras tareas del campo, por lo que su padre le encargó siempre el cuidado del ganado. Mostraba ya gran habilidad con el dibujo y era muy diestro en el arte de la talla, empleando para ello una navaja que siempre le acompañaba y con la que hacía variedad de formas que luego regalaba.
Fue así como, gracias a la mediación del ovetense Andrés Suárez Sánchez conoció a su primer valedor, Félix Cantalicio de la Ballina, alcalde de Oviedo y presidente de la Diputación Provincial. Gracias a sus influencias se matriculó, con apenas 18 años, en la Escuela de Bellas Artes de San Salvador de la capital asturiana, centrándose en realizar pinturas de paisajes, escultura y, especialmente, retratos. Allí entabló una profunda amistad con el escultor ovetense Arturo Sordo que perduró hasta el final de sus días.
En 1891 obtuvo una beca de la diputación asturiana para formarse en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid bajo la dirección de Dióscoro Puebla. En la capital española Prado Norniella se dedicó por entero al género del retrato. Fue así como, en 1896, recibió el encargo de pintar a Manuel Vereterra Lombán, marqués consorte de Canillejas, que se convirtió en uno de sus principales benefactores. Además, una de sus hijas, a la que todos llamaban "Manolita", fue, desde entonces, el gran amor de Prado, aunque no pudo casarse con ella hasta el fallecimiento del marqués (¡más de 30 años después!) por las enormes diferencias sociales que existían entre ambos.
El retrato del marqués junto a los de Lucía Brieva (por el que obtuvo una mención honorífica) y el de Félix Cantalicio fueron presentados a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1897, trampolín indispensable para dar a conocer a Prado en los principales círculos artísticos de la capital.
Ese mismo año de 1897 nuestro protagonista solicitó, junto a su amigo Arturo Sordo, una beca para marchar a Roma y formarse en la Academia Española, partiendo a finales de 1899 y donde permanecieron ambos por un periodo de casi dos años. Allí coincidieron con otros ilustres artistas asturianos como Nicanor Piñole o Ventura Sala.
De regreso a España, Prado continuó recibiendo abundantes encargos para retratar a ilustres personalidades de la época hasta que, en 1904, presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes los del marqués de Pidal, el de Antonio Herrero y el de la infanta Isabel de Borbón. Desgraciadamente, y a pesar del éxito de la muestra, ese mismo año falleció su padre en la casa familiar de Las Folgueras, lo que supuso un duro golpe para el artista.
Los encargos no cesaron y, en 1904, retrató a la reina Isabel II, y, en 1905, a Alfonso XIII con uniforme de la Armada (propiedad del Museo Nacional del Prado y actualmente en depósito en la embajada de Austria).
Prado desarrolló su actividad a caballo entre Madrid y Asturias (donde tenía un estudio en su casa de Las Folgueras e incluso una estancia reservada para él en el palacio de Valdesoto de los marqueses de Canillejas). Entre sus retratos más destacados cabe mencionar los del escritor Armando Palacio Valdés (encargo del ayuntamiento de Pola de Laviana), el de Isabel Armada Fernández de Córdoba (1909), los de los duques de Santo Mauro (1912) para su residencia palaciega de la calle Zurbano (hoy convertida en uno de los hoteles más exclusivos de la capital), el de su amigo, el fotógrafo asturiano Ramón García Duarte o el de Ricardo Duque de Estrada, conde de la Vega del Sella (1913).
Especialmente interesantes fueron los retratos que Prado realizó, en 1917, de su madre, de su padre ya fallecido (a partir de una fotografía), de su hermano Laureano y de su cuñada Sabina Fanjul, hoy conservados en el Museo del Pueblo de Asturias.
Prado era ya por entonces un artista de solvente reputación y presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920 los retratos de la señora del ingeniero Alberto Thiebant Laurin y el de la duquesa de Mandas, con enorme éxito de crítica y público. Apenas dos años después, en enero de 1922, falleció su adorada madre, Ramona Norniella. Esto debilitó mucho su salud y comenzó a pasar más tiempo en su residencia asturiana. Realizó entonces los retratos del conde de Revillagigedo (1923) y los del político conservador Nicanor de las Alas Pumariño, Rogelio Jove, Armando Alas, Eduardo Serrano, José Cuesta o Gerardo Álvarez Uría, entre otros.
Además, en 1926, participó en la Exposición de Artistas Asturianos celebrada en la capital y promovida por el diario "El Heraldo de Madrid" y siguió trabajando en los innumerables encargos de retratos que le llegaban por parte de los miembros más adinerados de la sociedad madrileña y asturiana.

Pintura de José Prado Norniella: retrato de su padre. / Alicia Vallina
Pero un hecho decisivo en la vida del artista vino a acontecer el 17 de septiembre de 1931: el fallecimiento del marqués consorte de Canillejas, Manuel de Vereterra. Este desgraciado acontecimiento facilitó la boda de Prado con el amor de su vida, Manuela de la Paciencia Vereterra y Armada, "Manolita", una de las hijas del marqués que contaba entonces con 48 años.
Prado era ya un hombre de 63 cuando contrajo matrimonio, un 16 de mayo de 1932, en la madrileña Ermita de San Antonio de la Florida. Manolita, mujer culta, amante de la música, de la pintura y del teatro, dio estabilidad a un anciano que prácticamente finalizó entonces su carrera artística. Pero aún tuvo tiempo de presentar, en 1934, algunas obras a la exposición de artistas asturianos de Avilés, casi al mismo tiempo en que se produjo el fallecimiento de su único hermano Laureano.
Pepe Prado Norniella se apagaría a los pocos meses de iniciarse la terrible Guerra Civil española, un 6 de diciembre de 1936, en su domicilio de la calle Las Fuentes de Madrid. Sin duda una vida plena la de este insigne artista y hombre humilde y afable que, salido de un pequeño pueblo asturiano, alcanzó el éxito entre reyes y burgueses gracias a su enorme talento con los pinceles.
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