Opinión

Grecolatinos en el Museo de Bellas Artes

Una visita de estudiantes de Clásicas a los "clásicos"

De izquierda a derecha, los alumnos Roberto Álvarez (junto a Josefina Velasco, autora del artículo), Laura Pila, Ángela González, Iyana Fernández , Irene Laso, Mónica Vega, Ainara Rodríguez, Anika Vera, Julia Sánchez y Aitana Martínez, con el profesor Juan José García (detrás) y el guía David Estévez (agachado) ante «La Maga Circe», de Luis Rodríguez-Vigil, en el Museo de Bellas Artes.

De izquierda a derecha, los alumnos Roberto Álvarez (junto a Josefina Velasco, autora del artículo), Laura Pila, Ángela González, Iyana Fernández , Irene Laso, Mónica Vega, Ainara Rodríguez, Anika Vera, Julia Sánchez y Aitana Martínez, con el profesor Juan José García (detrás) y el guía David Estévez (agachado) ante «La Maga Circe», de Luis Rodríguez-Vigil, en el Museo de Bellas Artes.

Pocas instituciones hay "más clásicas" que un Museo, pues al final es "la casa donde viven las Musas" y donde, además de poder apreciar las cualidades estéticas de las obras de arte, uno puede encontrar historia, vida cotidiana, costumbres, personajes conocidos y anónimos, representaciones del mundo que nos rodea hoy y del que rodeó a otras generaciones.

Y "clásico" es ese adjetivo que se aplica a la plenitud cultural de una civilización, de una manifestación artística, algo esplendoroso, digno de tener en consideración, así que es epíteto aplicable a un buen museo, un gran Museo como es el de Bellas Artes de Asturias. Allí las nueve Musas que inspiraron a los "aedos" y los artistas, artesanos de la belleza, tienen su territorio favorito. Calíope, Clío, Erató, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania retozan escondidas entre lienzos, esculturas o manifestaciones varias del genio y el ingenio. Pero además como "clásico" hace referencia directa a todo lo "perteneciente o relativo a la Antigüedad griega y romana", cualquiera que se adentre en el estudio de las llamadas Lenguas Clásicas o en las Fuentes Clásicas de las Lenguas y Literaturas Europeas no tiene más remedio que visitar el Museo.

Es en los Museos, en los que la cultura grecolatina tiene una presencia indudable porque en las obras expuestas se hallan representaciones magníficas de los mitos que han pervivido. A veces no creemos eso de que casi todo está en la antigüedad de Grecia y Roma hasta que no lo vemos reflejado en los vicios y virtudes, los anhelos y aspiraciones, las estrategias y ambiciones que son eternas compañeras del género humano desde su origen. Y eso en el "arte representado de un museo" se hace visible.

De una fructífera visita a nuestro Museo va este relato que igual despierta el interés de alguien más. Pero que nadie se llame a engaño, aquí no habrá una relación de las obras más espléndidas del Bellas Artes, ni un comentario artístico; quizás no sean las mejores, ni las más grandes, ni las más conocidas, ni las que más atraen, ni las de los pintores más famosos. Son algunas de aquellas que demuestran que la antigüedad grecolatina está atrapada en imágenes de tiempos diversos llegando a la actualidad más actual.

Tenía Eolo, divinidad griega, la potestad de controlar las nubes y los huracanes, antes de que nuestras técnicas meteorológicas nos advirtieran de ello día a día; por cierto, nombre el técnico, como tantos, tomado de "meteoro" (que está en el aire) y "logía" (estudio). Y allí, en el Museo, está el óleo sobre lienzo de Eolo, representado a principios del siglo XVII por un seguidor de Pedro Pablo Rubens, cuerpo fornido, flotando en el aire y rodeado de las aves que en los vientos desarrollan su vida.

Y a su lado, Vulcano, el Hefestos griego, el del fuego y los huracanes, reposando paciente con una tea en el brazo y a sus pies las armas forjadas en la fragua que tanto trabajo le da; de hechura similar no es mal parecido este singular Vulcano. Trabajo duro que los hombres heredamos de estas míticas "divinidades".

