Migración

Vidas sin hogar: "No queremos que nuestra familia sepa que estamos viviendo así. Es muy duro"

Dos migrantes sin hogar descansan en un colchón frente al Centro de Historias de Zaragoza, este martes.

Dos migrantes sin hogar descansan en un colchón frente al Centro de Historias de Zaragoza, este martes. / Miguel Ángel Gracia

Marta Peláez González

Zaragoza

Comparten colchón a la sombra entre cinco. Algunos van descalzos. Otros, con gorra. Todos ellos son hombres jóvenes, aunque tímidos a priori, con ganas de conversar. Su casa no tiene puertas ni vistas, solo suelo. Pasadas las 10.00 horas ya soportan temperaturas de casi 30 grados. Son una veintena, pero hay más. Se trata de una realidad que está a escasos metros del lujo del centro urbano de Zaragoza, al doblar la esquina del Centro de Historias.

En chándal y con un colgante de madera al cuello se hace notar Baboucar, el único joven procedente de Gambia y el que "mejor habla español" según sus amigos. Tiene 22 años y lleva en España 1 año y 7 meses. Vino "en barco por el mar" en un viaje de 7 días en el que vio "llorar mucho" a las personas que lo acompañaban que, "claro", eran "muchos". Su única preocupación es la vivienda, porque aun trabajando 9 horas "muy duro" en el matadero sigue sin encontrar un techo: "Nosotros buscamos habitación para poder vivir, pero es muy difícil. No hay. Solo tienes problemas con la casa. Nada más", sostiene.

Señala hacia su derecha al albergue municipal y agradece que "ellos ayudan" y que es por las personas que allí trabajan por lo que no tiene "problemas con la comida o para la ducha". Baboucar tiene a "toda su familia" en Gambia y solo él está aquí buscándose "la vida": "Te lo juro, tenemos solo un poco de problema: dónde vivir. Casa solo. Para descansar mucho", sentencia este joven.

El problema que plantea es que "no puede descansar" porque va a trabajar "a las tres de la tarde", termina "a las once o las doce" y cuando vuelven, después de haber dormido "solo cinco horas", en el albergue "te cierran la puerta" ya que "tú no puedes ir a dormir cuando quieres" porque "a las ocho" cierra y no "puedes salir". Baboucar no ha vivido siempre en esta zona, sino que hasta hace unas semanas habitaba las calles aledañas a Plaza Roma, donde se desmanteló un hostal ilegal: "No tenemos problema con nadie. Si tú miras una casa, te dicen 'vale', luego tú vas y te dicen que esa casa es de otra persona'".

Con un buscador de pisos abierto en el móvil está Elhadji, un senegalés de 27 años al que no le cuesta recordar la fecha exacta en la que cruzó "en barco" la frontera. Fue el 3 de octubre de 2023 y su primer destino no fue Zaragoza sino Bilbao, donde permaneció hasta hace un mes. "Todos no queremos quedarnos aquí y a veces no queremos la comida", por lo que "espera encontrar casa" pronto. A la pregunta de si están o no en contacto con sus familias responde serio: "Somos hombres. No queremos que nuestra familia sepa que estamos viviendo así. Es muy duro. Si le llamas para contar esto, ellos pensarán que no está bien".

Él llegó a Zaragoza tras conversaciones con personal del matadero donde trabaja, que le aseguró trabajo "si tenía habitación". Esa habitación la encontró en en la zona de Parque Roma, pero fue su casa solo durante 11 días porque "luego la policía" llegó "para echarnos a la calle". Habla del desalojo del hostal ilegal del barrio de Delicias. Elhadji expresa que "la gente es muy maja" en el albergue y que "hay una madre" que les hace más amena la estancia.

Migrantes sin hogar viviendo frente al Centro de Historias de Zaragoza, este martes.

Migrantes sin hogar viviendo frente al Centro de Historias de Zaragoza, este martes. / Miguel Ángel Gracia

Le interrumpe el más joven del grupo, otro senegalés de ojos despiertos de 20 años que prefiere ocultar su nombre. Lleva 1 año y 2 meses en Zaragoza, la mayoría del tiempo viviendo en los apartamentos que proporciona la Fundación APIP-ACAM en el barrio de San Pablo. En su caso vino en patera porque tenía denegada la protección internacional de su país y asegura que en el albergue donde desayuna y come todos los días comparte espacio con "latinos, españoles, rumanos y algún marroquí".

Este joven, pese a su situiación, dice que está "bien de la cabeza", que "la vida es a veces difícil y a veces fácil". Y en sus ratos libres "no piensa en nada", solo lee. En una libreta escribe los libros que tiene entre manos, entre ellos uno del poeta Pablo Neruda y otro que le ocupa ahora: Don Quijote de la Mancha. "Todo son novelas", asegura, mientras nombra al escritor Marcial Lafuente y En medio de la noche de Robert Cormier. Los tiene todos guardados dentro del albergue, un lugar que cambian por el Parque Bruil cuando para aliviar el calor.

Pasa por allí uno de los barrenderos que siempre limpia esa zona. "Algunos ya me conocen y la mayoría son muy majos", asegura dirigiendo la mirada hacia el colchón a modo de isla. Estos jóvenes migrantes lo llaman "el máquina" y confirma que no dudan en ayudarle a recoger la basura y en dársela "directamente". El problema, a su juicio, no son ellos. Y se encuentra por la tarde cuando la droga interfiere pocos metros más allá.

Entretanto llega Tahmane, un senegalés que también tiene 20 años y una risa contagiosa. Dice que "nunca ha estudiado" y que "habla poco". La realidad es que se le entiende a la perfección. Con la vista y el cuerpo cansado, alcanza a decir que lleva "1 año y 4 meses" en España y que antes que en Zaragoza, donde vive desde hace 7 meses, estuvo en Granada. "Solo tengo un problema: la tripa". Su compañero Elhadji detalla que Tahmane tiene una enfermedad que le impide descansar "más de una hora". Antes trabajaba en el matadero junto a Baboucar, pero lo dejó por este problema intestinal por el que "no toma medicación".

Van y vienen y entre ellos se chocan la mano como símbolo de complicidad. Llevan a cuestas escasamente una mochila y el clima en el que conviven dista mucho de lo hostil. E incluso a los desconocidos les cederían un hueco en su colchón desgastado. Miran a su alrededor y uno de ellos lamenta que "todos son muy jóvenes" y que "mucha gente duerme en las escaleras" cada día, donde la cristalera. Un escondite visible ubicado en la Magdalena que, lejos de ser un museo, está lleno de maletas, chancletas y vidas truncadas. Según el último recuento del ayuntamiento, unas 60 personas viven en la calle solo e nla zona de Parque Bruil. Personas que, con toda la vida por delante, han huido solas en busca de un hogar que el primer mundo tampoco es capaz de ofrecerles.

Tracking Pixel Contents