Como no podía ser menos, hallamos al popular Baco, el Dioniso griego, dios del vino, la alegría, el desenfreno y también del amor que de ello surge. Felizón y despreocupado, es un niño pintado por el valenciano Ignacio Pinazo en el siglo XIX; o ya adulto rescatando enamorado a Ariadna cuando Teseo la dejó abandonada en la isla de Naxos, después de ayudarlo tanto y él prometerle amor eterno, ¡ay las promesas de los amantes! Ambos lucen sus cuerpos, atributos y compañía en lienzo de Giovanni Battista Pittoni del siglo XVIII. Ni siquiera falta una escultura de la bella Bacante, parte de la comitiva que acompañaba las "dionisíacas" orgías de Baco; ella, perdida la copa, con la vasija de vino derramada, es obra de Elías Martín Risco en el romántico siglo XIX.

Hay más, claro. Un boceto para biombo capta la esencia de las estaciones en la representación de la belleza femenina que solo el invierno apaga, porque las estaciones, sus nombres y atributos, son también deudoras de los mitos clásicos. Y otro para un techo representa al insensato Faetón cuando joven, demasiado osado, quiso conducir los caballos paternos de Helios (el Sol) y casi abrasa o congela la tierra por no dominarlos hasta que el Rey del Olimpo, Zeus, puso fin a su prisa. Rafael Tejeo lo pintó en el s. XIX.

Y si alguien piensa que esa mitología didáctica "con enseñanzas para la vida" es cosa del pasado, quedan en nuestro Museo obras de hoy con reminiscencias de ese tiempo que nunca se va del todo porque vive. El espectacular cuadro de "La maga Circe (1995-96)", obra del asturiano Luis Rodríguez Vigil, es una narración pintada de la mujer poderosa que convierte en animales a los hombres y que recrea un pasaje popular de la maravillosa Odisea, obra eterna. Circe altiva se rodea de símbolos que son una llamada de atención al eterno conflicto de guerra entre sexos, pero no solo. Situada entre lo contemporáneo Circe convoca desde la inmortalidad de la épica "odisea" a los visitantes en una atención desde el presente por los peligros reales o imaginarios que nos rodean.

Para más actual, la inspiración en la actual exposición temporal de Breza Cecchini que en su lienzo "Eurídice va por delante" (2025) ataviada de amazona, como en ella es habitual, parece dar una vuelta de tuerca a la historia: tal vez Eurídice se hubiera salvado de no haber sido por la impaciencia de Orfeo que la precedía; una creación de simbología compleja con nueve lobos, animal y número plagados de reminiscencias "clásicas".

Para ser directos, ir al Museo a comprobar la pervivencia de los referentes griegos y latinos en la cultura a través del tiempo hasta llegar al nuestro, no es solo un ejercicio del "docere delectando"; es comprobar, viendo esa vitalidad, los fundamentos de nuestra cultura. Casi todo se puede comprar, la cultura no. Esa hay que estudiarla y conocerla. Nos quedan de los "clásicos" el valor del esfuerzo, el amor y el desamor, la alegría, la traición, la prisa y la inconsciencia. Heredamos la lengua, el pensamiento, la filosofía, los principios de la ciencia y la técnica, el mito y su superación, la democracia y la defensa de la "res publica", la cosa pública que a todos concierne. Indagar en ellos es conocernos mejor y, por lo tanto, fundar sobre bases más sólidas el futuro.

Como de bien nacidos es ser agradecidos, la docena de participantes de Fuentes Clásicas y del Grado de Clásicas (profesor incluido) en esa visita especial al Museo de Bellas Artes de Asturias hemos sentido en la "casa de las Musas" que esos estudios son de hoy y para hoy también en este país nuestro que tan deudor es de ellos y que a veces los relega. Evidentemente lo aprendido debe mucho al buen hacer del Museo y esta vez a David Estévez, como "cicerone" que cual Cicerón enseña y explica. Al Museo y a él, gracias.

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